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FESTEJAR LA NAVIDAD COMO LECTOR

By domingo 30 de diciembre de 2018 No Comments

MIGUEL ALBERTO OCHOA

Creo que no exagero al asegurar que los latinoamericanos que conozco, incluyéndome, nos enteramos vía internet —precisamente de Facebook—, de aquella tradición en Europa de leer durante la velada de Nochebuena. Me enteré con títulos en algunas revistas y periódicos Online en la que situaban en el tope de lo moral e intelectualmente aceptado que se puede, o podría hacer en Nochebuena con nosotros. Algo así como una nochebuena utópica para escritores. Sin embargo, hay algo ahí que no me cuadraba, y es precisamente la misma idea de leer.

El país al que aludo es nada más y nada menos que Islandia, un país con 338,000 habitantes, famoso por su gobierno, por los ser cuna de los hombres más musculosos del mundo y de la excéntrica cantante Bjork. Ahora bien, ¿cómo la pasan exactamente? ¿Qué cual es el protocolo? El fenómeno tiene un nombre específico, el cual no diré aquí porque de cualquier manera de nada servirá y sólo deben colocar «Nochebuena leyendo Finlandia» en Google para que cientos de títulos o headlines les aparezcan en la madre internet. Se supone que después de ingerir en familia los sagrados alimentos —ni tan sagrados para ellos— se regalan libros y disfrutan leyendo como un buen lector, en la solitud intelectual que cualquier amante de las letras disfruta para que su mente viaje por narrativa, poesía, ensayo, crónica o cualquier otra expresión literaria, incluso la bíblica.

Sin embargo, yo tengo una objeción a esa barata admiración que las personas siente por aquella tradición extranjera, es decir, ¿de verdad quieren pasársela leyendo a solas en un momento en que en muchas ocasiones tenemos frente a frente a familiares que nunca vemos? Es decir, leer lado a lado es una cosa romántica, pero nada puede equivaler a platicar, conversar, dialogar con un ser querido. Pienso, y esto lo digo con toda la fuerza de la que soy capaz, que nuestras primeras preparaciones en la vida para desarrollar el pensamiento literario, la facultad mental de creer en el lenguaje como tablero de piezas movibles, poderosas y estratégicas, es el habla con la familia. ¿Por qué? Precisamente, en el fragor de las reuniones familiares es cuando se gesta las historias sorprendentes, las que pueden abogar y defender lo insólito, las leyendas, los relatos sin explicación o con finales inesperados; de la misma forma en que la historia rara que una tía platica —como es mi caso— de cómo fue contactada por luces extraterrestres y naves espaciales, y tuvo un contacto de tercer tipo con alienígenas, marcianos o lo que sea, la imaginación de un niño se expandirá.

El niño o la niña comenzará a creer o no en las historias, tendrá un juicio, porque las historias trasmitidas de origen oral tienen la maravillosa característica que hay un puente humano que sirve como intérprete visual y gestual, así como de voz, más allá de las palabras; esa información paralingüística es la que le da la riqueza y ciertos matices que no tiene el texto. Ahora bien, lo que queremos en ciertas edades es la plasticidad del cerebro en lo que respecta a la conceptualización y que su mundo interno crezca, por lo tanto, funcionará de manera idónea recibir relatos que después se conviertan en correlatos con los portadores de historias. Veo con mucha tristeza que esa es una de las actividades que se pierden con el avance de la tecnología, y aunque existan indicios que jugar videojuegos es bueno para la operatividad motriz en los jóvenes y niños, no creo que pueda sustituir una buena historia que provenga de la abuela. Porque no hay videojuego que con calor y ternura pueda revelar una moraleja o cierta enseñanza, incluso hay historias que no tienen aprendizajes morales y su único propósito es el de entretener.

Vuelvo a mi caso, los relatos de mi abuela —así como los de la abuela de Gabriel García Márquez— son los que han marcado mi identidad. Mi abuela materna me ha subsidiado la imaginación mediante dosis bastante nutritivas de historias provenientes de sus antepasados; algunos de ellos es cuando su hermana, mi tía Chata y ella miraron por «primera vez» a un alienígena, menciona que ellas dos eran chicas y que observador salir a dos seres muy pequeños caminar sobre el Maviri, en Los Mochis; también cuenta la historia de una niña que hablaba con las hadas en Veracruz, y que esa niña trabó amistad con una que le enseñó un poco del mundo de esos seres fantásticos. Esas historias, contadas a un niño o niña a la edad idónea, por una persona que ama y le tiene paciencia, no tiene comparación. Esa es la primera literatura, la que se puede leer desde el amor. Imaginemos que el cariño es un lenguaje, porque está conformado por signos, estimulaciones, causas y efectos en los sentimientos y emociones de los implicados; imaginemos, por un momento, que esta primera aproximación a la literatura tiene por cimientos a los que les cuentan las primeras historias, ¿qué clase de literatura les estamos enseñando entonces a nuestros hijos, sobrinos y nietos?

Islandia tiene estas tradiciones hermosas de leer, pero también tiene núcleos familiares mucho más pequeños, por lo que se puede dar, para la familia mexicana recomendaría hablar, dialogar en grupo hasta el cansancio, bromear sanamente y recordar historias y atiborrarse de nostalgia hasta que la identidad familiar les brote de los ojos. Esa es la primera tarea de la familia, darles una historia personal, y hacerlos partícipes del relato que son, para que pasen a formar parte del entramado familiar que crean memorias, chistes en las familias, de tal forma que también hablen de ellos cuando crezcan. Yo me moriría de aburrimiento leer en Nochebuena, prefiero mil veces hablar con mi abuela que leer de las novelas que puedo leer cualquier día de la semana. Ahora bien, si quieren, mejor leo el pavo con los dientes, así sí, mientras escucho lo que mis tíos y tías, primos y primas tengan que decir sobre sus vidas. Yo no quiero pasarme la Nochebuena leyendo, quiero vivir mi historia con los míos.

 Coordinador Círculos de Lectura CECUT, Tijuana B.C

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