FRANCISCO TOMÁS GONZÁLEZ CABAÑAS
Todo sujeto se las tiene que ver, en su complejo de Edipo, con el deseo de la madre, deseo que “siempre produce estragos. Es estar dentro de la boca de un cocodrilo, eso es la madre. No se sabe qué mosca puede llegar a picarle de repente y va y cierra la boca. Eso es el deseo de la madre.” (Lacan, 1970, p. 118).
Corría el año 1984, a días de cumplir 4 años, aún conservo el siguiente recuerdo traumático: veo muchas piernas, zapatos, que se me cruzan, estoy cansado de caminar, de andar. Tengo sujeta una mano, por otra más grande, que ejerce fuerza hacía mi antebrazo con sus uñas. Cruzamos calles, avenidas, gente y más gente, o piernas y zapatos para mí horizonte visual. Llegamos a un negocio en donde venden tortas o cotillón. Era mi cumpleaños, no recuerdo de querer festejarlo, pero sí recuerdo cabalmente el querer que la torta que estábamos yendo a comprar tenga a los jugadores de Boca Juniors, dado que me reconocía hincha de ese club. Algo pasa, esos jugadores no están. Están los de River Plate, Mamá o el cocodrilo, cierra intempestivamente su boca. No sólo que ella es de Boca, el club, sino que jamás consultó o creyó conveniente que era propicio que me cambiara de club, a su antagónico además para una fiesta de cumpleaños en donde departiría con mis compañeros de colegio.
La foto o imagen que acompaña el texto (sin la cuál no podría entenderse esta verbalización de un trauma) no sólo es contundentemente ratificatoria, sino que además incluye a un actor secundario que está a lado mío. Como se podrá comprobar, las cuatro velas en la torta, son la prueba que cumplía cuatro años. Los jugadores de River Plate son también claramente perceptibles. El niño que está a lado mío, cumplía años el mismo día o uno anterior. Lo recuerdo perfectamente, dado que sí bien la institución educativa a donde me enviaron mis padres, estaba al mando de los jesuitas, se entronizaba como un sitio de cierto status social (su ubicación en geográfica en una de las principales avenidas de una Buenos Aires que despertaba de su pesadilla dictatorial). Al parecer de muy pequeño, se me desarrolló “conciencia de clase”, el niño de a lado, era el hijo del portero o de alguien del servicio de limpieza, si conservo tal recuerdo es porque así nos los hacían sentir. Su torta, que no sale en la foto, era casera, no comprada como se puede ver que era la “mía”. Recuerdo como me gustó su torta (al punto que hoy 34 años después, las tortas caseras, bizcochuelo y dulce de leche, básicas, sencillas, son mis preferidas) y como me desagradó la mía (comprobación que en la infancia es imprescindible la lógica binaria).
Finalmente, vinieron los regalos. Una suerte de aparición del azar. Venían regalos para él como para mí, los dos cumpleañeros, tan iguales como distintos. Le tocó un reloj, lo desee tanto como había deseado que se cumpliera que mi torta tuviese a los jugadores de Boca, mi club, y no los de nuestros antagónicos.
Así como me sucede con las tortas, me sucede algo contundente con el objeto reloj. No los usó, los he usado muy poco en ciertos intervalos de la adolescencia.
Sin embargo, recién ahora voy asimilando algo, por esto mismo ahora, tantos años después lo comparto, a partir de esta reflexión verbalizada. Creo que deseaba fervientemente el reloj, dada su relación con el tiempo.
Era el tiempo, que necesitaba para salir de la boca del cocodrilo que representaba el deseo de mi madre.
Papá no lo pudo o no lo quiso hacer, dado que esta es la función arquetípica de todo padre, según el psicoanálisis: Dice Lacan (1992): “Hay un palo de piedra por supuesto que está ahí, en potencia, en la boca, y eso la contiene, la traba. Eso es lo que se llama falo. Es el palo que te protege si, de repente, eso se cierra.”
Boca para mí significa no sólo haber salido de la boca del cocodrilo del deseo de mi madre, sino también mi último bastión en donde no cedo, ni mi libertad, ni mi dignidad ni mi elección. Por más que me vean para ese afuera de la manera que crean, no siempre, se encuentra en línea, consustanciado con mi adentro, ni ratificatoria ni adversarialmente.
Concibo el poder desde esta conceptualidad, desde esta experiencia. Fue la primera gran tensión que enfrente, con cierta conciencia en mi vida, en desigualdad de condiciones y solo. Casi cuarenta años después descubro que me sujeté a lo único que podría haberme dado la posibilidad de ser sujeto, el tiempo.
Soy el de la foto, el de las palabras, sin que eso sea óbice para tener siempre algo más, que de acuerdo a cómo transcurrimos en el tiempo eterno, va decantando, se va develando, se va constituyendo, sin que exista poder alguno que lo detenga
* Filosofo argentino