RICARDO SANTOS ALDANA
Una tarde calurosa del mes de agosto, frente a la sala de urgencias del viejo Hospital Civil de Culiacán, mientras esperaba el llamado de la enfermera de guardia, para informar el estado de salud del paciente allí internado, observé de reojo (a mi costado izquierdo), una señora muy blanca sexagenaria, de porte agradable y poseedora de unos ojos que conservaban huella de una singular belleza.
Con el tema del agobiante calor, establecí con ella una cordial plática, sobre el asunto común que nos mantenía en ese no muy agradable sitio, incómodo, escaso de sombra expuesto al inclemente sol.
Me comentó que venían de un poblado de Durango, llamado El Zapatero, aguas arriba del mineral de Nuestra Señora de la Candelaria, que traía a su papá, muy enfermo, cansado de vivir, ya casi completando noventa años de edad, pero muy talixte y bien conservado.
Observando las salidas de los enfermeras que voceaban los nombres de los pacientes a sus familiares, me confió, que ella de joven, siempre deseó ser enfermera, que se soñaba con su uniforme blanco y su cofia, ayudando a los enfermos, a los que no podían hablar, a los que no podían caminar, que era su máxima ilusión, pero no le fue posible,debido a su pobreza, y lo alejado que vivía de la Ciudad.
La emoción que le puso a sus palabras, me llevó a imaginar que ese llamado, también tuvo en su tiempo, en el mineral de El Tambor, Lucía Salcido Llantada.
La diferencia fue que Lucía Salcido Llantada, sí cumplió sus sueños de ayudar y socorrer al enfermo y desvalido.
Lucia Salcido, realizó sus “pininos” en el hospital de “Guadalupe de los Reyes”, y posteriormente se trasladó a la Clínica de Higiene de Cosalá.
Como sucede con las personas que gustan y aman su trabajo, Lucia (chía), le llamaban con cariño sus compañeros, era una enfermera de belleza natural y social, muy alegre, responsable, entregada en cuerpo y alma a su misión de asistencia social, así le recuerdan quienes la conocieron, entre ellas Hermelinda González, Belém Acosta, Camerina Peña.
Era el año de 1946, las autoridades sanitarias desarrollaban un esfuerzo tremendo por combatir la terrible viruela que a lo largo de los siglos había acabado con millones de mexicanos.
Aunque se considera que la enfermedad fue traída a México por un esclavo negro que venía con Pánfilo de Narváez en 1520, se supone que ya existía por las descripciones de epidemias que registran los códices prehispánicos, al referirse a males “divinos” que acababan con poblaciones enteras como aconteció en El Real de Cosalá el año 1830 que terminó con cientos de habitantes de todas las edades.
El 13 de febrero de 1946, la Dra. Magdalena Padilla epidemióloga al frente de la campaña anti variolosa en el estado de Sinaloa, integró una brigada que recorriera las regiones de Cosalá.
Ese mismo día, la brigada inició su misión a lo largo del camino que conducía a la sindicatura de El Comedero, municipio de Cosalá.
Integraron la brigada; Lucía Salcido de Valdez, enfermera visitadora de la Unidad Sanitaria de aquel municipio; Francisco Reyna Camberos, oficial sanitario; María del Carmen Otáñez, enfermera voluntaria y la autoridad del lugar.
En la tarde noche del 13 de febrero se presentaron con el síndico de El Comedero, Jesús Jacobo Hernández, solicitándole el apoyo para iniciar en el poblado de Aguacaliente, al día siguiente su labor de vacunación.
En la mañanita del 14 de febrero, la brigada jubilosa tomó el camino hacia Aguacaliente, recorrió los dos kilómetros que tenía el cristalino arroyo de Napalá y al llegar al trapiche de la Boca del Arroyo, se encaminó a la izquierda rumbo a la pequeña población , luego continuarían con Casa Blanca, Las Vegas, y El Embarcadero.
Casa por casa, fueron invitando amablemente a las familias a participar de la vacunación, insistiéndoles a algunos renuentes sobre las bondades que traería a su salud protegerse de tan terrible mal, y sobre todo a los niños
prevenirlos de la epidemia que tantos daños causaba, y que en caso de sobrevivir, dejaba horribles cicatrices en cara y cuerpo.
Casi al finalizar la jornada, temprano aún, pues el pueblo era pequeño, un grupo se encontraba jugando baraja en unportal, uno de los jugadores preguntó si la vacuna era para todos, a lo que los brigadistas respondieron que sí, para todos.
El síndico, reconoció a la persona, como un sujeto que tenía pendiente con la justicia, pero no lo hizo notar al percatarse que estaba armado con pistola de grueso calibre y ponían en riesgo la seguridad de sus acompañantes.
Concluida la jornada, encaminó a la brigada a la salida del pueblo y regresó a detener al individuo, éste, al verlo regresar, empuñó su arma y disparó contra la autoridad; el síndico se retiró por refuerzos a la sindicatura, mientras la brigada se quedo en la última casita, pues les habían invitado a comer, costumbre muy propia del tiempo y esos pueblos.
Habiendo escuchado los disparos, la brigada se despidió para alejarse lo más pronto posible de la zona de peligro, topándose a doscientos metros de frente al sujeto, arma en mano los detuvo, preguntándoles por el síndico, a
lo que respondieron que lo habían dejado en la población.
El sujeto tomó de rehenes a Carmen y Lucía, esperando que el síndico fuera a rescatarlas para enfrentarlo.
Lucía le hizo saber que ellas no hacían daño a nadie, antes bien procuraban ayudar en todo lo posible a las gentes que lo necesitaban, y viendo que el individuo sangraba de una herida, lo atendió con su pequeño botiquín.
En un descuido que tuvo el individuo, Carmen logró escapar, no así, Lucía que fue atada a un arbolillo del panteón del lugar, donde las había trasladado el criminal.
Avanzando la noche, regresó el síndico con dos refuerzos,estableciéndose un tiroteo entre ambas partes, luego siguió un largo silencio que se prolongó hasta el alba.
Entre las tumbas, fue encontrado el cuerpo de la enfermera Lucía, sus ropas desgarrados, tiritas en sangre, atravesado su frágil cuerpo por cinco impactos, la vida se escapaba a través de débiles quejidos y oraciones.
Con auxilio de la gente de Aguacaliente, fue llevada al Dr. japonés Alfonso Harada, que vivía en Napalá, quien limpió su cuerpo y manifestó que sólo un milagro podría salvar la vida de la noble enfermera.
Lucía Salcido Llantada de Valdez, la alegre, noble, simpática y generosa enfermera que dejara la comodidad de su hogar para llevar alivio y esperanzas a los necesitados, la que cumplía con el compromiso que su profesión y vocación le dictaban, moría allí, víctima de las circunstancias trágicas, de un destino que no merecía.
La prensa local y nacional informo del trágico caso a la sociedad mexicana.
En el año de 1963, al construirse el Hospital de Cosalá, denominado Centro de Salud e Higiene, por iniciativa del Dr. Nicolás Vidales Tamayo, fue nombrado “Enfermera Lucía Salcido de Valdez”, siendo secretario de salud Guillermo Soberon Acevedo , el gobierno de Miguel de la Madrid Hurtado, acatando una determinación del Consejo de Salubridad General de la SSA, decretó en marzo de 1982, el otorgamiento de condecoraciones y premio en materia de salud pública, integrando en tales premios La Medalla de oro “ Auxiliar de enfermería Lucía Salcido”, a las enfermeras que se hayan distinguido de manera notable en el ejercicio de su profesión.
En la ceremonia del día de la salud que cada año se realiza el C. Presidente de la República o, su representante, en solemne acto entregan el reconocimiento en algún estado del país.
La mención de su sacrificio figura en innumerable artículos donde se aborda el tema de la larga lucha sostenida contra el virus de la viruela, como “la erradicación de la viruela en México”, de Jesús Kumate Rodríguez.
En el Parque Fundidora de Monterrey, Nuevo León, se observa una placa que rinde homenaje a mujeres mexicanas en la enfermería, en ella figuran 36 mujeres de México, Alemania, Brasil, España, Holanda y USA, y
entre las México, una de ellas es: Lucía Salcido Llantada de Valdez.
Con este sencillo escrito refrendo mi ferviente respeto y admiración a la memoria de tan noble e ilustre mujer, cuyo nombre descubrí en el monumento que se levantó en el camino de Aguacaliente a Boca del Arroyo en el año de 1970, en el municipio de Cosalá, Sinaloa, cuya historia me conmovió y me sigue conmoviendo al paso de los años.
El premio de “Auxiliar de Enfermera Lucía Salcido”, consiste en otorgar anualmente medalla de oro, plata y bronce, primera, segundo y tercer clases, respetivamente, diploma y la cantidad en numerario que anualmente se fije a las tres auxiliares de enfermera elegida como
reconocimiento a la labor que hayan desempeñado en las dependencias y entidades del Sistema Nacional de Salud o en organizaciones profesionales o científicas de medicinas, enfermería o salud pública.
Fondo SSA, Sección Secretaría Particular. Caja 502,
Exp. 4. 1983-1989, f. 238 expediente de Lucia Salcido.
“La erradicación de la viruela en México” Dr. Jesús
Kumate R.
*Cronista de Cosalá, Sinaloa