Por: VERÓNICA HERNÁNDEZ JACOBO
La mutación científica implica que Dios ya no es solamente el objeto del acto de fe, sino también el de una demostración que sustenta en un real que no engaña, la soledad asediada, precaria del cogito. En esa época, este real estaba en condiciones de proteger al sujeto de los semblante, los simulacros, esto es, de las alucinaciones (J.-A. Miller, 2005).
Freud menciona que no hay nada más siniestro que el hombre, en esa generalización se ubica la capacidad para dañar, someter, asesinar al semejante, de igual modo por su capacidad para producir horror en los sujetos, muestra de ello son las máquinas de tortura que los bondadosos cristianos crearon para producir dolor y horror en sus hermanos en cristo. También cada grupo religioso usó y usa la tortura como moneda corriente bajo preceptos muy humanos sobre un fondo de horror. Las películas usan una suerte de imágenes y personajes que a la mirada del espectador generan angustia por la escena terrorífica, personajes sin boca, sin ojos, solo cavidades esqueléticas que despiertan en cada uno de nosotros el horror por lo que representa esa imagen a nivel de temor particular, o bien, imágenes de sujetos amputados en salas médicas, cuerpos enguzanados digeridos, engullidos por un otro animal o sujeto mismo, despiertan temor y angustia donde el horror se desborda en el espectador sin límites.
Cuando se está cortando un pie con un serrucho el miedo ingobernable hace acusó recibo de eso que nos anida, un sujeto para siempre angustiado, esa angustia se juega en el desfiladero de los horrores que nos habitan, de ese modo el sujeto nunca es libre, una muesca de horror lo acompaña, y este es despertado por la violencia que se vive día a día. Asimismo, la imagen del leproso en la época de oro del cine mexicano, donde esta enfermedad le devoraba la carne al sujeto, no muy distinta de la vida real, pero filmada nítidamente despertando el horror de ser atrapado por tal bacteria, y la cara con agujeros que refleja nuestra angustia hace palidecer a cualquier racionalista, de tal modo que nadie escapa de esa angustia generalizada, ya volverá como sueño o pesadilla pero el horror deja huellas en nosotros que se despiertan muchas veces oníricamente velando nuestros sueños.
Los vampiros, la llorona, la señora de blanco son entidades gnoseologicas hechas para horrorizar lo infantil, pero hicieron raíz en nuestra casa psíquica, formando árboles, bosques que nos acechan en lo más íntimo porque ahí existen en lo inconsciente de cada uno que escribe nuestra historia, inconsciente dirá Lacan que nos deletrea, que nos convierte en escrito donde los personajes de horror comparten nuestra vida, no es más que una página que a diario escribimos, somos escribas de nuestra propia historia, el papiro llamado vida se extiende a lo largo y ancho de la cama, de la mesa, del trabajo, del trajinar diario, hasta que cesa la tinta y el sujeto se borra, otros le llaman muerte.
La vejez casi para todos genera un signo de horror, de hecho cuando Hollywood quiere horrorizarnos sólo basta con ponernos frente a un sujeto viejo o vieja, arrugada, el pelo encanecido suelto enmarañado, los ojos con nube y salimos corriendo, se asocia culturalmente, y el arte cinematográfico hace lo suyo. Al abrir nuestro desván inconsciente para que el horror florezca en ese bosque que inunda a cada sujeto, de ese modo lo anciano y arrugado es la mostración que amenaza nuestro narcisismo que se cree joven y bello, el horror de la piel genera un gran mercado para estirarla y eliminar su flacidez, pero ni el orden estético puede con la vejez que para algunos toma un color de horror.
Acaso no hay lectura más terrorifica que el caso del señor Valdemar de Alan Poe, ese muerto vivo de colores verdes amusgados de su cuerpo decrépito producto de los hongos, o los casos de epilepsia que el mismo escritor narra, cobijando al lector en una angustia página tras página. En psicoanálisis las pesadillas son una suerte de arrebato realizado por el propio sujeto donde las imágenes terroríficas salen de ese bosque inconsciente amenazándolo, es desde la posición lacanciana una espesura de lo real que acicatea pulsionalmente al sujeto llevándolo al infierno el horror, entonces será ese infierno de lo real que nos habita.
* Doctora en educación