VERÓNICA HERNÁNDEZ JACOBO
Los niños amos son aquellos que concurren a nuestras consultas carentes de síntomas y que se presentan con una máscara yoica sin aparentes fisuras. Los padres o los maestros piden nuestra intervención porque no saben cómo abordar esa armadura. Estamos ante el imperio del yo, hablamos de “yocracia”, en el intento de comprender, de diseñar la escucha adecuada para penetrar en el caparazón de esos niños imperturbables. (Adela Fryd, 2018, El niño amo)
Los niños amos, un texto novedoso escrito por Adela Fryd de editorial Grama (2018), no sólo es el título de un texto, es una categoría lacaniana que pone en intención un practicable, se trata de esos niños tiránicos, caprichosos que hacen caso omiso a la autoridad y que en su prepotencia, dejan desarmados a los padres para que estos asuman su función de manera un poco más soportable.
La autora, frente al desafío del niño amo, plantea en su dirección de la cura una posición muy decidida donde el deseo del analista, cumple una función de sostenimiento, ahí donde la falta brilla por su ausencia y el goce excedido del infante nos saca la lengua. En el prólogo Esthela Solano Suárez, menciona que los niños amos, hacen valer el poder de un “yo quiero”, que no aceptan los términos de la frustración o de la falta, encerrándolos en una “yocracia” sin fisura, colocandolos en una posición de esclavos de sí mismos que los excluye de todo lazo con el Otro. Hay en esos niños, un cinismo del goce, según Adela, y proclama que el Otro no existe, esto lo convierte en un pequeño tirano, haciendo del goce un goce sin sentido y sin ley. El niño amo es aquel que se hace solo, “niños solos” dice la autora, también lo observamos en la práctica de nuestras escuelas, es un niño que si bien no está fuera de la ley pretende éste encarnarla, ser la ley por sí mismo, desencadenando situaciones angustiantes para los padres en tanto que estos padres son anulados por los niños amo. El niño amo demuestra que el “yo quiero” es anterior al “yo pienso”, esto nos sitúa ante niños que empoderados colocan a los padres en posición de víctima y estos son incapaces de responder a esta ofensiva tierna desarmando al padre trastocando a la familia, lo paradójico que plantea Adela Fryd, es que muchos niños amos irrumpen en la vida de sus padres fascinándolos intensamente, encarnando desde muy temprano ese autocomando sin ley, por ello estos niños son intolerables, según la autora, a la frustración, de ahí que lo preocupante es que se juega un imperio de la pulsión conjugado a la vez con lo tanático, amarrando y momificando lo infantil, es como si el destino pulsional se volviera contra el propio niño imposibilitándolo. La imposibilidad de estos niños de poner en juego los objetos que permiten el lazo social, como la mirada y la voz, al no pasar su demanda por el Otro, al no interesarse por los significantes del Otro, al no quedar atravesados por la curiosidad hacia el discurso del Otro, quedan circunscriptos a su propio pensar, un pensar repetitivo, y que, llega, a veces, a ser muy limitado para ellos mismos. Adela Fryd sostiene que son niños que están aparentemente acostumbrados a perpetuar todas las modalidades de goce, justamente es porque no admiten pasar por los significantes de la demanda del Otro, no pueden establecer un lazo con el Otro, y al no aparecer la falta materna, se impide la configuarción de la pregunta sobre el deseo de la madre, el niño amo, se priva así, siguiendo con la autora, del espacio enigmático de la madre, de la pregunta por el lugar que él ocupa en el deseo de la madre produciéndose un cortocircuito que vendrá a desarmar a la madre, imponiéndose un hijo en puro goce, un hijo goce que se impone a los atolondrados padres. Esta pequeña semblanza es una invitación a leer Los niños amos.
* Doctora en educación