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ABELARDO MEDINA CON SU POESÍA HIZO LLORAR A LA PATRIA…

Por domingo 15 de septiembre de 2019 Sin Comentarios

OSCAR LARA SALAZAR

En un poblado de la Sierra Madre Occidental llamado El Potrero de los Medina, en la comarca de Santiago de los Caballeros, Municipio de Badiraguato, Sinaloa, nació en el año de 1887 Abelardo Medina Díaz, sin duda un eminente poeta y notable jurista.

Sus padres fueron don Gabriel Medina y doña Josefa del Patrocinio Díaz. Don Gabriel se desempeñaba como juez menor de la sindicatura cuando el mineral de Santiago de los Caballeros se encontraba en su máximo esplendor, por lo cual contaba con una instrucción más amplia que la del resto de los pobladores de la comunidad.

La responsabilidad de juez que desempeñaba don Gabriel, hacía que tuviera una visión diferente al del resto de la gente de la comunidad. Trataba otras gentes, salía a menudo como parte de sus funciones y tenía una vocación innata por la impartición de la justicia. Por tanto, se había hecho el propósito de que su hijo tuviera la oportunidad de estudiar. Sin embargo, las condiciones económicas eran muy precarias, lo que hacía muy difícil cristalizar la aspiración.

Para suerte de don Gabriel, por esa época llegaron unos misioneros a Santiago buscando jóvenes interesados en estudiar en el Seminario. Esta fue la puerta que se le abrió a Abelardo para salir de su villorio. Se trasladó a Culiacán con aquellos misioneros, acompañado de su padre, y ya una vez integrado en los estudios se abocó de lleno al mundo de las letras. Estando en el Seminario empezó a esbozar sus primeros versos, y quizá, embargado por la nostalgia de haber dejado su solar y por la influencia del ambiente religioso, escribía una de sus su primeras poesías.

Quiero morir sobre mi patrio suelo

Bajo algún bosque de follaje umbrío,

Donde tenga las lágrimas de un río

Y unos sauces que lloren por mi duelo.

Ahí quiero morir, donde la brisa

Suele gemir su funeral plegaria Como un ave que en el silencio reza,

Ahí donde se trunque mi ceniza

En simbólica y mustia pasionaria

Cual signo póster de mi tristeza.

“Abelardo –escribió Fernando Cuén, en el periódico el Universal-, nació poeta, a los quince años, sobre el banco de la escuela, deshoja sus primeros madrigales. A los veinte poeta laureado, en plena eclosión romántica, el amor enciende su magnífico espectro; pernasiano, sediento de clásica belleza, experimenta la nostalgia del Acrópolis; ebrio de libertad, sube al aventino de su fantasía infundiéndole a su musa cierto fulgor épico”.

Yo no fuera poeta; pero un día

La virgen poesía

Llego a mi lado, con la voz doliente

Me dijo así ¿tu corazón no siente La infinita tristeza

Que se difunde con la tarde umbría?

Su estilo es el reflejo de su alma ingenua, vibrante, luminosa, transparente. Su fecunda inspiración, es sugestión de exaltación del verbo.

Yo respondí afirmativamente

Entonces ella, la de voz doliente,

La virgen pura, celestial y bella,

La que en mis cantos con amor suspira,

Sobre la frente me engastó su estrella

Y entre las manos me dejó su lira.

Canta, me dijo, como el ave canta;

Esa canción que en sentimiento inspira;

Si no sabes cantar con la garganta,

En cambio tienes mi doliente lira.

A la vez que realizaba estudios de seminarista, también cursó la preparatoria en el Colegio Civil Rosales, donde tuvo de compañero y amigo a Rafael Buelna Tenorio. Posteriormente se trasladó a Guadalajara, donde hizo a un lado los textos religiosos y se inscribió en la Escuela de Derecho. Pronto, impulsado por sus maestro, tomó camino de la Universidad, abrazando con afirmativo entusiasmo la brillante profesión de abogado . Sobresale del resto de sus condiscípulos en el estudio de las normas jurídicas, sin embargo no deja de escribir poesía.

Estoy ante el doliente paisaje vespertino

Y sueño en el camino

Tan polvoso y largo que tras de mi dejé

Mi cuna ¡pobre cuna! Se mece como una ola

En esa mar tan sola

Donde navega náufrago el tiempo que se fue.

Apenas en la cima de su carrera, estalla la revolución acaudillada por Venustiano Carranza. Siguiendo el galope del caballo de Rafael Buelna, juntos, los que habían compartido la cátedra en el aula, hoy comparten el ideal de la lucha y el fragor de la batalla. Pronto tomaría partido al lado del centauro del norte Francisco Villa, a la postre vencido por otras fracciones de la revolución, afronta sin vacilación la responsabilidad de la derrota, pero se mantiene leal a la causa de su bandera, aun cuando tiene que salir al destierro, fue cuando escribió “El llanto de la Patria”.

¿A quién oigo llorar?…lánguida queja,

va cruzando las sombras doloridas

Como largo lamento que se aleja

tras el último ensueño de la vida.

Es la Patria que llora…¡negra suerte! Lamenta su fortuna

Es la noche sin fin donde la muerte

Por estrellas y auroras solo vierte Sus fuegos fatuos como albor de luna

Esa es la Patria que gime…esa es la patria.

De vuelta a México, tenía dos caminos: el de continuar en la política o el de cristalizar los objetivos de sus carrera profesional. Optó por el ejercicio profesional de la abogacía, pronto se le designaría juez civil en la ciudad de México. Así inicia una carrera que fue escalando los peldaños del poder judicial, siempre comprometido con un espíritu justiciero, generoso y bueno. Por ese tiempo escribió “Misa Profana”.

De rodillas, hermanos, inclinad la cabeza

Que es un templo la patria, sacerdote el poeta,

Y la misa de réquiem por los héroes comienza,

Gemebundas las liras descolgad de las selvas,

Y entonar esos salmos de infinita tristeza

Con que lloran las tumbas, y los muertos se quejan.

La justicia fue la causa de su vida y fue la causa de su muerte. Una noche de junio de 1938, de triste memoria para este apóstol de la verdad, mientras Abelardo estudiaba inclinado sobre su mesa de trabajo, llamó a su puerta uno de esos tantos litigantes sin escrúpulos, con una exorbitante cantidad de dinero, sin otro fin que sacarle una sentencia comprada, lo que causó gran cólera a Abelardo, y lo dañó de manera irreversible, tanto que lo llevó hasta la muerte.

Ese fue el fin de un hombre que los aspectos de su personalidad pública los consagraba a los tres más altos objetivos de la vida: la belleza, la libertad y la justicia.

Abrí los ojos que cerrado había

Y miré en derredor obscuras nieblas,

La inmensa soledad de las tinieblas

Y como un pedestal en que me erguía,

El condenado grito Del ¿por qué? de las cosas que ascendía

Por medio del todo a lo infinito.

Y miré que del polvo de la tierra

Levantóse la vida y hecha un hombre

A cada cosa le asignaba un nombre

De cuantos ¡Ay ¡ el universo encierra.

* Cronista de Badiraguato

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