Por: ALBERTO ÁNGEL EL CUERVO
En una de esas librerías que aún no han sido absorvidas por los grandes consorcios, me sumergí entre el mar delicioso de oleadas de libros en aquellos estantes que siempre son promesa de enseñanza… La letra impresa jamás va a abandonarse en aras de la cibernética… Nunca será posible que una computadora, tablet, celular o como quiera usted llamarle, tenga la magia de un libro, amarillento ya por los embates del oxígeno que la vida conlleva… Jamás habrá nada comparado a encontrar un buen libro y sentarse, respirar profundo y abrir la primera página después de corroborar editorial, año de edición, título, autor, quizá algún proemio etc. Etc. Así fue cuando en aquella angosta librería de la colonia Roma, me encontré de pronto con un libro publicado por la editorial XXI Siglo veintiuno editores.
El título del libro, Poesía Joven de México. Se trataba de la quinta edición publicada en 1978.
La primera habría sido en 1967. Cuatro poetas jóvenes eran publicados en este tomo: Alejandro Aura, Leopoldo Ayala, José Carlos Becerra y Raúl Garduño. Cuando la primera edición, Leopoldo tenía escasos 28 años de edad; Alejandro tenía 23, José Carlos 30 y Raúl apenas 22 años de edad… Realmente se trataba de cuatro poetas jóvenes y talentosos de nuestro México. José Carlos Becerra, tabasqueño apoyado por el celebérrimo Carlos Pellicer, y según muchos autores y críticos literarios, estaba llamado a ser el sucesor del Maestro, pero la muerte le encontró en
Italia donde vivía un período de becario.
Alejandro Aura, también falleció lejos de la Patria, concretamente en España, donde había encontrado un refugio cultural incluso ocupando cargos en la embajada de México. Raúl Garduño, se bajó de este carrusel en el sureste del país dedicado a la creatividad y la existencia que van de la mano. Nos quedaba Ayala… Mi querido y admirado amigo Leopoldo Ayala… Ese ser que era una mezcla de talento, búsqueda ideológica, compromiso social, bohemia, intensidad y una cierta caracterización para muchos estrafalaria… Para quienes tuvimos la fortuna de conocerlo y compartir con él, su apariencia era parte de sí mismo…
No se podía concebir la imagen de Polo, sin ese arreglo de cabellera y luenga barba un tanto similar a la figura que en la infancia nos asombraba porque podía ponerse de pie o de cabeza y seguía viéndose el rostro normal… Leopoldo Ayala, fue una persona entregada a sus convicciones, a su afán de servir, de motivar y de formar hacia la cultura a muchas, muchísimas generaciones de jóvenes a quienes amó y quienes le amaron…
“Llevo conmigo la batalla de 629 jóvenes que habían cesado de resucitar…/ Mis muñecas se doblan murientes en la trinchera de sus gestos… /Llevo conmigo los cuerpos infantiles rotos contra las baldosas…”
Y de inmediato, en su inmortal poema “Yo Acuso”, Leopoldo nos regresa hasta aquel infierno cuando los jóvenes unimos nuestras almas masacradas en busca de la verdad, la justicia, la igualdad… Y la respuesta que obtuvimos ante la intención de diálogo fueron las balas, la muerte, la tortura, la prisión… Y vuelven los ideales a llenarse de energía… Y ante la comunión ideológica, es imposible evitar el recordar a Polo, mi querido amigo, en aquellas reuniones con mi no menos admirado Carlos Bracho en aquel extinto Salón Bar Chapultepec cuando el dueño cerraba el lugar para que lleváramos a cabo una verdadera bohemia con cantos, poesía, dibujos y charla deliciosa que en ocasiones incluía al también recordado amigo José Luis Cuevas…
El trovador de aquella cantina, personaje infaltable y calificado por ese improvisado jurado como el peor de la historia con esa guitarra siempre fuera de afinación y con la permanente falta de la sexta cuerda… La mesera, con el encanto de la belleza disminuída que en años anteriores debe haber sido muy seductora y ahora con un lunar dibujado y los labios carmín pintados más allá de la boca misma, las cejas dibujadas completamente dispares, un cinturón que ahorca, intentaba dejar ver que otrora en aquel cuerpo abandonado había existido un paisaje curvilíneo excelso que motivaba los favores de los comensales de aquella bella cantina con aroma a todo… Polo, una de aquellas veladas deliciosas, me hizo notar que estábamos en una especie de “corte de los milagros”… Una mesera que lejos de seducir, motivaba el nostálgico llanto… Un bolero bizco y manco que boleaba dos zapatos al mismo tiempo debido a su especial estrabismo… Un cantinero permanentemente despeinado y sonriente cuya sonrisa mostraba sin ambaje alguno la carencia de todas las piezas dentales menos una…
Esto es verdadera poesía, repetía una y otra vez el Maestro Ayala haciéndonos reir inevitablemente… Cómo olvidar cuando me pidieron leer mis escritos y de pronto tomó mi cuaderno mi querido amigo Ayala para señalarme varias cosas desde el punto de vista de la creatividad literaria… En unos cuantos minutos, el Maestro Leopoldo Ayala me enseñó lo que normalmente hubiera llevado meses o tal vez años de estudio de la poesía… Cuevas le pidió el cuaderno y y garabateó (literalmente) algo a manera de regalo para mí…
El cuaderno se volvió un tesoro, lógico… Intenté guardarlo en mi mochila, pero Carlos Bracho subió a aquella mesa de cantina de las que la cerveza corona regala a sus clientes y dejó brotar su grandilocuencia en un discurso que elogiaba nuestras actividades para crear conciencia a todo aquel a quien pudiésemos contagiar de nuestra bendita sed de locura… Al término del discurso, todos aplaudimos y brindamos… No volví a ver el cuaderno… Nunca supe si lo guardó Cuevas, la mesera o el bolero bizco… En una ocasión le pregunté a Bracho y me dijo que creía que lo tenía Leopoldo por lo que acordamos de reunirnos en una nueva bohemia posterior a la partida de José Luis… Como siempre, pasaron los días, las semanas y los años sin que, por una o por otra, se concretara la reunión… Ya no hubo oportunidad de preguntarle a mi querido amigo Polo… El, aquel entonces, integrante de los poetas jóvenes de México… “Tlatelolco pisotea la frente y degüella la cabeza que estremecen los gritos…/ Y yo acuso… / Yo acuso a los oídos de gruta resonante convertidos en puentes, / hechos de un puño / sordos a la vida que lanzan los agonizantes…” 14 de Enero de 1939… La fecha de llegada de Leopoldo Ayala Blanco a este plano de la existencia… Estudioso incansable… Docente con la mira de preparar y despertar conciencia en sus educandos… Ayala, estudió en el Instituto Politécnico Nacional, Ciencias Sociales… Lengua y Literatura en la Escuela Normal Superior… Y en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, estudió Lingüística… Vicioso del aprendizaje y la enseñanza, Leopoldo Ayala fue docente de su siempre amado Politécnico durante medio siglo…
Ahí, enseñó a los jóvenes, a través de la cátedra “Lengua y Comunicación Oral y Escrita”, la importancia del proceso enseñanza aprendizaje para el despertar de las conciencias que tanta falta hace… El legendario y hoy en día tan utilizado para colgarse medallas, movimiento del ’68, sorprendió al Maestro Leopoldo Ayala desarrollando esa importante labor en la entonces Vocacional # 5 de la emblemática Ciudadela… Participó activamente en el histórico movimiento al lado de sus estudiantes y compañeros maestros activistas… De ahí que el impacto del ultraje le llevara a decir que “La poesía está en la calle… La poesía está en la lucha… Y no hay manera de dejarla…”
“Yo acuso a los muros que equivocaron el futuro y fueron la agonía, / haciendo nupcias entre la uz pétrea del obús/ y las espaldas rodeadas de carne adolescente…/ Yo acuso al cemento donde se cumplieron las puertas de la muerte…/ Yo acuso al dos de Octubre… /Yo acuso al laurel del poeta porque hace mucho que la poesía carece de flores… /Yo acuso a las iglesias/ porque te bendigo hermano y te maldigo en expresión del oro…” Así, se fue el poeta por el sendero del alma donde se acuñan los sueños de justicia, de paz como resultado de la lucha eterna… Así se fue el amigo, hermano del soñar y el hedonismo sempiterno, válvula de escape para la frustración momentánea que nos permita recobrar fuerzas para volver a empuñar el fusil de la palabra en la poesía que surja precisamente de ahí, de el centro generador de las conciencias como única posibilidad de vivir y morir con la dignidad precisa para poder llamarse hombre… Así se fue Leopoldo Ayala Blanco, con bendiciones de los muertos colgadas al hombro, con los sueños y la lucha de los desposeídos adornando la barba que hace juego con su mágica presencia en nuestra historia… Así se fue el 6 de julio dejándonos como enseñanza invaluable que la única manera de continuar la existencia es esa intensidad con la que siempre se mostró para nosotros los que tuvimos la fortuna de conocerlo, de compartir con él la poesía, la ideología, la lucha y aquel rincón de aquella cantina bellamente hedionda donde intentamos tantas veces conjurar los demonios de la disparidad y la injusticia…
Así se fue el poeta… En el eterno proferir su palabra contagiosa y motivante para las generaciones que le conocieron y las venideras… Así se fue diciendo… “Yo acuso a las cárceles y a las celdas duras como latidos de mortero/ por dar cabida a los perseguidos…/ Yo acuso a mi país… / Yo acuso a mi siglo donde se baila… /Y se grita a los muertos / Y se mata y se derriba al hombre…”
* Pintor, Intérprete , autor