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EL MIEDO A LA MUERTE, EL MIEDO AL PATRÓN

By viernes 1 de marzo de 2019 No Comments

FRANCISCO TOMÁS GONZÁLEZ CABAÑAS

El padre, es el que nos da la vida, para algunos, el padre mayor también nos la quita, y en esa figura, un significante rabioso de contenido, anida el estado, o su administrador, el pope dirigencial, el líder providencial, el macho cabrío que suscribe nuestra cultura paternalista. El que nos da aumentos, el que reta, el que genera e infunde pavor, esa figura presente como concepto en nuestro código civil de temor reverencial, apunta como un disparo bajo la línea de flotación de nuestra humanidad, el golpe es contumaz si proviene desde la esfera de quién administra el poder del estado, es vindicativo, aterrador y de lesa humanidad, porque, qué asociemos al “che patrón”, con el estado, con una cultura paternalista, puede ser reprochable, pero es obligadamente harina de otro costal, ante el desgarramiento que produce que se nos lastime desde el poder.

Por intrepidez o irreverencia, cada tanto se escucha un estertor, un suplicio, cuál cántico lacónico, de los que han bebido, supuestamente el elixir de la tan buscada felicidad, se engañan para resistir, es entendible, si hubiesen encontrado el brebaje, tras probarlo y saborearlo, no continuaría en este ámbito, pues su quinta esencia irradia la verdad contundente de que sólo se la disfruta, plenamente, por instantes que son irrepetibles, y que el pretender perpetuar o hacer de tal instante la suma para algo, simplemente reduce al enloquecimiento de no poder comunicarse más con nadie en un lenguaje coherente.

El temor que genera estas fantasías defensivas, son material en abundancia para la literatura infantil, es que la existencia misma, es básicamente relatos de hadas y princesas, de campos elíseos, de nubes suspendidas que amortiguan a seres que mantienen su peso y corporalidad.

Nos da pavor, ni siquiera afirmar, ni argumentar, tan sólo pensar, por minutos prolongados, que no existe nada, absolutamente, es retornar de dónde venimos, que por algo no hemos conservador recuerdo alguno de ese no lugar, el nombre que le pongamos puede representar una terminalidad, un fin, un punto, pero ni siquiera de la cuestión nominal se trata, podríamos decir que es el ingreso a la armonía, pero no, todos sabemos que hablamos de ella y tanto miedo le tenemos que preferimos no mencionarla, no vaya a ser cosa que nos escuche y venga por sus invocadores, como en las fábulas para niños.

Temblamos al vernos en la evidencia de nuestra contradicción irresuelta de pretender lo que sabemos imposible, porque jamás lo hemos conocido, porque en tal caso ya no estaríamos para decirlo, nos sacude la molestia fortuita, de la incomodidad permanente, de sentirnos liberados de tales males y ubicar momentos de plenitud en donde tengamos la certeza de ser felices sin que ello acabe.

Comprender que habrá sido lo mismo nuestro paso o no, aquella noche, su mirada, el roce de la piel, ese momento especial, por más que hagamos trampa y pongamos los episodios de dolor, que afán por permanecer en la espera del suceso que nunca acaece

En esa mismidad, irrumpe, la pretensión infantil de ponerle moraleja, el punto final, es la devolución o repetición a los que estamos condenados y es tan fuerte e imposible de evadir, que ni los que escribimos podemos dejar un texto inconcluso o acabado pero no publicado, porque el sólo hecho de hacerlo ya significa que lo estamos terminando y por más que no lo mostremos o no lo hagamos público, siempre alguien lo está mirando, o lo que es peor podrá hacerse dueño, cuando ya no estemos, si es que alguna vez hemos estado, sabiendo que ha valido como no ha valido la pena, el estar o no estar, pues no deja de ser una condena, que cada penitente sabrá o no como sobrellevarla, sin dejar de ser víctima de las ilusiones imposibles de intentos de fuga que dan llamar felicidad.

En esa muerte física o social o política, de no figurar de que no exista quien no merece la continuidad de la existencia, o quién sólo tiene el poder de decir quien existe, aparece la estrategia, precisamente de dar muerte con la indiferencia, a quiénes todavía no mueren existencialmente.

Otro de los milagros que han obrado en los últimos años, los dueños del discurso político o de lo político, es el haber determinado, un principio, que se sostiene en vaya uno a saber que manual de autoayuda o de espiritualismo exótico, que reza “Que no se deben contestar ni las críticas, ni las objeciones, que ante un requerimiento de esta naturaleza, o la cita de alguien que haya criticado al sujeto en cuestión, este debe poner cara de víctima (si esa misma que uno pone en la intimidad al ir al baño) y responder que, precisamente, no responde, o responde con actos para la gente, o gestión, u obras o lo que fuere, pero nunca dándole entidad a la crítica, al cuestionamiento o a la objeción”. Quizá no se haya tenido tiempo para pensar en esto mismo, pero sí uno logra tenerlo, el razonamiento viene solo, esta prédica, esta perorata, esta argucia, este principio ramplón es de una gravedad inusitada para los principios democráticos.

Citar a quiénes han consagrado la vida para poner en letras las formas más ecuánimes de organización que ha podido lograr la humanidad a lo largo de su historia, por alguna razón que desconocemos es aburrido para el lector y por razones que conocemos, para otros, resulta revulsivo, por considerar a quién lo hace como un vanidoso, iremos a un ejemplo cotidiano, común, de todos los días.

Es como el niño (en psicología podrán encontrar lo nocivo de estos comportamientos) que en esa etapa de su vida, que pregunta la razón de todo en todo momento, y recibe por parte de su mundo adulto, supongamos sus padres, como toda respuesta ¡Porque si”. Los que son padres, sabrán que cuando un niño se pone muy cargoso, denso o preguntón, nos tentamos o quizá lo hagamos más de seguido de lo que deberíamos a responder de esta manera, para escándalo y pavor de cualquier pedagogo, docente, psicólogo o adulto mayor responsable a cargo de niños. Uno no puede, decirle al infante, porque sí, sin darle alguna razón, no se le puede refregar en la cara, que uno lo mantiene, le da de comer, le da una casa, lo manda al colegio y demás. Este ejemplo es una barbaridad, podrá decir alguno, sin embargo, es lo mismo, es calcada la reacción que realiza el político, en funciones, con responsabilidades a cargo, cuando no responde una crítica, una objeción o un cuestionamiento.

En uso de su poder arbitral (por encima del ciudadano común, como el adulto con su diferencia física por sobre el niño) nos está diciendo, porque si, cállate, yo trabajo para vos, agradece, no preguntes, no me agredas, antes tu vida era horrible, yo te la cambie, me debes.

Con el relato o el disfraz, que es agredido porque se lo consulta por algo que le corresponde responder, este personaje de la política, invierte su responsabilidad, la convierte en gracia divina que ejecuta ante la gente, y afirma que no tiene tiempo, que se devela haciendo, no hablando, no discutiendo y todo lo que usted, escucha y lee.

Pero todo es en definitiva cultural, como lo dijimos y quiénes comprendamos esto, debemos obrar no contra hombres, ni nombres, sino contra un sistema, que produce en serio a aquellos y en cantidades industriales a quiénes le temen a estos, la ecuación es fácil, no será posible convencer a la gran mayoría en tiempo acotado, sino más bien en tiempo prudencial, a quiénes están signados a ser popes por el sistema, es a ellos a quienes le debemos dirigir nuestras canciones y loas más efectivas para lograr cambios que se impongan y sean perdurables en el tiempo.

* Filosofo Argentino

 

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