TEODOSO NAVIDAD SALAZAR
Esta entrevista fue realizada en marzo de 2002.
Vestida con sencillez, acudió puntualmente a la cita; viene acompañada por la maestra Lolita, una de sus auxiliares. Nuestra entrevistada es una mujer de fuerte personalidad. Nos saludamos como si fuéramos viejos amigos. Estamos sentados a la mesa de un conocido hotel del bello puerto de Mazatlán, ante la imponente vista que nos regala las Tres Islas y la inmensidad del Océano Pacífico. El mesero impecablemente vestido sirve café y panecillos antes de ofrecernos la carta para ordenar el desayuno; agradecemos el servicio. El mesero se retira. La maestra ha colocado su bolso de mano y unas carpetas en una silla. Se percibe el estruendo del choque de las olas de un mar intensamente azul. Olas en un interminable vaivén.
Ana María Fernández tiene un porte distinguido, finas facciones y charla amena. Por momentos la emoción la invade. Tiene mil cosas que contar. Han sido casi cinco décadas al servicio de la niñez mexicana y eso no es cosa menor. Observo su mirada perdida, en la contemplación de las islas. Luego expresa- cuántos recuerdos profesor; mi infancia, mis hermanos, mis padres y abuelos; los primeros acercamientos a la escuela y aquellos juegos ingenuos de esos años maravillosos que se fueron para no volver y en los que nada nos preocupaban.
Qué bellos momentos eran aquellos de las horas de comida en la casa paterna; y mi llegada a Mazatlán, siendo muy niña. Nunca olvidaré las peripecias desde Tehuacán, Puebla, lugar donde nací. Comenta la maestra, con gran emoción.
Observo el movimiento de sus ojos y sus manos; se acomoda los lentes que le dan un toque intelectual. Luego comenta -Nací allárefiriéndose a Tehuacán- el 26 de julio de 1936. Fui la tercera de nueve hermanos: Manuel Alberto, Mercedes, una servidora, Alicia, Catalina, Yolanda, Bertha, Martha, Rosario y José Luis.
Mis padres fueron el Teniente de Caballería Alberto Fernández Trujillo y la señora Ascensión Pardo. Tuve una infancia feliz. No hubo carencias. Mi padre fue un hombre admirable, nos trató con mucho cariño siempre, no obstante su formación de militar; pero eso sí, era muy estricto.
En la escuela para niñas Josefa Ortiz de Domínguez, en Culiacán, terminé mi educación primaria; luego estudié en el Colegio Monferrant, donde me titulé de contador privado y secretaria parlamentaria.
Comencé a trabajar muy jovencita. Primero como meritoria en la oficina Federal de Hacienda en la capital del estado, posteriormente en el Ayuntamiento de Rosario, después en Mazatlán, en la Cámara de Comercio y en el Patronato del Carnaval.
¿Cómo llega al magisterio?
Mire usted. Mi llegada fue fortuita. No obstante no tener carencias en casa, desde los diez y seis años empecé a trabajar como ya se lo había comentado y la plaza me fue asignada por la propuesta de un pariente.
Cuando me llegó el nombramiento tuve miedo. La verdad me asusté y decidí no aceptar. Pero mi padre me dijo- Ah, ¡no!¡Usted va! Y fui.
El 16 de diciembre de 1955 ingresé al nivel de preescolar como educadora de grupo, en el jardín de niños Leonor López de Orellana. Ese era el segundo jardín fundado en el estado de Sinaloa.
Recuerdo que ese año también ingresé al Instituto Federal de Capacitación del Magisterio y tiempo después vendrían los estudios de Normal superior en Tepic, Nayarit; luego los de especialización en la ciudad de México y en Bellas Artes.
Hasta 1962, laboré en ese jardín. En enero de 1963 solicité mi cambio al plantel Carmen Serdán, donde trabajé 6 meses, ya que el 18 de septiembre de ese año, fundé el jardín Rosaura Zapata, desempeñándome primero como educadora y posteriormente encargada de la dirección, tiempo después logré la titularidad.
En el periodo comprendido entre 1964 a 1967, fui comisionada como supervisora de la Zona Escolar 001, con seis jardines a mi cargo. Por ese tiempo la profesora María Guadalupe Almaral y yo, fundamos el jardín de niños del sistema federal en la colonia El Vallado, en Culiacán.
Preocupadas por capacitarnos y estar al día en cuanto a planes y programas de estudio del nivel, pugné por la organización del primer y único seminario de educadoras en la ciudad de Mazatlán, con la participación de todas las compañeras de ambos sistemas educativos en Sinaloa. Para ello se contó con el apoyo del gobierno del Estado, a través de la Dirección General de Educación Preescolar, que presidía la muy querida y respetada maestra María Helena (con H) Chanes, quien al frente de un equipo de diez maestras especializadas, vinieron desde México a impartir cursos, que mucho valoramos las asistentes.
El 24 de agosto de 1976 la maestra Ana María Fernández Pardo, recibió su clave de supervisora de la Zona Escolar 001, para entonces reestructurada en Zona Norte y Sur, asignándoselo a esta última.
Ese mismo año la superioridad la comisionó para participar en la organización técnica del nivel de preescolar, en el estado. -Desempeñé con pasión mi profesión. Sin egoísmos transmití mis conocimientos y experiencias a otras educadoras. Porque los conocimientos son herramientas de mucha utilidad para las noveles generaciones.
Ávida de superación, asistí a diferentes talleres, cursos, mesas de trabajo, congresos de educación a distintas partes de la república. Todas aquellas experiencias las transmití con emoción a otras compañeras que acudían en busca de asesoría, con el ánimo de profesionalizar su trabajo educativo.
Cabe destacar que nuestra entrevistada fue la primera Secretaria General de la Delegación sindical de nivel preescolar, aprovechando la oportunidad de hacer llegar a las autoridades competentes la voz de las educadoras, sus necesidades y sus justas demandas.
La Dirección General de Educación Preescolar, la distinguió al considerarla como una de las pioneras en fundar jardines de niños en Sinaloa, así mismo le reconoció también su labor desarrollada en beneficio de la educación.
En 1989, nuestra entrevistada asumió la Jefatura del Sector VII, hasta el 30 de septiembre de 2001, ya que a partir de 1 de octubre pasó a gozar de su pre jubilatoria.
Como reconocimiento a su trabajo y entrega a la educación de la niñez mexicana, la muy respetada y querida maestra Fernández Pardo recibió las preseas al Mérito Magisterial Rafael Ramírez, otorgada por el gobierno del Estado por treinta años de servicio, así la medalla Ignacio Manuel Altamirano, que le entregó el gobierno de la República al cumplir los cuarenta años en el campo educativo, sin contar el reconocimientos de autoridades civiles y militares.
Sus compañeras de trabajo hoy que saben que su jefa y amiga se retira, le han organizado un sentido homenaje como agradecimiento a las experiencias y conocimientos recibidos de su parte.
Sin lugar a dudas la maestra, es toda una autoridad en este nivel educativo. Con mucha propiedad habla sobre la historia de la educación preescolar en Sinaloa y en México, y en las que ella participó escribiendo páginas bellas en las mentes de tantas generaciones de niños. Escaló paso a paso el nivel de preescolar, como educadora primero, hasta alcanzar la Jefatura de Sector.
La escucho hablar emocionada. Ha vivido para trabajar y entregar lo mejor de sí a la niñez mexicana. La interrumpo para preguntarle – ¿Ana María Fernández, se retira del servicio?
Antes de contestar, la maestra guardó silencio. Respira profundo. Su mirada se pierde en el infinito del mar azul. Pareciera fijar su mirada en un pequeño yate, que en ese momento cruza suavemente la bahía.
Por sus mejillas gruesas lágrimas corren libremente. Quiere articular palabra, pero su garganta no responde. Son sólo unos segundos que a mí me parecen eternos. Luego con voz entrecortada y como buena hija de militar se sobrepone aquel emotivo momento. Recobra el temple y comenta – quiero decirle profesor, que hay un reclamo de mis hijas Karina, Karla y mi esposo (maestro jubilado), para que me retire. Ellos dicen que si no disfruté a mis hijas, al menos disfrute a mis nietos, y creo que tienen razón. Voy a dedicarles todo mi tiempo.
¿Cuál es el balance maestra?
Positivo. El camino recorrido ha sido difícil. Vencí obstáculos que requirieron gran esfuerzo. A cambio recibí invaluables enseñanzas de los niños, mis maestros, compañeras de trabajo, padres de familia y de mis superiores.
Me siento muy orgullosa (su voz se quiebra de nuevo y las palabras se niegan a salir; pasan algunos segundos y continúa con voz pausada), de pertenecer al nivel de preescolar. Ahí aprendí a servir, a educar con ternura a ese material humano que apenas inicia su caminar, su preparación para la vida. Amo entrañablemente mi profesión, agradezco a mis compañeras el apoyo que sin regateo me brindaron para llegar hasta el final de mi comisión.
La Voz del Norte, rinde un homenaje póstumo a tan distinguida maestra. Su nombre ha quedado para la posteridad inscrito en jardines de niños, escuelas primarias, bibliotecas y aulas de trabajo como reconocimiento a su bella labor desempeñada en beneficio de los pequeños de México.
Nota: Ana María Fernández Pardo, falleció en diciembre de 2016.
* La Promesa, El Dorado, Sinaloa. Comentarios y
sugerencias a teodosonavidad@hotmail.com