JAZMÍN LOZADA ÁNGEL
Él piensa en mí con las cosas tristes.
Por eso ya ni mira los homeless de la colonia ni a los perritos abandonados, y cuando va al cine se sale un poco antes de que empiece el momento melancólico. Pero lo que más trabajo le cuesta, es dejar de escuchar Pornography de The Cure.
Una tarde, cuando iniciamos nuestro noviazgo, le pregunté por qué le gustaba tanto ese disco y me contestó: “Tiene un poder maravilloso”, observó mi rostro sin asombro alguno, creo que esperaba que hiciera una pregunta. Y contraataca: “Si al inicio del disco estabas feliz, terminarás sintiéndote triste; y si lo escuchas cuando estás triste te pone aún más, con riesgo a suicidarte”. Obvio, yo le pregunté quién quisiera ponerse triste a propósito: “Los poetas desesperados y a quienes le han roto el corazón”.
No es que él no quiera pensar en mí. Yo sé que quiere, y lo hace, aunque el muy tonto piense que no.
¿Por qué lo dejé de querer?
Una tarde, en ese breve espacio en el que los hombres cierran los ojos para descansar, descubrí un línea en su rostro como en el lugar en equivocado y quise borrarla con el dedo. Y descubrí que no era una arruga cualquiera, sino que era profunda, y que no se iría a ningún lado.
Y con una vocecilla estúpida y chillona, me dijo: “Hola, nena”.
Claro, me asusté, di un brinco para atrás con una brusquedad que ocasionó que lastimara a Diego. Escuché un aullido por parte de él, y un “¡Auch!” por parte de la arruga, y luego su risa. Solo quienes hayan escuchado la risa de una arruga podrán saber que es una mezcla entre un rechinar de dientes, una persona histérica, y la voz de quien más te saca de quicio. “Miren a la nena, no le gustan las arrugas. Pobrecita, no sabe que en un par de años la reina también tendrá arruguitas, en la cara, en el cuello, en todo su cuerpecito”. Me pareció escuchar que se relamía los labios.
Salí corriendo de la casa de Diego sin darle ninguna explicación. Me pusé a pensar en nuestra diferencia de edad, en realidad no era mucha, yo tenía 24 años y él 30. Aun así, en Diego encontraba el horrible destino que tenemos todos, tenía la muerte más cerca. Empecé a soñar que se pudría y que me quería contagiar. Lo sé, soy una persona con pensamientos horribles, pero son cosas que no podía evitar. ¿Tú también has tenido esos pensamientos?
Fue por aquel tiempo que descubrí que la piel también es un lenguaje.
Diego era perfecto, hasta que su arruga comenzó a hablar. ¿Será que la piel se encarga de decir nuestros verdaderos sentimientos?
Pues, la siguiente ocasión que miré a Diego a la cara, y creo que fue la última, su arruga me dijo: “¡Ey! nena, me alegro de que volvieras, yo sabía que te gustaba lo arrugadito, ya sabes lo que dicen, entre más textura mejor se siente”.
“¡Uhg!”, me sentí mal, quería darle una cachetada, pero sólo solté un “¡Me das asco!” No sé qué habrá dicho Diego, porque cada vez existía más la arruga y menos él.
“¿Qué, no sabías que los hombres maduros son guapos por sus arrugas? Ya, acepta que te encanta y vamos a lo oscurito para que sientas lo que es rico”.
Las tres voces, Diego, yo y la arruga, no, no, no, yo, Diego y la arruga, porque no puedo estar cerca de ella ni en la oración, se revolvieron en un círculo incomunicable.
“¡Me das asco, deja de hablarme!”, “¿Ya no me quieres?”, “No”, “¿Pero hace unos minutos dijiste que me amabas?”, “Ya, ven y dame un besito”, “Me das asco” “¿Qué es eso que tienes en la cara? ¿Es una linda arruguita? Jaja”, “Idiota”, “Pero si yo te quiero, al menos explícame”, “si te quedas, te comeré”, “¡No!”. Volví a salir corriendo, gritando “Me das asco, me das asco”.
Diego me llamó enseguida, me buscó en mi casa, al principio yo me escondí, pero fue muy persistente. Una noche llegué y lo encontré en la oscuridad de mi porche, no apagué el carro, seguí conduciendo sin voltear a verlo. Así di vueltas en la colonia un rato. Cuando regresé pensé que no lo encontraría, pero ahí estaban. Era muy noche para volver a escapar. El primero que me saludó fue la arruga. Le grite: “¡Cállate!” y se puso a reír, creo que es lo que más le gustaba hacer. Diego me dijo: “Pero, he venido a hablar, creo que es lo menos que me merezco”, “Claro, disculpa” dije sin mirarlo a la cara. Lo dejé hablar, y hablamos. Me contó todas sus razones por las que deberíamos darnos una oportunidad, me prometió cosas, y me pidió que le dijera la verdad. Y le dije, “Ya no te amo, deja de pensar en mí”, y me fui corriendo al baño, a vomitar, a llorar, a mirarme a la cara con el temor de encontrarme una arruga.
Supe que se daría por vencido, porque se quedó un buen rato sentado en el porche, yo escuchaba a su arruga que le daba ánimos, lo invitaba a buscar “mamacitas” al Hong Kong. Creo que Diego no podía escuchar a su arruga. Entre las cortinas y con la luz apagada lo espiaba, esperando a que se fuera, y cuando se fue, se fue en silencio, contemplando el camino. No volví a mirarlo.
Claro, he pensado que es inevitable tener arrugas y que no puedo escapar de ellas, también estoy consciente de que no merezco que alguien me quiera. Pero si tan sólo esa arruga hubiera sido menos vulgar, quizá yo le hubiera dado una oportunidad.
A veces me pongo a pensar, que quizá ya estaba ahí, pero fue hasta que la vi, hasta que me quedé contemplando su frente que ella empezó a molestarme. Por eso, te pido de favor, por tu bien, que cuando termines de leer esto no te veas al espejo, ni contemples las frentes de otras personas. No querrás encontrarte con una arruga vulgar.
* Autora