Ojalá la Navidad sirviera para desterrar rencores
FAUSTINO LÓPEZ OSUNA
Rencor, dice el Diccionario, del latín rancor, es sentimiento de hostilidad o resentimiento. La familia y la sociedad, son las instituciones formativas del hombre social. En la primera, se transmite el conocimiento de los roles de autoridad, sometimiento y todo cuanto es necesario para que el individuo “funcione” en su vida adulta. La sociedad se encargará de ubicarlo en el proceso de producción, como productor, distribuidor o consumidor de los bienes y servicios socialmente útiles, para resolver sus necesidades propias y la de sus semejantes.
Como en todo proceso de enseñanza aprendizaje, nunca se le permitirá dudar de la bondad del sistema al que se encuentra sometido “por su bien”. De ese modo, siempre será una persona “funcional” en tanto que funcional es adjetivo relativo a las funciones orgánicas, matemáticas, etc., y especialmente a las vitales: práctico, eficaz, utilitario. Pero en todo ese intríngulis (causa oculta o intención disimulada que se supone en alguna acción), tanto en la familia como en la sociedad, el ser humano recibe muchísimas muestras de hostilidad que lo obligan, lo quiera o no, a ir guardando más de algún resentimiento desde la infancia hasta su adultez. Luego, un día, cae en cuenta que lo “honrado” no deja; que nadie se vuelve millonario haciendo el bien. Que el padre, como el abuelo y el tatarabuelo, nunca salió de la pobreza. En tanto que otros, criticados hipócritamente por la misma sociedad, son los respetables “chingones”. ¿No quedará por ahí el sedimento de algún rencorcillo?.
En otro plano, con todo y que se acuda a la palabra perdón de los cristianos, ¿no perdurará al menos en los primeros seguidores del Maestro algún rencor contra Barrabás? ¿No se asoma otro tanto en los mexicanos no sólo cuando se recuerda que los gringos no solamente nos despojaron militarmente de más de la mitad del territorio, sino que en su invasión expansionista mataron a los Niños Héroes de Chapultepec y ondearon su bandera de rapiña en Palacio Nacional? ¿Le creeremos a los japoneses que no sienten algo parecido cuando se recuerda el bombardeo inmisericorde norteamericano contra la población civil de Hiroshima y Nagasaki? ¿Y los norvietnamitas que casi un cuarto de siglo fueron destruidos por una guerra no declarada norteamericana, olvidarán el castigo sin culpa de la destrucción sin límite de su pueblo?.
Y a nivel local, ¿ya se olvidó el desdichado rencor que les cultivaron de por vida a Antonio Toledo Corro y Alfonso G. Calderón (que disimulaban muy bien cuando se encontraban en persona), que llevó al primero a mandar retirar el nombre de Pedro Calderón de la Barca del teatro de Difocur, para que no quedara huella del apellido del genio de la poesía española por ser el mismo del nacido en Calabacillas, cambiándolo por el de Pablo de Villavicencio? ¿Y quién le sembró resentimiento a Calderón Velarde contra Manuel Clouthier, El Maquío, que aún después de muertos los dos, la viuda de Calderón no dio su aprobación para que se colocaran juntas en Culiacán las estatuas de ambos? Aparte de ser aberrante, Sinaloa no merece tanto resentimiento.
En un sistema económico cuyo único fin es el lucro, si no se puede cambiar, bien valdría la pena que sabios como los que se premia con el Premio Nobel de Economía por idear medidas anti ciclos a las crisis del capitalismo, fueran proponiendo medidas de humanización del mismo, pues está comprobado que aquí y hora, de manera salvaje, todo tiene precio, todo se compra y se vende.
Y la libertad, de la que no hemos hablado, que se la renuncia a cambio de placer o a cambio de unos dólares en el mundo de la delincuencia, puede ser en la actualidad más codiciada que negociar con objetos sagrados, bienes espirituales o cargos eclesiásticos en tiempos de Simón el Mago. Se dice que dicho personaje bíblico pretendía que San Pedro le vendiera el poder del Espíritu Santo. A eso le llaman simonía. ¿También se pueden comprar el rencor y el odio?
* Economista y compositor