Nacional

EL RETRATO (NO) HABLADO DE SHANE KELLETH

Por viernes 30 de noviembre de 2018 Sin Comentarios

MIGUEL ÁNGEL AVILÉS

Llegó desde la tierra de los canguros un día que nadie supo y se volvió sonorense, originario de un lugar que está para ese rumbo, pero aún más lejos, en donde un día encontraron pedacitos de su cuerpo y una credencial con el nombre que aquí le daba identidad. Yo lo había conocido allá a finales de los ochenta, en mi etapa final como estudiante y él recalaba a la casa de unas amigas en común a quienes le solía consultar el tarot o les daba masajes terapéuticos, dos de sus tantas actividades que practicaba por mero gusto o para allegarse unos centavos, vaya usted a saber.
Bajo de estatura y calvicie adelantada, este hombre llegó de Australia, según afirmó desde un principio y siempre se le creyó, por que habríamos de dudar, sobre todo si hablaba un español con muchos aprietos que fue puliendo poco a poco y un inglés a la perfección, ese idioma que destaca en aquel país rodeado por dos océanos. Al Shane o el “Sheik” como pronunciábamos su nombre, confieso que lo dejé de ver por buen tiempo o sólo me lo encontraba esporádicamente. En los años recientes, sin embargo, fueron en dos lugares donde me lo topaba con frecuencia: en la acera del Hotel Kino y en el Mercado Municipal. Jamás supe si tenía un lugar fijo dónde pasar la noche o dónde asistirse, aunque esto último, reconocido por él, no le importaba mucho. “Mi aspiración es enloquecer un día, pero sé que aún no estoy loco porque todavía me baño” reconoció antes de soltar una risa como quien ironiza, pero a la vez como quien habla en serio. En esa calle Pino Suárez, junto al hotel que les cuento, “El Sheik” vendía bisutería hecha por sus propias manos y ahí se pasaba las horas esperando a los posibles clientes que ocasionalmente pasaban o que llegan a buscar ex profeso porque ya lo conocían. No sé ni cuándo abandonó ese oficio ni sé el motivo por qué lo dejó. Bueno, sí creo saber por qué: porque no quería un trabajo fijo ni un trabajo permanente, o en definitiva no quería un trabajo y ya.
El que se haya venido de tan lejos, sin tener la ansiedad de regresar a su tierra, era el mayor indicio de que prefería la aventura, la búsqueda, el empleo ocasional a lo mucho, el esoterismo y las andanzas tras un oro que nunca encontró. Al Mercado Municipal solía ir con frecuencia, en las mañanas, a cafecear aunque a veces se tiraba a perder, pero regresaba, aunque ya para entonces con la permanencia eterna de un brazo fracturado que no se atendió y así lo trajo consigo, sin importarle gran cosa su minusvalía. Fue en este lugar donde supimos que nuestro amigo, el australiano Shane Kelleth, para efectos de identificación o por cuestiones que usted guste y mandé, había pasado a ser el sonorense Armando Dórame Gastélum, oriundo, para que más les guste, de San Miguel de Horcasitas o no sé qué pueblo de la sierra.
El inconveniente del lenguaje, lo cual pudiera delatar su falsa identidad, no fue ningún obstáculo, tal como pudieras suponerlo cuando le hicimos la pregunta: “de chiquito me pateó un caballo en la cabeza y por eso hablo así”, contaba sonriendo de buena gana lo que sería su coartada por si le surgía algún entrometido.
Como en otras ocasiones, “El Sheik” se ausentó y dejó de ir, pero no nos dimos cuenta pues así pasa con algunos. Fue hasta que recibió nuestro teléfono la nota policíaca compartida por Gerardo cuando supimos que en un terreno ubicado a la altura del ejido La Victoria había sido encontrado la osamenta de unos restos humanos y, a pocos metros de ella, una credencial del IFE a nombre de Armando Dórame Gastélum.
No había más que decir. El Sheik había quedado para siempre en la tierra que (no) lo vio nacer, pero de algún modo ya era suya. Esa obstinación por ir una y otra vez en búsqueda de entierros de dinero pudo haberlo dejado muerto en medio del camino, muy cerca o muy lejos quizá, de aquella momia de un chamán o de esa bruja a las que adujo en una platicada en el café y que eran la categórica señal de que tarde que temprano sus pasos lo llevarían a encontrarse con ese gran tesoro que, según creía, está ahí, en esos alrededores, donde ahora seguramente yacen para la eternidad, convertidos en sagrado polvo, algunos pedacitos de su cuerpo.

*Abogado y autor Sonora / BCS

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