PRIMAVERA ENCINAS
Patricia lleva días en París, pero extraña México. Es inevitable, evoca la comida, su gente, sobre todo el clima. Aunque debe reconocer que estar en la Ciudad Luz, tiene su encanto.
Lo primero que hizo, después de conocer como buen turista la torre Eiffel, fue recorrer el Barrio Latino, ese ambiente cultural, donde estudiantes y bohemios, han debatido la cultura desde la Edad Media. Se ha sentado en uno de los numerosos restaurantes al aire libre, donde se puede contemplar el ir y venir de los ajetreados parisinos, tal vez un músico, un político, o un filósofo en ciernes que debate mentalmente con Sartre y Camus.
A pesar de que ha disfrutado del Louvre y Versalles, siempre vuelve a las librerías, buscando ejemplares raros, así como a los locales de Montparnasse tratando de encontrar en el Siglo XXI, alguna pista de Hemingway.
Bebe interminables tazas de café, preguntándose por su carrera de literatura. Sólo le faltan unas materias y la tesis, pero con eso tiene para que su padre, desde Monterrey, la tache de irresponsable.
–Saliste igual que tu familia materna –dijo el otro día por teléfono– Si crees que te seguiré manteniendo estás equivocada, así que vuelve al país y dedícate a algo productivo.
Siempre estuvo en desacuerdo con su elección vocacional, pero mientras el señor se queja desde el otro lado del Atlántico, Patricia sólo puede escribir en unas hojas sueltas:
Tras la cortina te ocultas, debatiéndote en lo que pudo ser y no fue. Aún recuerdas España, París. El mundo se te abrió muy rápido, siempre a la sombra de un hombre que te impactó con su porte y elocuencia. Puedes evocar los cafés interminables hablando de arte y poesía. A su corta edad, Octavio lo dominaba todo. Sabía de política, cultura, historia, literatura. Te enamoró su forma de abordar las ideas, decidir cuándo a ti te era imposible. Por las calles del centro te tomó de las manos, después probaste el elixir de su boca.
Te casaste muy joven, no esperabas dejar la escuela pero lo hiciste. Aunque tu intelecto podría ir a la par, debías ocultar el brillo permanente de tus ojos. Conociste los aires republicanos de España. Conversaste con mentes subversivas e independientes.
Fuiste madre, esposa, compañera intelectual. Cuando quisiste ingresar al mundo del teatro, él te apoyo. Rompiste con los esquemas establecidos. Ninguna mujer sobresalía como dramaturga hasta que apareció tu obra: Un Hogar Solido. Pero eso jamás fue tu principal carta, ya preparabas lo que sería una de las mejores novelas mexicanas, inaugurando el Realismo Mágico con Juan Rulfo.
¿Acaso el trabajo literario aceleró tu divorcio? Nadie sabe lo que ocurre en un matrimonio a puertas cerradas, pero tal vez te hartaste de su carácter dominante y su necesidad de control. Viajaste a Europa y al regresar, publicaste la novela: “Los Recuerdos del Porvenir” en 1963.
No tiene idea por qué Elena Garro la obsesiona tanto. De hecho, prefiere a Paz y conoce bastante del representante de la Casa del Lago. Es solo que desde que llegó a París, y conoció el barrio donde vivió la escritora, no deja de pensar en Elena. Tal vez, se deba a que participó en una obra de ella en la universidad. Una mujer excepcional en situaciones excepcionales, concluyó en ese entonces.
Mientras bebe café, sigue escribiendo:
Siempre pesó la figura de tu exmarido. Aunque muchos te considerarían una de las mejores escritoras mexicanas después de Sor Juana Inés de la Cruz, no lograste la fama debida, en especial, cuando tras el movimiento estudiantil del 68, los intelectuales perdieron la confianza en ti.
En tu casa de Cuernavaca te asomas por la ventana con miedo. Has pasado dos décadas de exilio. Tu vida jamás fue del todo cómoda en Nueva York o París. Extrañabas la comida y el clima de México, sus costumbres, el merolico de las esquinas.
Ahora que has regresado, el país te parece amenazante. Casi no sales, y pasas serios problemas económicos. Escribes con desesperación. Tu genio necesita plasmarse en las letras, pues es lo único que te mantiene con cierta cordura. Te publican añorando los primeros libros. Hay quien afirma que tus nuevas producciones no poseen la misma calidad. Te encoges de hombros. Sólo el amor y fidelidad de tu hija te ayudan a sobrevivir. Dicen que jamás recibirás la fama merecida, mientras Paz controle el panorama cultural de México. A estas alturas, ya no te importa. Si hubo algún odio, se mitigó con los años. La escritora ha superado a la mujer, aunque a veces te quiebras ante la falta de recursos, el dinero escasea.
Entre sueños, evocas a la jovencita que soñó con volar. El universo era inmenso, no había barreras de ningún tipo; entonces se mezcla con la mujer que amó y fue amada, que lloró y se frustró. Tal vez no hubieras escrito “Los Recuerdos del Porvenir” sin esas experiencias. Posiblemente la calidad de tus obras esté en relación a la intensidad de los sentimientos. El dolor y la alegría se mezclaron para formar cada uno de los personajes. Son entrañables y humanos porque reflejan tus propias fortalezas y errores.
Eres tu obra Elena Garro, y a pesar de que es difícil comprenderlo, hay cierta satisfacción en tu semblante. Nadie, y mucho menos él, podrá arrebatarte la genialidad, por lo que cuando el aire mece las cortinas de tu ventana, jalas agradecida el picaporte sumergiéndote en la inmensidad de la noche.
Patricia deja la pluma sobre la mesa. La tarde es cálida, la brisa la acurruca como tierna caricia, pero sus dudas siguen fluyendo: ¿alguna vez me pasaría algo semejante? ¿Me veré sobajada a un hombre, tratando de ocultar el talento?
Ser escritora es su más cara ambición, aunque aún no se lo ha comunicado a sus padres a sus veinticuatro años. Hay tantos retos, como terminar la carrera, independizarse, viajar, y por qué no, mudarse a Europa finalmente.
Abandona el restaurante, y se dirige a las orillas del Sena, donde todo parece un poco más claro.
¿Cómo te encontraste a ti misma Elena? ¿Qué debiste hacer para no caer en el abismo?
Fueron conocidos los síntomas de Elena al final de su vida. Posiblemente desarrolló una depresión y experimentó carencias económicas. Patricia compara el exilio de Elena, con su propia evasión de la realidad. ¿No es acaso lo que estoy haciendo? Medita por un segundo.
Se fue a París, en vez de retomar el semestre. El dinero de la abuela no será eterno, y entonces se quedará sin ningún futuro que justificar ante los otros y sobre todo ante sí misma.
¿Qué futuro esperabas Elena? ¿Qué futuro espero yo?
Una ola de ansiedad la recorre. Sin embargo, Nuevo León está muy lejos, y si quiere ser escritora, lo cual realizará tarde o temprano porque lo lleva en la piel, debe abrirse no sólo a la contemplación sino a un sinnúmero de experiencias, que continuaran en ese instante o cuando ella lo decida.
*Autora, Psicóloga, Ciudad Obregón , Sonora