PRIMAVERA ENCINAS
Para Rubén caminar por el barrio Latino es un agasajo. Le gusta detenerse frente a las vitrinas, probar un café, comprar un libro en las orillas del Sena. Suele fumar observando a los intelectuales de La Sorbona. Aunque carece de estudios formales, está leyendo a Dumas, Balzac, Víctor Hugo.
Visita el barrio de Montparnasse donde numerosos pensadores debaten axiomas filosóficos, y sobre todo Montmartre, sitio en el que la pintura se expande. Montmatre se encuentra en una colina, coronado por la Basílica de la Sacré Coeur, construida tras la ocupación prusiana. Lo que más le atrae, es el ambiente bohemio de la plaza de Tertre donde los pintores como Picasso, Matisse y Modigliani, suelen beber y discutir de arte. Con sus ahorros, come en el restaurante con decoración Art Nouveau, La Cremaillere.
Él mismo es un artista español de veintisiete años. Arribó a París después de varios contratiempos. Sus padres esperaban que cultivara la tierra, pero Rubén tenía otros planes. Es pintor nato. Lo descubrió a los once cuando en vez de recoger el estiércol, prefirió plasmar una golondrina con un pedazo de tiza. Pinta porque lo lleva en el alma. Su mano se mueve sin voluntad superior. Transcurre las horas mirando un atardecer, el océano lo conmueve con el movimiento, el ocaso lo estremece hasta el delirio. Carmela, su amiga de infancia, lo animó a partir.
La confrontación con su padre fue terrible. Su madre y hermanas lo despidieron con lágrimas. Rubén sufrió, pero su vocación fue más fuerte que nada. Debía recorrer mundo. Llenar sus ojos de colores vibrantes, sentir en la piel el fluido del óleo.
Viajó a Sevilla, Madrid, Barcelona. Fue mesero, cargador, plomero. Todo para poder pintar por las noches. El cansancio acabó por vencerle y prefirió la pobreza a traicionar su pasión. En el tren que lo llevó a París revivía los reclamos.
–¡Morirás de hambre! Desprecias las hectáreas que tenemos por un sueño imposible. ¿Quién dice que tienes talento?
Esa pregunta es la más angustiante, ¿podrá semejarse a los artistas que suele admirar? En Madrid, visitó el museo del Prado, donde se maravilló con Goya, Velásquez, el Greco. ¿Podría tomar el pincel como ellos transformando la realidad en algo sublime? Las Meninas lo paralizaron de admiración, los monstruos de Goya lo persiguieron en sus pesadillas. Necesita ver más, mucho más. Por eso al viajar a París visita el Louvre para observar la obra de Leonardo da Vinci, Miguel Ángel, Rafael.
La pintura se convierte en su sustento y aspiración más gloriosa. Al jugar con el carbón o la acuarela, pierde las horas, olvidando que apenas ha probado bocado. No necesita dormir mucho. Le basta con trabajar por temporadas en alguna construcción para abandonar la faena y seguir pintando.
En la plaza de Tertre suspira de pensar en el impresionismo. Puede imaginarse a Monet o Van Gogh contemplando una rama, a Degas visualizando bailarinas, a Gauguin planeando sus viajes. Ahora, a principios del siglo XX el arte continúa cambiando. Ha surgido el cubismo, el modernismo. Las figuras, las sombras no son iguales. La pintura se transforma. Rubén debe estar ahí.
Sus amigos son pintores incipientes como él. Sin embargo, a veces cruza palabra con Diego Rivera, comparte anécdotas con el propio Picasso. Con sus amistades habla de modernismo, de las nuevas lecturas de André Breton, Apollinare, pero, ¿cómo alcanzar la perfección? Rubén se pregunta día y noche en la forma de mejorar sus bocetos. Garabatea paisajes, retratos. Nada le satisface realmente. Inicia un estudio y una semana después lo destruye. Intenta con modelos, pero no está conforme. El papel se deshace en sus dedos, el óleo pierde textura ante su frustración.
Deja de comer y asearse, mientras intentacaptar las estrellas. Sus amigos lo contemplan preocupados. Ha adelgazado, tiene los ojos hundidos, su discurso es irracional.
–Debes tomarlo con calma, Rubén.
–Pero, ¿cómo? ¡Si es imposible!
–¿Imposible?
–El arte es la esencia del espíritu, la muestra de nuestro
ser más profundo.
Necesita justificarse ante los demás, pero sobre todo ante sí mismo. Regresa a su buhardilla, no puede fracasar esta vez. Comienza a sudar aunque están en invierno. Siente la garganta seca, sus desorbitados ojos recorren la habitación. Ha destruido la mayor parte de los bocetos. Desea plasmar una noche cubierta de estrellas, así que en lo más crudo del frío, abre la ventana para captar la esencia astronómica.
A diferencia de otras jornadas, usa un intenso color sobre el lienzo. Deja los temores a un lado, sus manos se sueltan, su cabello también. Se deja llevar por una fuerte emoción, abandona los demonios personales, las dudas. Sigue sudando, los labios trémulos pierden color.
El amanecer es inclemente. Es una de las mañanas más heladas del año. Las mujeres se colocan gorro y bufanda. Poco a poco se van abriendo los locales del primer piso. Nadie se pregunta por aquella ventana que sigue abierta desde la noche anterior. Nadie lo extraña hasta tres días después. No ha aparecido en el bar o la plaza.
Es su casero quien descubre el cadáver. Aún muestra una ligera sonrisa en los labios. El lienzo de astros en plena explosión es magnífico. Es digno que se hable de Rubén más allá de Montmartre.
* Licenciada en psicología