MIGUEL ÁNGEL AVILÉS
Pienso que, en eso de tratar de cambiar lo que no nos gusta como sociedad, estamos involucrados todos. Si sobre tal afirmación no hay duda y decirlo no es ya un lugar común, entonces que por los ciudadanos no quede y vamos haciendo conciencia cívica en nuestra vida diaria.Lo digo porque estamos acostumbramos a reclamar al servicio público sobre lo mal que pueden estar la situación, ya sea en la ciudad en la que vivimos o en el país entero.Lo aplaudo.No creo que nos falte razón pues no hemos tenido así que digamos carretadas de funcionarios para presumírselos al planeta entero y además estamos ejerciendo un derecho, pero esa exigencia siempre tendrá mayor peso, si también ponemos el consabido granito de arena para que todo vaya por buen camino y evitamos ser tan impropios como los que a diario cuestionamos.Y es que puede que haya malos manejos del erario, puede que un policía extorsione a media docena de parroquianos cada fin de semana, puede que ese parque esté abandonado o puede que esa calle este llena de baches.
Puede que esa basura esté ahí todavía porque el camión recolector no ha pasado, puede que nunca vino la patrulla cuando la solicitaste de emergencia, puede que esa lámpara esté quebrada y puede que esa banqueta de la esquina esté intransitable. Sí. ¿Pero de este lado de la ciudadanía somos diferentes a ese modo de actuar?Recuerdo: Frente a la colonia Fovissste corre el bulevar Solidaridad y, en este punto, se encuentra un puente desde hace muchos años para que el peatón evite riesgos cuando quiera cruzar de un lado a otro.Se habla de que alguna vez hubo un accidente irremediable y, luego de esa desdicha, se exigió por los vecinos, o el Ayuntamiento tomó la iniciativa de construirlo para prevenir otra desgracia. Sin embargo, no siempre el transeúnte lo utiliza, diría yo que muy pocos y se opta por esquivar carros, como toreros frente al toro o apostarle a la luz del semáforo para atravesarse. Esa aventura no es responsabilidad de nadie más que de quien decide, decidimos, desafiar a la suerte.En otro ejemplo: hace un par de días, en la secundaria 24 a muy temprana hora, podíamos ver cómo el conductor de un camión urbano de la Línea 18, unidad 312 se detenía para subir pasajeros pero lo llevaba a cabo al ahí se va, sin utilizar la parada que tiene para ello o sobre la que le dio flojera estacionarse , sino que , presuroso o insensato, prefería subirlos deteniendo tantito nomás su propia marcha sin importarle la posibilidad de un choque por alcance o el atropellamiento de la señora que se aventuró a correr o de la estudiante que la seguía.O en alguna reunión o en los comentarios de pasillo o en la recepción cuando se espera la atención en una oficina, no faltan los que se jactan de haber sobornado a una autoridad o haber apresurado su trámite o el haber tenido éxito en su encargo, a partir de que fue generoso ofreciéndole unas monedas al de la ventanilla o a quien le correspondía firmar el papel que ahora ya le entregaron rápido debido a lo que él llama vagancia, no corrupción.
O el que no le importa arrojar un bote de refresco desde su carro, o la que avienta a donde caiga la bolsa de sus chicharrones con chile cuando camina en el centro de la ciudad o el que le vale si el día correspondiente y sale de su casa o muy noche o muy temprano, espichadito, para dejar en la puerta del vecino o en el espacio común de la colonia, un colchón viejo, un costal de zapatos en desuso, un altero de pañales desechables o los despojos de su gato muerto, creyéndolo que nadie lo ve.O los que humillan a un semejante o actúan, clasista o racistamente hacia contra otra persona (mientras no sean vistos o no lo graben) Estos mismos personajes son los, que en la noche, están frente al televisor o le dan lectura a El Sol de Hermosillo e, indignados, repudian o arremeten contra esos hechos en los cuales se involucra a tal senador, a un presidente, al alcalde de San Donquieran, a esa diputada o al secretario de Gobierno de aquel Estado.
Como ellos, hay otros, habemos otros que, en periodos electorales o cuando ya los ganadores ejercen su encargo, descalificamos a unos de tajo porque fueron, han sido o siguen siendo pillos en su modo de trabajar o, de plano, evidencian su incapacidad para realizar lo que les compete y se apuesta por otros creyendo que su sola presencia hará que cambie el estado de cosas.
Luego nos quedamos cruzaditos de brazos, pensando que hasta ahí llegó nuestro deber. A partir de ese momento, la decencia sólo es exigible a la clase política que ganó y el pueblo bueno responsable no es garante de nada: si es inmundo y participa en algún acto reprobable e incivil es pacata minuta en comparación a lo que vemos en los políticos de que estemos amolados y de que esto no cambie. Falso.
Si aspiramos a un país mejor y, claro, a una ciudad mejor para habitarla, el compromiso para alcanzar el objetivo es general.Pero no hace falta que nos pongamos a certificar unos a otros. No. Si hay voluntad y poquita vergüenza para saber cómo andamos y que tanto estamos aportando, es la conciencia el juez más implacable que tenemos.
* Abogado y Autor Sonora / BCS