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SOLTANDO AMARRAS

By lunes 1 de abril de 2019 No Comments

JAIME IRIZAR

Soy el capitán de mi propio barco, sé muy bien el rumbo que tomaré y las condiciones físicas del mismo. Tengo por cierto que el paso del tiempo ha hecho sus estragos en la quilla, pero mantiene casi inalterable el timón. Sé, que es hora de emprender el vuelo. Tal vez el último, por eso ha de ser con vientos en popa y la mar libre de tempestades, para hacer de esta travesía inevitable un derroche de paz, fe y serenidad.

Inicio de esta forma alegórica mi colaboración para contarles una historia que habla de un viaje especial que un amigo está a punto de emprender.

Pero antes déjenme decir, porque viene bien al caso; que mi padre decía ¿si quieres saber cuándo un hombre se hace viejo?, hay que observar detenidamente algunos aspectos que te dejarán sin duda, de forma clara el diagnostico. En primer término, reiteraba, que los de edad avanzada somos de caminar lento, y al hacerlo echamos los codos hacia atrás, tal vez como una manera de hacer contrapeso para guardar el equilibrio y sentirnos más seguros. Otro signo a observar, es la forma de bajar una escalera, pues lo hacemos bien asido al barandal, escalón por escalón, siempre procurando que vayan quedando los dos pies en cada uno de los escalones. Con la edad avanzada empiezas a ver con dolor y nostalgia, que se van extinguiendo los miembros de tu generación; de tal suerte que tus energías y tiempos restantes, se te van en acudir a velorios y entierros. Sobra decir que cultivamos la constante manera de hablar de glorias y tiempos pasados, tal vez, inconscientemente sabemos que ya no podemos hacer muchos planes para el futuro. A propósito de ello y pasando al tema central les platico que hace cosa de mes y medio me llamó un buen amigo, mismo que cursó junto conmigo la primaria en el internado infantil y dos años más de la secundaria, la que dejo trunca en virtud de que a su padre lo trasladaron por cuestiones de trabajo a otra ciudad. Pese a ello, nuestra amistad se mantuvo casi inalterable por medio de la telefonía y las visitas que con frecuencia realizaba a la ciudad donde yo vivía. Un día me dijo, Jaime te quiero pedir el favor especial de que hagas el mejor de tus esfuerzos y vengas a verme al lugar donde vivo, ya que yo no puedo ir al tuyo y necesito hablar largo y tendido contigo. Si tienes algún problema para trasladarte hacia aquí, sólo házmelo saber y lo resuelvo de inmediato; de verdad, necesito verte. Extrañado por tan vehemente petición, respondí, que en tres días estaría con él. Que era promesa en firme.

Viejo y médico que soy, pensé que tal vez algo serio, relacionado con su salud, me habría de tratar. Arregle pendientes y me encaramé a un autobús que me llevaría al encuentro con el amigo de siempre. En el trayecto recordé con agrado las aventuras de infancia y adolescencia que vivimos juntos. Cabe decir que, al llegar a mi destino, personal a su servicio tenía claras instrucciones de recibirme en la central de autobuses y de hacerme llegar sin dilatar hasta su habitación. Llegue para tal efecto a una gran mansión, ubicada en la zona de mayor prestigio en la ciudad donde residía. Cual sería mi sorpresa al ver a mi amigo postrado en su cama, en condiciones físicas más deplorables, mismas que me hicieron contener el llanto y evocar en automático y por partida doble, la complexión atlética con que lo recordaba y a la par me vino al a mente, el tango titulado: “la cama vacía”. Disimulé mi sorpresa con prudencia para no hacerlo sentir más mal de lo que estaba, y venciendo la reacción afectiva inicial, así como asumiendo una actitud profesional, me acerqué al borde de su cama y me senté al nivel de la cabecera, para saludarlo con mucho gusto y tristeza a la vez.

Aquí estoy Javier, a tus órdenes, como siempre, le dije: Con voz quebrada y el rostro iluminado por una franca sonrisa me respondio: “no sabes cuánto aprecio tu visita. Muchas son las razones por las que te pedí que vinieras. Tu sabes bien que yo he sido toda la vida un hombre de mucha fe, que de siempre he creído en un ser supremo, todopoderoso, sólo amor, pero que nunca he sido profesante de ninguna religión. No necesito platicarte hoy nada sobre mis enfermedades o mis condiciones de salud que son demasiadas obvias. Cierto es, que la edad, los descuidos y mis excesos en la vida, me están cobrando la factura, cosa que acepto con resignación. Pero lo que quiero que en realidad sepas, es que al ver mi familia que están revoloteando como zopilotes sobre mi cama que han sugerido hasta el cansancio, que tenga un encuentro con un sacerdote, para que charle con él y tenga la paz y la fe espiritual suficiente, misma que se requiere para emprender este viaje final. No me lo dicen así, pero yo así lo entiendo. Ante este ruego tan reiterado, pensé que en lugar de un representante religioso desearía mejor hablar con uno de mis mejores amigos y en base a ello, pensé en ti. Recordé que durante los años que convivimos te distinguiste entre otras cosas, porque poseías la virtud de saber escuchar. Y esto es lo que realmente necesito. Alguien con quien realizar un ejercicio de catarsis, para que, sin críticas, culpas, vergüenzas o sentido del pecado, pueda exponer lo que siento en relación a lo que fui, esa necesidad me da vueltas y vueltas en la cabeza causándome inquietud.Con respeto sea dicho, no requiero de ti ningún aliciente, ni consejo médico,a estas alturas del partido, ya nadie me puede engañar. Más bien, te quiero a mi lado en calidad de buen escucha, para hacer juntos un recorrido mental por todas las etapas de mi vida y vaciar mis maletas de recuerdos gratos e ingratos, para poder viajar ligero como escribió el poeta. Sé que con este ejercicio saldré fortalecido, no me desesperaré ni lloraré cuando llegue mi hora, que está más cerca, y sabré enfrentar con madurez esta etapa de mi vida como asumí las más buenas de ella. Quiero en síntesis volver a andar el camino, para encontrarme con mi madre, mi padre y mis hermanos que se fueron, decirles cuanto les quise, nunca se los dije con suficiencia, que me disculpen por lo ingrato, al no ser lo solidario que pude haber sido con sus necesidades cuando a mí me sonreía la fortuna. Reconozco hoy, que ambición y soberbia, nunca me dejaron ver y entender para que servía el dinero. En este recorrido también, quiero volver a platicar con todas las mujeres que amé y me amaron. Apelar a su entendimiento y noble corazón para que comprendan que todas en su momento recibieron de mi un tanto de amor sincero, y yo de ellas un mucho de igual sentimiento. Que, aunque hoy tengo una relación estable y una bonita familia que respeto, admiro y son prioridad de mi vida, las recuerdo con mucho cariño cuando escucho ciertas canciones, percibo algunos olores, o veo hermosos paisajes en las ciudades que visito. Soy, Jaime, como todo ser humano, un hombre con vicios impublicables y algunas virtudes que me permitieron alcanzar el éxito social y económico que todos aspiran y envidian. Deseo que nadie excepto tú, sepa cuanto tuve que sacrificar sentimentalmente a los que quiero por tener lo que hoy tengo. Concluyo en las postrimerías de mi vida, que toda era vanidad. Quería bienes y riqueza más bien para presumirlas que para comprarme una calidad de vida afectiva mejor. Nadie puede cambiar el pasado, lo sé muy bien. No me quiero torturar con ello. Más bien quisiera dejarles una enseñanza a los que viven en mi entorno y me sobrevivirán, para que aprendan a conocer el uso real del dinero, a ser más solidarios con los que menos tienen, los enfermos y los que viven en desventaja social. Quiero también hacer este recorrido inverso mi estimado Jaime, para volver a ver a todos mis amigos, los que al igual que tú son verdaderos, no sólo para recordar las correrías que me hicieron muy feliz, sino también para pedirles perdón por las ofensas que consciente o inconscientemente les originé. Mi egoísmo, soberbia y mis complejos de superioridad, dictaban y normaban en ese entonces mis actos y mandaban categóricamente sobre mi lengua, con la que de seguro tanto daño hice. En fin, decirles a todos con los que estuve en contacto, que pude ser mejor con ellos, más noble, sencillo, más tolerante con mis empleados y compañeros de trabajo, al igual que con mis vecinos, pero nunca pude controlar mi temperamento, con excepción en esta última etapa de mi vida en la que dependo de todos para sobrevivir un día más. Ahorita soy humilde a fuerzas, se acabó mi fortaleza y el recio carácter que me distinguió. Como puedes ver nada puedo hacer solo, excepto hablar con dificultad y hoy muy pocas cosas decido. Me dan comida en la boca y me asean a diario, me cuidan y tratan de animarme aquellos con los que en realidad fui muy duro: mi esposa, hijos y familiares. Es tiempo de partir, Jaime, tiempo de soltar amarras. Este barco amigo tiene que cruzar el enigmático océano en solitario. Te agradezco infinitamente tu visita, pero más agradezco el que me hayas distinguido con tu amistad y paciencia. Dame un abrazo de hermano en representación y consuelo de todos los que quise.

Cierro esta historia, diciendo que ustedes se habrán de imaginar mi mudez y el llanto contenido que siguió a la charla, así como cuál fue el desenlace que en breve tuvo quien, teniendo tanto dinero, no pudo comprar más vida.

* Autor, Médico

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