VERÓNICA HERNÁNDEZ JACOBO
Nunca contradigas a un médico, pues corres el riego de ser internado… si esto no es la encarnación del mal que puede ser.
El discurso religioso siempre ha pontificado el bien en los sujetos, pero tal pareciera que hay un goce en hacer el mal y dañar al prójimo, esto lo plantea Freud de manera muy clara en su texto El malestar en la cultura “mi prójimo es de entrada una invitación a excederlo”. Lacan elabora una teoría de la agresividad a partir del estadio del espejo, donde mi semejante, la imagen que el espejo me devuelve de mí mismo como otro organizado, es condición necesaria de odioamoramiento, por decirlo de manera neologistica, es lo que Lacan nos enseña.
Si el Otro es malo, a qué Santo encomendarnos, se ve en el campo de la política, si los líderes son contrariados aparece el mal, aunque vengan de la santa misa, o de impartir un taller de desarrollo humano, o un cursillo de paz, ésto es sólo slogan político. El mal es la esencia del sujeto y sólo falta una idea contraria al sujeto entredicho, para que lo demoniaco haga acto de presencia. El Estado hace creer que persigue el mal, cuando realmente lo encarna, veamos también el caso de los predicadores humanistas en las universidades, su cara real es el mal, donde con su predica de la beatitud o de un “humanismo ramplón” creen estar inmunizados para hacer el mal, pero cuando los ponen en una función de autoridad descargan el mal sobre el prójimo, de manera sádica y espuria, hay casos de dominio público en todas las esferas.
El odio es algo estructu-Real, por no decir natural, no tengo la menor duda que cada vez se naturalizará la creencia de que con fármacos se acabará con el mal, odio, cólera y agresividad, menos mal que son sólo creencias, aun así, no dudo que lo lleven a cabo, pero más que razones biológicas, son formas pulsionales de descarga necesarias para el sujeto, incluso para la conservación de la existencia, si el otro es malo aparece en nosotros la función de presunta víctima. Todos de alguna manera somos rehenes y víctimas del otro, encarnado en el poder, desde ahí ejerce su autoritarismo produciendo víctimas al por mayor, líderes, gobiernos, incluso desde puestos directivos al semejante se convierte en víctima.
Frente al mal como condición humana la paranoia es su defensa, ello implica que el sujeto siempre me defienda de las miradas, de las palabras y de los gestos, ya que es posible que el otro encarne el mal también en mí, miradas, voces todo ello esconde male-violencia, maldecido, maldecir, mala vibra, mal de ojo, maldito, martirizar al otro es un acto maléfico pero que a algunos satisface, tal pareciera que el mal no le teme a la ley, tampoco a las consecuencias, ni a la sanción, el mal no tiene pudor, como si hubiera, una satisfacción insana en su ejecución.
La maldad se ejerce en los lazos sociales, familiares, incluso contra uno mismo al meterse al cuerpo un mal, desde el alimento que infarta, hasta la droga, la tacha, u otros alcaloides, que aparentemente generan un beneficio banal, pero que sentencian al mal, a los usuarios, el pleito casado entre los casados, amantes, novios, y toda la fauna humana, casi nadie en la condición humana escapa al mal, incluso cuando el sujeto reprime una palabra, paga por ello con consecuencias sintomáticas. La paranoia entre los sujetos son formas locas de conectarse los unos con el Uno, el que regentea los goces, el que supondría ser garante de unicidad, Dios, pero aun este personaje vestido de divino, ejerce en su “infinita sabiduría” el mal al otro que no se porta bien, por eso, ni a cual santo encomendarse, Dios es un mal.-encarado en el bien, vestido de beatitud.
Lo que nos hace creer que somos buenos, esto es parte del responso eclesiástico, es que el mal que nos habita lo queremos exorcizar, atribuyendo el mal al otro, de algún modo querer ver la paja sólo en el ojo ajeno, y sentir mediante esa proyección paranoica el sujeto se mantiene a salvo de toda maldad. Algunos se lo creen y gritan que son incapaces de dañar al otro, es claro que sólo será parte de la exclamación de la ignorancia galopante que nos empuja al vacío insignificante de lo que ha devenido humano, demasiado humano.
*Doctora en Educación