Nacional

DON PORFIRIO DÍAZ ANTE EL CENTENARIO

Por viernes 30 de noviembre de 2018 Sin Comentarios

PRIMAVERA ENCINAS

Se levanta temprano como de costumbre. Los años de batalla que perduran en su memoria le han forjado disciplina. Con paso firme se acerca a la ventana para inhalar el fresco de la mañana, Chapultepec continúa siendo un paraíso dentro de la capital. Un destello de satisfacción brilla en sus ojos. A tres años del centenario, es momento de iniciar los preparativos del festejo. Sale al amplio balcón para contemplar el bosque y el paisaje urbano, centrándose en el Paseo de Reforma que lleva a la plaza principal donde se yerguen el Palacio Nacional y Catedral, símbolos la gran nación construidos en tiempos coloniales.
Porfirio Díaz se halla pletórico por el trabajo realizado en casi treinta años. México está saliendo del atraso en materia de industria y economía. Es verdad que aún no se resuelven todos los problemas sociales, pero, ¿para qué pensar en eso? Mejor recordar la cantidad de vías férreas y la modernización de los puertos y caminos de las principales ciudades. Sonríe con orgullo, recordando sus primeros años en Oaxaca. Qué lejos ha llegado. De modesto estudiante, a diputado y general. Fue un héroe de la batalla de Puebla, y en las posteriores contiendas que llevaron al derrocamiento del imperio de Maximiliano. Apoyó a Benito Juárez y después se opuso a su reelección con el plan de la Noria. Tras el gobierno de Lerdo de Tejada, llegó al poder en 1877. Ahora es el dueño y señor del país, ganando consecutivamente la presidencia, lo que mantiene la estabilidad económica y política de México.
Después de disfrutar un ligero desayuno acompañado de su esposa Carmelita, sube a su ornamentado carruaje para comenzar las diligencias. Hay mucho por hacer, así que olvida el dolor de rodilla que últimamente lo aqueja. Puede tomar uno de los coches, pero prefiere el sonido del casco de los caballos, en especial cuando se acercan a las calles empedradas.
Recuerda cuando lo filmaron cabalgando en 1896 por el bosque de Chapultepec. Como quisiera repetirlo, a pesar de las quejas de los médicos, pero su salud ya no es la misma. Los años transcurren sin misericordia, aunque moralmente se siente como un toro. Recorrer la Ciudad de los Palacios lo pone de buen humor. Prefiere las bellas construcciones afrancesadas del Paseo de la Reforma, la colonia Roma, la Juárez. Le gustan las cornisas, los balcones, ese aire parisino de las puertas, la elaborada herrería.
La Bella Época se aprecia en la Alameda, con sus caminos iluminados, donde se escucha música de un organillero y se degustan dulces de leche y membrillo. Las elegantes damas caminan con sus anchos sombreros, los niños juegan con rehiletes, caballeros de traje a rayas se inclinan ofreciendo “los buenos días”.
Se respira orden y progreso a su alrededor. Es verdad que en las esquinas abundan los pordioseros, los huarachudos y muchos desempleados que enturbian la visión, pero prefiere no detenerse en eso.
México salió del atraso y la barbarie por sus gestiones administrativas. Antes de él, se vivió la lucha entre federalistas y centralistas, liberales y conservadores, la invasión norteamericana, la francesa, la guerra de Reforma. Fueron más de cincuenta años de continuas guerras y trifulcas, México necesitaba un momento de paz, y eso se logró con su mandato. Cómo no sentirse orgulloso esa mañana de 1907, cuando en México hay ferrocarriles, telégrafo, autos y se proyectan los primeros filmes. ¿Para qué pensar en la huelga de Cananea o en otros disidentes? Es mejor fijarse en lo que sí funciona, en la comodidad de muchos hogares mexicanos. Está contento con la buena cara del país, esa que mostrarán en 1910 en los festejos del centenario ante docenas de embajadores europeos, asiáticos y de latinoamerica.
Se brindará con champagne, se hablará de los poemas de Luis Urbina, Manuel Acuña o de las crónicas de Gutiérrez Nájera. Elogiaran los avances de Justo Sierra en materia de educación y de los ministros en el sistema bancario. Ya puede imaginarse a las damas con carnet en mano esperando su pareja para disfrutar los valses de Shubert o Strauss. Algunos caballeros fumarán un puro escuchando a Chopin en la sala contigua, otros, elevarán un vaso de coñac por los milagros económicos de Limantour.
Los festejos del centenario pondrán a México en la boca de todos. Se levantarán docenas de monumentos y obras públicas, no sólo en la capital sino todo el país. Los mexicanos heredarán un país próspero, ¿por qué no pueden entenderlo sus retractores? Pero, para qué escucharlos. Mejor tararear los valses de Juventino Rosas, mientras evoca algunos pasajes de Amado Nervo y Rubén Darío.
Es un hombre satisfecho porque ha protagonizado la mejor etapa de la historia nacional. Cómo no disfrutar de la explotación organizada del campo y la inversión extranjera. Eso deberían de agradecérselo los que sueñan con nuevos aires políticos. Ha llegado por fin a la calle Plateros, donde en un edificio de cantera le enseñarán los avances de los planes del Centenario. Suspira mirando las aceras que se engalanarán de guirnaldas de flores, ya puede escuchar las bandas de música, los atronadores aplausos del público, las sonrisas de las agradecidas jovencitas. Sí, ha tenido un gobierno de aciertos. Ha engrandecido a la nación, y ahora sólo queda disfrutar los próximos festejos y permanecer por siempre el poder.

*Licenciada en psicología

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