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PRIMERO DE PRIMARIA

By viernes 1 de marzo de 2019 No Comments

SALVADOR ANTONIO ECHEAGARAY PICOS

Ingresé a la escuela rural de mi pueblo, a los siete años cumplidos. Y eso porque yo solito fui a inscribirme.

La distancia entre la casa de mis abuelos y el plantel era de veinte metros, por lo tanto, escuchaba la algarabía de los niños y ponía atención a los maestros al impartir sus clases. Ahí en el interior del plantel, pared de por medio,me sentaba en el piso, cada día, al llegar de la milpa o de la huerta, cual si fuera un alumno regular, aunque sin pupitre.

Prestaba, sobre todo, especial atención, a una profesora que contaba fabulosos cuentos a sus alumnos cada mediodía. Su bella y dulce voz me cautivaba. Empecé a oírla a través de una amplia ventana del salónde clases que había sobre la pared cercana a la vivienda de mis abuelos. En una ocasión, al segundo día de no escuchar su voz a la hora del cuento, decidí buscarla. Pregunté a la señora del aseo. Me informó que había sido atendida de parto y que descansaba en su hogar.

Empezaban las vacaciones de verano. Un día, en la huerta de mi abuelo Miguel, mis amigos y yo, jugábamos y comíamos mangos y ciruelas, de repente, el Dimitas, uno de mis mejores cuates, comentó que más tarde irían a visitar a la maestra para saludarla y conocer a su hijo. De inmediato quedé incluido en el grupo que estaría en su casa.

Ya en la visita, estando ante su presencia, la maestra se dio cuenta de que yo era un colado entre sus alumnos. Y así lo hizo notar. Mi primo Oscar le explicó que yo iba todos los días a escuchar los relatos que contaba en la clase, que no entraba al salón porque no estaba inscrito como alumno. Halagada de contar con un oyente extra muros, preguntó mi nombre, presente en la reunión la prima Lolita, se me adelantó, diciendo: “es el Salvador, mi primo, el nieto de mi tío, el cuate Picos”.

Entonces la maestra pidió que me acercara a la mecedora en la que descansaba. Advirtió que era el más alto del grupo y luego dijo: es obvio que ya tienes la edad para ser inscrito en la escuela, muchacho. En cuanto se inicie el nuevo ciclo escolar, te espero para registrarte en mi grupo de primero, luego agregó: “vas a salir de tu intimo capullo, para que sepas que hacer ante los retos que enfrentarás en tu vida”.

No le dije que ya sabía leer y escribir. Mi tío Emilio me había enseñado atendiendo mis suplicas para así poder leer las revistas ilustradas muy populares en la época, en las que participaban los afamados personajes de “Memín Pinguin”, “Los Súper Sabios”, “Wama”, “Cruz Diablo” y aquellos pequeños libros, igualmente ilustrados, que contaban interesantes relatos del viejo oeste .

Ese día inolvidable, me llevé a casa de mis abuelos, una relevante tarea: encontrar a alguien que me explicara el significado de las palabrasobvio y capullo, escuchadas a quien sería mi primera profesora en la escuela rural de mi pueblo.

El tío Emilio, responsable de que yo supiera leer y escribir, al pedir su ayuda, sencillamente “se sacó el parche”. Me envió con la prima Anita Picos, varios años mayor que yo, “ya que era ella, aseguró, la única habitante de San Javier que contaba con un diccionario”.

La encontré en su casa, por cierto, inundada de aromas ya que asaba unos tiernos elotes sobre las brasas de la hornilla. Contenta de que pidiera su apoyo para conocer el significado de las referidas palabras, procedió a consultar un voluminoso y manoseado ejemplar que sacó de las entrañas de un destartalado buró; encontró las palabras y poniendo delicadamente su dedo sobre la página que contenía capullo, leyó pausadamente, “Capullo: m. (del latín, capítulum, cabecita…envoltura en la que se encierran las orugas para transformarse en mariposas, botón de flor- capullo de rosa-”…

Enseguida, la prima Ana, entusiasmada en la tarea, localizó la palabra obvio y muy en su papel de agente cultural, leyó: “Obvio, Vía adj. Visible y manifiesto – claro evidente, indiscutible”. Como es de comprenderse, con el afán de amansar nuestra ignorancia,- más la mía que la suya- , seguimos consultando la vieja enciclopedia durante la tarde, aprovechando la luz del sol; además de localizar las palabras evidente e indiscutible; leímos un buen número de vocablos cuyo significado desconocíamos.

Señalo que a partir de ese primer uso de la enciclopedia, surgió en nosotros, una especie de vicio en la lectura frecuente del viejo pero valioso texto. ¡Ah!, como desee tener uno para mi uso exclusivo. Por un tiempo lo pedí ¡hasta como regalo de navidad a Santa Claus!… pero nadie me hizo caso. Quejándome de ello, el tío Emilio, aclaró para siempre, el inconveniente, afirmando contundente: “es que ese viejo barbón es gringo… en la lengua española es un analfabeta”.

No hubo necesidad de celebrar ningún acto protocolario cuando fui a inscribirme en el grupo de primer año, de los dos -primero y segundo- que eran atendidos por la Señorita Angelina. Lo hice el mismísimo primer día de su regreso a la escuela. Recuerdo el agradecimiento de su parte, frente a todo el grupo, por el morral que llevé con mangos, ciruelas, rábanos y miel de abeja, que mi abuelo Miguel cultivaba en la huerta cercana al rio…

¡Lambiscón! me gritaron los compañeros de clase a la salida de la escuela, cuidándose de no ser oídos por la maestra. Nunca más llevé regalo alguno a mi admirada educadora cuenta cuentos.

Al empezar el tercer mes de escuela, doña Angelina pidió me quedara al término de las clases de ese día. Creyendo que sería reprendido por alguna travesura, lentas se me hicieron las horas hasta que finalizó el turno matutino.

Al llegar a su escritorio, con sorpresa le oí decir: ¡Te felicito, Salvador!..“te he venido observando y me he dado cuenta que estás resultando ser un alumno muy dedicado… en lectura y gramática, estás adelantado a tus compañeros de grupo, aunque no así en mecanizaciones… lo que podemos corregir un poco más adelante.., sí repitió, podemos corregir ese retraso conforme avance el año; recuerdo que lo dijo, un poco más para convencerse ella misma, respecto del compromiso que contraía para ayudarme.

Luego insiste, “creo Salvador, que echándole ganas, como lo estás haciendo hasta ahora, pudiera decidir promoverte al segundo año, para que así curses el grado escolar que por la edad te corresponde, pero depende de ti. Claro que prometo apoyarte pero”… aquí la interrumpí para decirle emocionado: si está dispuesta a enseñarme lo que me falta aprender, profesora, póngame en segundo año, le juro que no me voy a rajar. Prometo no hacerla quedar mal, Señorita Angelina, jurécon voz agradecida e intensaa la vez.

Hice este firme compromiso, debido a que no me sentía nada cómodo convivir con niños menores que yo, en el primer año… lo que más se notaba por mi estatura que con mucho, sobrepasaba la de mis compañeritos que eran todos “chapitos”.

Fue así como ocupé el pupitre en el salón de segundo año, comprometido al máximo con la ahora más que nunca admirada maestra; debía estudiar esforzadamente cada día, para responderle en cuanto al aprovechamiento que correspondía y estaba obligado a ofrecer, como alumno de segundo grado.

Ni la maestra Angelina.., menos yo, esperábamos lo que sucedió un mes después de que fui promovido de grado. Un nuevo maestro, en todos los sentidos, pues nunca había dado clases, ni era, ni había sido alumno normalista, muy joven por cierto, se hizo cargo del grupo por recomendaciones del director de la escuela, para que “aprendiera a dar clases y se formara como maestro de primaria”.

Los propios alumnos nos dimos cuenta que nuestro “maestro”, sabía de mecanizaciones, tanto como nosotros; comprendí con desánimo que no podría ayudarme aunque quisiera. Sucedió que debido al aumento en la matrícula, la maestra Angelina, tuvo que hacerse cargo de los dos grupos que se formaron en primer año, por lo que le fue imposible prestarme la ayuda prometida en la actualización de la materia referente a mecanizaciones y su agregado “los quebrados”.

Aquí es donde entra en la historia que escribo, una guapa niña de nombre Rosario, a quien llamaban Chayito y era una “lumbrera”, es decir alumna notable en mecanizaciones. A petición y ruego de mi parte (y algo parecido a un incipiente noviazgo infantil), se hizo cargo del problema -incluyendo los quebrados- durante el resto del año escolar. La inteligente compañerita, logró enseñarme lo que necesitaba saber de matemáticas en el grado que ambos cursábamos. Gracias a ella, pasé el año y tuve la gran satisfacción de haber respondido a la ilustre mentora que creyó en mí.

Sólo ese año estuve en la escuela de mi pueblo. Imborrable la permanencia temporal con la familia: abuelos, tíos, primos y amistades que se volvieron entrañables.

Regresaba al terruño a pasar las vacaciones de verano. Invariablemente visitaba a mi maestra Angelina. Le dejaba al despedirme, el regalo de siempre: una antología de cuentos.

Ella sigue ocupando un espacio importante en el baúl de los recuerdos…

Y ello me alienta para escribir en su memoria:

Angelina.., inolvidable y dulce maestra, espléndida narradora de los cuentos que deleitaron a tantas generaciones de mi pueblo.., ofrezco en lo personal, un emocionado tributo a tu reconocida vocación y talento, agradecido del enorme respaldo que recibí de tu parte como educadora ejemplar, en la reseñada etapa de mi vida, que en un momento mágico, necesitó el estímulo intelectual que tu exquisita sensibilidad percibió y ofreció.., orientando mi destino en el difícil año aquél, de primero de primaria.

* Autor y Notario

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