ANDRÉS GARRIDO DEL TORAL
Todo el mundo le agradece a Oaxaca la creación de cuatro inmortales canciones entre las muchas que han dado sus hijos compositores, pero entre ellas destacan sus verdaderos himnos: “La Llorona”, La Sandunga”, “Canción Mixteca” y “Dios Nunca Muere”. “La Sandunga” es considerada el himno de los zapotecos, es decir, de “los que vienen de las nubes”, gente que viene de Teozapotlán, “el lugar de los dioses” y es un homenaje amoroso a la mujer tehuana.
¿Pero a qué viene a cuento el pomposo y morboso título de esta columneja en el sentido de que al Patricio de las Américas no le gustaba “La Sandunga”? El baile llamado así sí le gustaba a don Benito Pablo que era un excelente bailador, y si no me creen lean sus estadías en Veracruz en 1859 donde le tupía duro al baile con negras y mulatas envalentonado con algún coñaquito. Pero no se distraigan escuincles hijos de mi última cruda: en lo que insisto es que al Benemérito no le gustaba la cancioncilla llamada “La Sandunga” porque la compuso un compadre de él, Máximo R. Ortiz, muy querido desde la época de estudiantes en que el compositor y Juárez fueron compañeros en el Instituto de Artes y Oficios de Oaxaca, tejiendo una entrañable amistad, la que se vio rota cuando Benito Juárez García asume el cargo de gobernador del estado de Oaxaca y pone a su compadre fuera de la ley por sus intentos separacionistas para crear el estado libre y soberano del Istmo de Tehuantepec.
A Máximo R. Ortiz se le atribuye la paternidad de la canción “La Sandunga” en la rica tradición musical oaxaqueña y les voy a relatar cómo nació la famosísima canción que hasta Raphael y Waldo de los Ríos han interpretado con acompañamiento sinfónico: se cuenta que la madre de Máximo R. Ortiz agonizaba y éste se encontraba ausente del hogar y de su tierra. Pero informado de la agonía de su madre, Ortiz se lanza a matacaballo a la morada materna trasponiendo la lejanía, pero al llegar solamente encuentra el cuerpo inerte, por lo que su dolor no tuvo límites al verla yerta. Su desolación lo llevó a empuñar su guitarra –en la que era diestro- para aliviar su pena, abrazándose al instrumento con compulsión hasta lograr hacer brotar unas sentidas y melancólicas notas, acompañadas de una letra lastimera, que dieron fruto en la inspirada melodía que hoy nos ocupa. Con el tiempo se le ha cambiado mucho la letra para hacerla más romántica, es decir, para una relación de hombre a mujer, quitándole el motivo filial que produjo la canción, el amor de un hijo huérfano a su madre. Todavía en algunas versiones escuchamos aquello de “mamá por Dios, Sandunga no seas ingrata, mamá de mi corazón”.
En el año de 1852, en que se proclama el Plan de Jalisco, Máximo R. Ortiz se subleva en Oaxaca junto con José Gregorio Meléndez e imponen como gobernador afecto o agradable a Santa Anna al general Ignacio Martínez Pinillos, con fama donjuanesca y al que utilizaron para vengarse de Juárez, quien los había encarcelado años. ¿Por qué resalto lo del carácter donjuanesco del general Martínez Pinillos? Porque resulta que la primera dama tehuana que bailó “La Sandunga” durante los funerales de la madre de Máximo R. Ortiz fue una bellísima mujer de nombre Isabel Pétriz, a la que Máximo enamoró con mucha insistencia, pues había quedado prendado de la cadencia y del cuerpo de la damisela encantadora. Pero resulta que terminó casándose Isabel con el padre de Máximo, es decir, ¡le bajó la dama a su hijo! Entonces amigos lectores –no pierdan el hilo- el dolido Máximo decide vengarse de su padre y a través de la sirvienta Dominga Girón le ofrece que encabece el movimiento separatista en favor del Istmo de Tehuantepec –apoyado por Antonio López de Santa Anna, para lo que pidiera lo que quisiera, inclusive la más bella de las mujeres tehuanas. En este macabro plan de ofrecer al general Pinillos a la esposa de su padre, Máximo contó con el apoyo del abuelo de Isabel, Miguel Pétriz, en complicidad con el fraile Mariano Reyna. ¡Bola de alcahuetes!
Consumado el golpe militar y asumiendo la presidencia de la República Santa Anna y arrojando de la gubernatura oaxaqueña a Benito Juárez, el general Pinillos recibió una carta de la mismísima Chabelita Pétriz donde le decía al golpista militar que “contara con su corazón”. En cuestión de días tomó la gubernatura y a Chabelita, por lo que Máximo R. Ortiz se acercó a la ciudad de Oaxaca y en bares, cantinas y tabernas no dejaba de comentar que se iba a desquitar de su compadre Benito Juárez por haberlo encarcelado en el año de 1847. Hasta Juárez llegaron las amenazas hechas al calor de las copas de alcohol, pero ni aun así huyó del estado, quedándose a vivir con su familia en la antigua Antequera. El ardido de Máximo rentó una casa enfrente del Patricio de Guelatao y se dedicó a espiarlo para asechar sus movimientos y darle muerte con ventaja, sabiendo que el gobernador Pinillos lo dejaría en libertad por tantos favores recibidos, incluyendo los carnales. El 9 de marzo de 1853, mientras Juárez descansaba en su balcón junto a su esposa Margarita Maza, Máximo R. Ortiz disparó contra su antiguo amigo, afortunadamente sin tocarlo.
Juárez cerró la puerta del balcón para proteger a Margarita, se enfundó una pistola y atravesó la calle para ir a enfrentar al antiguo amigo, quien se había escondido cobardemente en su casa, previniendo a su esposa que no delatara su presencia en caso de que Juárez lo buscara. Al recibir la falsa noticia por parte de su comadre de que Máximo no se encontraba en el domicilio, Juárez “El Impasible”, por primera vez en su vida gritó: “Dígale a mi compadre que si quiere matarme que salga; pero que lo haga de frente ¡aquí lo espero!”. Después de un tiempo razonable de espera, Juárez se retiró escuchando las absurdas explicaciones de su comadre pero sin hacerle ningún caso. Las pompas metidas en la política son un desastre: en el arte sí valen. Les vendo un puerco Sandungo.
Doctor en Derecho, Cronista de Querétaro