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ENTRE EXCUSAS Y MENTIRAS

By martes 30 de abril de 2019 No Comments

JAIME IRIZAR

Amplio es el espectro de las razones para expresar, presentar una excusa o decir una o más mentiras. En mayor o menor grado, todos mienten, señalaron algunos filósofos clásicos y reiteran en la actualidad, algunos personajes del cine y la televisión como es el Dr. Mouse. Al oír esta aseveración, el tonto de mi pueblo replicó: “Yo no miento nunca, claro está, que con la excepción hecha del caso en que simplemente no digo la verdad”. Siempre admiro las expresiones populares que nos regalan pensamientos tan profundos como incuestionables. Retomando el tema, comento que una excusa es frase o argumento que pretende aminorar responsabilidad o sentimientos de culpa, evitar sanciones o castigos, o preservar la idea de dignidad que de nosotros se tiene. Las excusas, mismas que con frecuencia se entienden como mentiras, sirven o deben servir para lograr un propósito o fin particular; aunque hay quienes mienten sólo por el placer de hacerlo. Maestros, padres de familia y patrones, son los que con frecuencia están en contacto y lidiando con excusas y mentiras, de tal suerte que se les desarrolla un olfato especial que les ayuda a detectarlas con facilidad y en base a un criterio demasiado humano, las dimensionan, entienden y toleran, aceptándolas como “unas verdades justificadoras”, en aras de no romper con la relación de afecto y simpatía que priva entre ellos. Claro, que esta tolerancia es menos frecuente que suceda en relaciones laborales, en la que el umbral de comprensión del patrón o del jefe inmediato, es menor que el de los dos primeros.

En casi todos los ámbitos de la vida social se manifiestan con claridad mentiras y excusas, pero es en relaciones amorosas, política, justicia, la práctica de hobbies como la caza y la pesca, donde aparecen con mayor frecuencia. Sin olvidar, que es en las charlas que se suscitan entre hombres que gustan de presumir capacidades sexuales, donde más se exacerba esta costumbre. No puedo concebir un enamorado exitoso que no mienta, que no recurra al elogio exaltado y reiterado, como estrategia de conquista, pues dice al oído, por regla general, las frases que quieren oír, mismas que no siempre son compatibles con sus atributos físicos e intelectuales, o con la posibilidad de lograr lo que se promete. Parecido es el caso de los políticos que aspiran ser exitosos, quienes reconocen que nunca podrán ascender en sus esferas sociales o alcanzar metas y aspiraciones, si no externan hasta el cansancio, lo que su entorno o pueblo quiere escuchar; lo hace a base de estructurar promesas cimentadas casi siempre en mentiras. Hablan de aquello que resolverá de manera fácil las necesidades de los seguidores y les otorgará el nivel de bienestar al que siempre han anhelado. Por otro lado, es imposible pensar, que un indiciado legal, de buenas a primeras relate ante el juez, su participación culposa del delito imputado, para recibir en consecuencia las penas mayores, en virtud de que sabe bien que mentir tiene que ayudarle a aminorar su sentimiento de culpa y su condena, y por obligación lo hace. Sucede lo mismo en los ámbitos del periodismo y las relaciones diplomáticas, en las que el decir la verdad absoluta no siempre vende, ni trae de inmediato ventaja alguna a los países representados.

En aras de citar ejemplos de mentiras y excusas, les diré que en una ocasión en que estaba platicando entre amigos, mi afición a la caza y la pesca, al grado tal, de llegar a tener en varias ocasiones, conflictos con mi familia por la forma tan compulsiva de llevar a cabo éstas prácticas. En esa reunión, les externé en confianza, que en mis años mozos agarré una gran experiencia en el manejo del rifle y en la caza de animales del campo, que, en una sola noche, en menos de tres horas, maté más de 59 conejos, algunos de ellos, lo dije sin el ánimo de presumir, les disparé cuando iban a toda carrera. Esto lo dije con apego a la verdad, cosa que en realidad nadie me creyó. Y en clara respuesta y reto, uno de los presentes, ingeniero de profesión, se apresuró a decir que eso no era nada comparado con la historia que quería narrarnos, la cual versaba sobre una perra que él tenía, de la raza pointer inglés. Con pedigrí, bonita y bien adiestrada en las lides de la cacería, de tal suerte que en cuanto veía que nos estábamos alistando para salir de aventuras por los campos de la región, se trepaba en la caja de la camioneta para avisar con ladridos jubilosos a sus compañeros, que no la fuéramos a dejar, que ya estaba lista y que ella cumpliría como siempre con la parte que le correspondía en esta aventura cinegética. Quiero aclarar, decía el ingeniero, que ésta perra era tan hábil como nosotros lo somos para estas actividades, y que no sólo nos anunciaba con un ladrido apagado, la presencia de liebres y conejos que en el camino veía, sino además, que una vez que habíamos disparado y dado muerte al animal, ella con una rapidez asombrosa saltaba y corría tras la presa para que algunos segundos después se encaramara gustosa de nuevo de un sólo brinco, a la caja de la pick up, con el conejo o la liebre en su hocico, según fuera el caso, pero con la pieza totalmente lista, limpia, sin piel ni entrañas, y respetando toda la carne que habríamos de consumir, ya lista pues para enjuagarla y echarla a la hielera. Mejor imposible, terminó diciendo el narrador, tras lo cual observaba con detenimiento los rostros de asombro de quienes conformábamos la audiencia, para identificar con precisión quien iba a ser el osado que pusiera en duda lo dicho. Ante dos ¡epales! espontáneos de incredulidad que escuchó, nos dijo categóricamente el ingeniero: si no saben de cacería o de perros amaestrados, mejor ni opinen, porque ustedes saben bien que yo nunca echo mentiras. Hoy por hoy, cuando de evaluar a una empleada o a un trabajador se trata, y ellos llenan muy bien el perfil de excelencia, decimos todos en tono de broma, y con el mayor de los respetos y honestos reconocimientos: es más eficaz, eficiente e inteligente que “la perra del ingeniero”.

A propósito de excusas y mentiras raras que de la boca de trabajadores han salido para justificar el incumplimiento de una tarea en particular, me ha llamado mucho la atención la que a continuación les narraré, por extraña e inusual, en virtud de que fue expresada por un adulto joven que vive en rígida sociedad de claro enfoque machista. Resulta que esta persona en referencia, estaba citada a una junta de trabajo importante en la cual él tenía que entregar una información de trascendencia para él y su empresa. No sólo no acudió a la reunión en la fecha programada, sino que tampoco contestó llamadas o respondió ningún mensaje de Whats App, durante los dos días posteriores al evento. Conforme transcurría el tiempo, su jefe de la obvia preocupación por su empleado, dio franco paso a la ira, al convencerse que falta tan grande debería tener su origen y base en descarado desacato o gran irresponsabilidad de quien tenía más de 23 años en la empresa. Por tal razón llamó a un hombre de sus confianzas, y le encomendó que lo buscara por mar y tierra y lo convenciera para que acudiera a la oficina central y diera a conocer los motivos de su ausencia laboral, misma que, ponía en riesgo su permanencia en la empresa. Después de insistírsele mucho, y medianamente convencido, dicho trabajador acudió a dar las explicaciones del caso. ¿Por qué has faltado tantos días sin avisar?, le inquirió con gesto duro el jefe, disponiéndose enseguida a escuchar las justificaciones más comunes que utilizamos para tratar de que comprendan y perdonen la falta. El amonestado, cabizbajo y abochornado por la conducta que le podría costar el empleo, se armó de valor y le espetó de manera directa lo siguiente:

“mire jefe, resulta que la noche anterior a la junta intenté tener relaciones sexuales con mi esposa y no se me “paró” en toda la noche, y eso me trastornó mucho, me desubicó mentalmente y afectó seriamente mi relación de pareja”. Tras esta expresión tan inusual como sincera, se generó una pausa densa, compuesta de asombro, incredulidad y extrañez, que dio pie a la reflexión y generó un ánimo de comprensión sobre lo dicho. Después de esta excusa emitida, el jefe pasó de la ira contenida a la consideración más grande a su subordinado y, dijo con una sonrisa a flor de labios en un tono doctoral, con eso basta muchacho, eso es todo por hoy. Mira, vete a tu lugar de trabajo seguro de que las cosas van a quedar igual, porque reconozco que no tengo, ante esta excusa tan rara y difícil de externar, nada que decirte. Excepto el recordarte que no te contratamos como semental, y que esta empresa se dedica a la producción de bienes y servicios desde hace más de 45 años y por ende es lógico suponer que, aunque no lo digan, hay muchos compañeros tuyos que seguramente tienen problemas similares y no por ello dejan de asistir a laborar o se encierran en sí mismos o en sus cuartos a llorar su desgracia. Que baja productividad tendría la empresa si todos actuaran como tú. Que soledad tan espantosa se vería algunos días en la oficina ante la espantosa epidemia de disfunción eréctil que en ocasiones sufrimos las personas mayores. Actualmente, le dijo para finalizar el sermón-amonestación, hay muchas medicinas que sirven. Te regalaré una caja inicial, con la condición única que me dejes felicitarte por tu hombría, perdón, quise decir valor civil y me permitas sonreír por tan, pero tan original excusa. Vuelve a tu área de trabajo, tienes mi confianza y el afecto restaurados.

En otro orden de ideas, cabe mencionar que en mi tierra como en otras partes del país, la mayoría de las charlas coloquiales en la reunión de amigos, privan y giran en torno a muchos temas, pero de manera invariable hace su aparición aquellas, que, con fines de presunción, versan sobre el número de veces que pueden tener relaciones sexuales. Sobra decir, que entre mayor sea la edad de los integrantes del grupo, más frecuente es el tema y más grande la exageración sobre sus habilidades amatorias. Cito esto, porque es una gran verdad que nadie entre los hombres quiere pasar como gallo en las últimas, o como alguien que tiene un pene que tan sólo le sirve para orinar. Esta costumbre de demostrar con números la hombría, nos obliga a mentir. De ahí, y por el hecho de ir contra toda lógica y costumbre, es que no entendí nadita la excusa del trabajador antes citado. Tengo por cierto que nunca es recomendable escupir para arriba.

A propósito de ello, les cuento que, en la esquina de la casa de mi hermano, fue por mucho tiempo un punto de encuentro diario de amigos que servía para el abordaje de todo tipo de temas con un lenguaje rudo y lleno de bromas con connotaciones sexuales explícitas, como es lo usual en mi tierra. En eso estaban, entre risa y risa, platicando aventuras reales o ficticias, cuando pasa por la banqueta entre ellos una muchacha de muy buen ver, con un cuerpo escultural, que se detuvo un instante ante la bola de pícaros para saludarlos, ocasión que mi hermano aprovechó para echarle flores y presumir galanura diciendo en voz alta: “a ésta muchacha en menos de lo que canta un gallo, le hago unos cuates”, despertando en los presentes, tras esta breve expresión unas fuertes carcajadas que invadieron todos los hogares de la cuadra y despertando algunos niños con su alboroto. Nadie observó, que justo en ese momento iba saliendo la esposa, mi cuñada, misma que escuchó íntegramente lo dicho por mi hermano. Al notar todos su presencia, se hizo un silencio denso, duro que se podía cortar hasta con un cuchillo, con mayor razón cuando la susodicha externó con toda la furia del mundo: “a mí hágamelos, no a esa jovencita que lo puede matar en el intento, ándele déjese de payasadas y tonteras, métase a poner el pijama en lugar de andar presumiendo ante estos vagos que puede tirar su escasa semilla en surcos ajenos”. Como si fuéramos dolientes de un funeral, uno a uno dejamos la charla, matamos la reunión y aprendimos la lección de saber dónde y cuándo echar mentiras. Hasta para eso hay que tener gracia, concluimos todos.

Mi hermano en mención, es un hombre muy generoso y solidario, muy respetado y querido en el pueblo, de profesión abogado y notario público. Un día, uno de sus muchos amigos, agradecido por favores concedidos, lo invito a dar una vuelta en su avión. Cansado de tanta insistencia, mi hermano, aun con el miedo que les tiene a las alturas, por fin accedió a ir con el piloto su amigo. Fijaron la hora y lugar. Cuando se llegó el plazo, con mucho entusiasmo y puntualidad el piloto tocó la puerta de la casa de su amigo para llevarlo a pasear y comer en una ciudad vecina, y congratularse así, con quien tanto lo había ayudado. El invitado todavía en pijamas y con una mano sobre la mandíbula y un rictus de dolor en todo el rostro, le dijo a su amigo: “mira Wenceslao, te voy a quedar muy mal hoy, pero resulta que anoche no pude dormir un minuto por causa de un maldito dolor de muelas que me estaba matando”. Impresionado el piloto le dijo: “no se preocupe licenciado, primero está la salud y luego la diversión, váyase con el dentista y vuélvase a dormir, que ya habrá en lo futuro muchas ocasiones en que le pueda demostrar mi afecto y gratitud. Tras cerrar la puerta, la esposa le dijo en tono molesto, “que bárbaro, de veras que tú tienes vicio en echar mentiras. Cual dolor de muelas, si hace más de catorce años que traes placas dentales”. Que quieres que haga mujer, uno es así, miedoso y mentiroso, además de esta forma no duelen tanto mis desaires, ni se afectan mis relaciones de afecto y amistad.

Tengo tantos hermanos, con tantas historias y anécdotas curiosas ,a las que por lo regular recurro para desarrollar mis artículos. Hoy, para efectos de señalar extrañas excusas, les cuento que otro de mis hermanos y yo, ya casi de madrugada íbamos de Pericos rumbo a Guamúchil, cuando a la orilla del camino vimos a un joven de unos 16 años, maniobrando a una burrita para acercarla a una lomita que igualara alturas y propiciara posiciones idóneas. Mi hermano de sopetón paró el carro para decirle: “¿ hey burrero, te quieres chingar a la burrita verdad?” No la chingues Moni, respondió muy acongojado, quien a sabiendas de que, aunque el bestialismo es práctica común en los pueblos rurales, si esto se divulgara tal cual, en su comunidad, le iba a afectar mucho en su reputación ,principalmente con su novia, familia y amigos, por lo que rápidamente dijo: “agarra la onda Moni es que amanecí muy crudo”. No le vayas a contar a nadie del pueblo esto por favor. Si tú, mira nada más, que clamato preparado, y que chilaquiles tan picosos te ibas a echar para calmar tus males. No te apures Mayo que yo te guardaré el secreto. Que te aproveche la medicina, le dijo mi hermano de despedida. Otra excusa de mención es la que expresó la esposa infiel del rancho, misma que fue sorprendida por su marido, desnuda en su lecho matrimonial, teniendo que veres con su compadre, quien, al ver el rostro iracundo, y fúrico ocasionado por la traición le dijo con energía al marido:¡espérate Julián, no es lo que tú crees mijo! Déjame ponerme la ropa para explicarte con calma todo, porque lo que es Tú, lueguito agarras monte. Siempre has sido muy mal pensado.

Quiero cerrar esta entrega reconociendo que también tengo en mis registros mentales, excusas y mentirillas anecdóticas que intentaron justificar mis correrías, y que son dignas de contar, pero las dejaré para otra entrega, ya que tenga la anuencia de mi familia, pues a estas alturas del partido no debo ni quiero afectar mi relación con mi esposa, sobretodo porque últimamente dependo de ella hasta para subirme a la cama a dormir. Finalizo señalando, que decir la verdad en todo momento, no siempre es una virtud. Tan sólo imagínense un día en el que al amanecer le digas a tu esposa que esta fea, despeinada, sin maquillaje, con aliento poco grato y después le pidas desayuno. Imagina también que al salir de tu casa le digas al vecino, a tu jefe, a los políticos, o a tus amigos, exactamente lo que piensas de ellos. Además, que cuando te topes con un retén de gente armada, autoridades o no, te rebeles verbalmente a la revisión, a sus instrucciones y los amenaces con apego a la ley o a tus derechos humanos.

Seguro recordarás que las fuerzas de los cañones callan bocas y verdades y quitan lo claridoso. En fin, la verdad dicha a todos y en todo momento, atenta contra la convivencia pacífica y la integridad física. ¡NO LO OLVIDES!

* Autor y Médico

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