FAUSTINO LÓPEZ OSUNA
Dámaso Murúa Beltrán (Escuinapa 1933, Ciudad de México 2019). A finales de la década de su nacimiento, se fundó el Instituto Politécnico Nacional, cuando apenas contaba con 6 años de edad. Hizo la primaria en su tierra natal, por entonces llamada la perla camaronera. Alguien lo orientó que podía estudiar desde la secundaria hasta profesional, precisamente en el IPN y emigró a la ciudad de México, donde realizó la carrera de Contador Público Titulado yAuditor. En su cabeza se agitaba un formidable mundo literario. Y una vez que aseguró su situación económica, inició su ejercicio de escritor autodidacta.
Aquí cabe una analogía: Mientras que Carlos Fuentes narra en Terra Nostra que en una taberna española de mala muerte se la pasaban Don Quijote de la Mancha y Sancho Panza, doliéndose de que no habían encontrado hasta entonces a un escritor que los rescatara en su obra (la escena ocurre poco antes del descubrimiento del Nuevo Mundo), hasta que dio con ellos Cervantes, Dámaso Murúa, en sus ires y venires por su tierra, no encontraba al personaje que necesitaba para rescatarlo, hasta que en una típica cantina tropical de techo de palma, de Escuinapa, se topó con Florencio Villa, al que apodaban “El Güilo Mentiras” y de ese encuentro alucinante se nutrió Murúa Beltrán, para bien de nuestra literatura.
Ya he contado que mi primer contacto con Dámaso Murúa Beltrán ocurrió cuando cursaba la carrera de Economía en el IPN. Fue nuestro maestro en Contabilidad de Costos.
Tres compañeros de grupo decidimos publicar el periódico estudiantil “El Colmillo Atinado”, apadrinado por Rius. Fue ahí donde dimos a conocer en la comunidad politécnica, varios de los “Doce Relatos Escuinapenses”, de Murúa, con los que empezó a dar a la luz su obra.(Recuerdo las ilustraciones de Naranjo).
Para las capillas literarias, la irrupción de Murúa Beltrán narrando lo del Gúilo Mentiras, fue algo inesperado. No tenía el aval de haberse graduado en la Facultad de Filosofía y Letras. Tampoco tenía mecenas en la administración pública ni partidistas. No les cuadraba su estilo, en su criterio purista.
Jubilado, Dámaso se dedicó de lleno a escribir y a batallar para ser publicado. Ya liberado de la burocracia, una vez me confió que el último ofrecimiento de trabajo que le habían hecho, había sido “del gobernador del Estado, Pancho Labastida”, en el proyecto Tres Ríos. Pero lo declinó. Con los años, llegué a preguntarme qué tanto influiría aquella declinación, para que se le cerraran las puertas de El Colegio de Sinaloa, a Murúa Beltrán.
Otro asunto que tuvo resonancia estatal (y nacional) fue su declinación al Premio Sinaloa de las Artes, el mayor premio en el arte que otorga el gobierno del Estado. A raíz de su fallecimiento, leí en la prensa local que Dámaso había recibido dicho premio del gobierno de Mario López Valdez (Malova), lo cual es la mitad falso.
Sucedió que estando el que escribe de director del Museo de Arte de Mazatlán, durante el gobierno de Jesús Aguilar Padilla, un día me habló por teléfono el culiacanense licenciado Jaime Félix Picos, de parte del licenciado Ronaldo González, director de Difocur, mi jefe inmediato, para solicitarme que, en base a mi amistad con Dámaso, le preguntara si estaría dispuesto a recibir el Premio Sinaloa de las Artes, en caso de que le fuera otorgado. Después de unos segundos, el maestro Murúa respondió: Sí. Se lo comuniqué al licenciado Félix Picos. Percibí su agradoy di por hecho que el asunto seguiría su curso. Pasaron los meses sin noticias. Hasta que me enteré por la prensa que el maestro Dámaso había declinado el premio. ¿Qué sucedió entre la aceptación y finalmente el rechazo? Me sentí avergonzado, pues yo había sido el enlace.
Y sin proponérmelo, presencié el epílogo del penoso asunto: creo que dos años después de que yo fuera galardonado con el Premio Sinaloa de las Artes 2012, no recuerdo bien si al entregárselo a la gran maestra de danza Alicia Montaño, se hizo entrega igualmente del efectivo del premio a uno de los hijos del maestro Murúa Beltrán, en el auditorio Bicentenario, del Instituto Sinaloense de Cultura, siendo aún secretario de Educación Pública y Cultura el licenciado Francisco Frías Castro.
A lo largo de la vida, ocurrieron sucesos que nos identificaron o involucraron, como la relación editorial que tuvo con Mario Arturo Ramos Muñoz, director editorial de La Voz del Norte, en la publicación de la revista Albatros de la UAS. Asimismo, tuvo a bien solicitarme que, conjuntamente con el escritor Juan de la Cabada, presentáramos uno de sus libros de relatos más completo, editado por el Instituto Nacional de la Juventud cuando lo dirigió Heriberto Galindo Quiñonez. La inolvidable presentación se llevó a cabo en la Sala Manuel M. Ponce, del Instituto Nacional de Bellas Artes. Finalmente, acabo de ser invitado apenas el anterior día 15 de junio, a participar en el homenaje póstumo al escritor, en el Auditorio Severiano Moreno, de Escuinapa, con la emotiva presencia de su familia, que trajo la urna con sus cenizas mortales; evento convocado por el H. Ayuntamiento de Escuinapa y la Asociación de Egresados del Instituto Politécnico Nacional de Escuinapa.
Descanse en paz quien fue capaz de rescatar del olvido al Güilo Mentiras, volviendo cuentos literarios sus cuentos orales: Dámaso Murúa Beltrán, el mayor cuenta cuentos sinaloenses.
* Econimista y Compositor