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MUJERES, SÍNDROMES Y JARDINES

By viernes 15 de marzo de 2019 No Comments

ERIKA PAGAZA CALDERÓN

Hace unos 10 años escuché sobre un nuevo síndrome que estaba documentándose, un padecimiento asociado a nuestro modelo de “desarrollo” y que impactaba fuertemente en niños y jóvenes: Es el síndrome de Déficit de Naturaleza (Nature-Deficit Disorder). Suena bastante raro que esto pueda identificarse como algo grave; sin embargo, en su propuesta, Richard Louv, el autor de este concepto señala que las nuevas generaciones sufren la pérdida del entusiasmo por explorar, conocer y preocuparse por su entorno, lo que lleva a sociedades sedentarias, enfermizas, insatisfechas, deprimidas y con miedo al exterior y a la naturaleza. Al leerle no pude más que coincidir con él; en mi contexto veo a diario madres que no les permiten a sus hijos ni tocar la tierra, ni andar libremente en un jardín porque se enferman, ni hablar de tener lombrices como experimentos, y bueno, mucho menos a las niñas, porque en sus propias palabras eso de “andar de cochinas no es de niñas buenas”. Me sorprende observar jóvenes que se pierden de disfrutar el vuelo de un colibrí por que se encuentran ensimismados en los distractores que les ofrece la tecnología. Por otra parte me enoja bastante ver cómo crecen los negocios de muros verdes con plantas artificiales y los jardines donde sólo hay pasto sintético, me angustia pensar que hemos decidido que invertir tiempo y convivencia en un jardín o en un refugio verde es un gasto inútil y en una monserga de mantenimiento.

Esta preocupación sobre la necesidad de reconstruir una relación con la naturaleza me llevó a planear proyectos para lograr la creación de jardines comunitarios en escuelas y parques públicos de Culiacán, sobre todo en los espacios más abandonados y violentos. Además de lograr que la comunidad hiciera suyo el proyecto, el cuidado de los árboles y el amor por su parque, me interesa quitar la carga masculina detrás de las labores de horticultura. Debo decir que desde el primer jardín comunitario que fue creado por el rumbo de la colonia El Pipila, la mayor participación fue de mujeres; ha sido maravilloso ver que durante la creación de los jardines luchan contra los prejuicios para asistir a las capacitaciones, a muy pocas niñas y adolescentes se les permite participar por considerar que no es tema en el que puedan o deban ayudar, sacrificando poco a poco su curiosidad por el mundo que las rodea y sin embargo, ellas se escapan para ir a plantar. En cuanto a los niños, la burla sobre aquellos que les interesan las flores y las plantas es continua y afilada, la masculinidad para muchos implica eliminar la sensibilidad y la capacidad de observación.

El gusto por la jardinería o la horticultura no debería ser jamás un símbolo de debilidad ni de preferencia sexual. Quienes saben de jardines, saben del amor. En un jardín contenemos a la naturaleza, la acercamos a nosotros y así aprendemos el ciclo de la vida: nacimientos, muertes, floraciones espectaculares que implican la madurez, para luego transformarse en frutos gracias al juego sexual entre polinizadores y plantas, una danza que me encanta observar. Es más, al rodearnos de naturaleza, pienso que las personas pueden desarrollar habilidades sociales que luego se traducen en aprecio por la vida, algo que urgentemente nos hace falta cultivar.

En un jardín se disfrutan las reuniones, la familia, los amigos, se aprende a jugar, se compone música, se inspira la mente; también se dirimen las diferencias, las penas, los desamores. En esta temporada en la que estamos rodeados de fechas como el día de la mujer, el día del niño y el día de la madre, pienso en un valioso presente que podemos brindar: repensar nuestra relación con lo que nos hace felices y plenos.

Termino ya, porque mi hermosa biznaguita va a empezar a florecer y es algo que no quiero perderme por estar aquí frente a la computadora.

* MC IPN

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