Por: FAUSTINO LÓPEZ OSUNA
A la memoria de María Luisa
“La China” Mendoza
El triunfo de Andrés Manuel López Obrador y Morena, desde una perspectiva de reivindicación de desigualdades entre ricos y pobres, resulta, electoralmente, una catarsis para las clases más explotadas de la sociedad mexicana, más allá del término con el que Aristóteles designaba el efecto de purificación producido en los espectadores por una representación trágica en el antiguo teatro griego, pues en los tiempos modernos, la tal catarsis es el método psicoterapéutico que se basa en la descarga emotiva, ligada a la exteriorización del recuerdo de acontecimientos traumatizantes y reprimidos.
Para efecto de un análisis objetivo, es importante establecer el marco de referencia en que nos encontramos. La situación política actual, históricamente, deviene, nos guste o no, de que la clase burguesa, la burguesía mexicana, llegó al poder por medio de las armas, a través de la Revolución Mexicana. Pocas burguesías en la tierra llegaron al poder así. Mantenerlo y consolidarlo la llevó al combate de asonadas y cuartelazos de las facciones que no se sometían a un mando supremo, único. A veces se echaba mano de la negociación de privilegios, o al convencimiento legal (a Emiliano Zapata no lo dejó Carranza repartir tierras en Morelos con base en la ya aprobada Ley Agraria del 6 de enero de 1915, porque no estaba reglamentada y, como el caudillo no se sometió, se lo mandó asesinar), o de plano a la ejecución directa, como ocurrió con Francisco Villa. La burguesía mexicana, en sus contradicciones internas y su lucha por mantener el poder, procuraba que sus banderas no se contaminaran con las teorías marxistas leninistas de la Revolución Rusa. Si bien es cierto que había simpatía para la clase obrera (Carranza inauguró la Casa del Obrero Mundial), se impuso un gobierno de corte militar y un espionaje hacia la sociedad civil que envidiaría hasta la KGB soviética.
El reparto agrario se pospuso desde 1917 hasta el gobierno del general Lázaro Cárdenas del Río. Para mostrar avances democráticos ante el mundo, desde hace cosa de 90 años, se creó el Partido Nacional Revolucionario (PNR), que se transformó en el PRM (Partido de la Revolución Mexicana) hasta convertirse en Revolucionario Institucional o PRI (de organización corporativa). El Estado organizaba las elecciones y el Estado las ganaba, de todas todas. De 1917, también, pasaron más de 40 años para que, con Miguel Alemán, llegara por primera vez un civil a la Presidencia de la República.
De ese sexenio para acá, al son de los tambores de guerra anticomunistas, los Estados Unidos alinearon a México en el anticomunismo internacional y las libertades conquistadas por el pueblo mexicano con la Revolución, empezaron a violarse y conculcarse (quebrantarse, infringirse), clausurándose obviamente el Partido Comunista Mexicano (que pasó, así, a la clandestinidad), calificando de comunistas todos los movimientos de trabajadores mexicanos por sus reivindicaciones, básicamente salariales, deteniendo y encarcelando por la misma razón a sus líderes gremiales, como ocurrió con los ferrocarrileros, electricistas y, más tarde, con los médicos. Después de la Segunda Guerra Mundial, a los instrumentos de la represión del Estado se incorporó el “Delito de Disolución Social”, aplicado hasta en contra de David Alfaro Siqueiros por el gobierno, incluso, de Adolfo López Mateos, y derogado, por fin, después del Movimiento Estudiantil de 1968. En este tristemente recordado año, con la criminal masacre contra los estudiantes y el pueblo, terminó la legitimidad de los gobiernos “de la Revolución”.
La burguesía mexicana se vio obligada a encargar al ideólogo Jesús Reyes Heroles la elaboración de la Ley de Organizaciones Políticas y Procesos Electorales para la creación de partidos políticos que volvieran a dar legitimidad a los gobiernos. Al mismo tiempo que operaba en la LOPPE, desde Gobernación Reyes Heroles lanzaba la advertencia a los grupos guerrilleros que surgieron en los estados de Guerrero, Michoacán y Chihuahua y golpeaban las ciudades de Monterrey y Guadalajara, que ellos (la clase política que controlaba el Estado) habían llegado al poder por medio de las armas y solamente por las armas lo dejarían. Con esta Ley se volvió a reconocer al Partido Comunista Mexicano y éste se alió con otros grupos de izquierda para formar el PSUM y competir electoralmente. Sin duda un avance. Pero en el sexenio que sirvió de preludio al de Ernesto Zedillo, en el ámbito internacional se aflojó la tensión del mundo con la caída del Muro de Berlín y el bloque soviético, apaciguándose la persecución anticomunista y, al interior de nuestro país, afloró un desacuerdo en la cúpula de la burguesía, que le costó la vida, primero, a Luis Donaldo Colosio, en plena campaña presidencial, y luego al cuñado de Carlos Salinas, el guerrerense Francisco Ruiz Massieu.
Y cuando en el 2000 se llegó la hora de poner a prueba la alternancia, el PAN, con una estructura partidista con diez años de diferencia de la edad del PRI, no sólo se sirvió con la cuchara “copeteada” de Fox, sino que éste convirtió en elección de Estado el relevo, despojando abierta y cínicamente a Andrés Manuel López Obrador, del triunfo. Fue tal el repudio por la infamante acción de Estado foxista, que Calderón tuvo que entrar a tomar posesión por los albañales de la Cámara de Diputados. Doce años después, López Obrador demuestra con una votación histórica, quién era el que el pueblo quería para la alternancia desde entonces. Alternancia que había estado secuestrada. Pero que al fin la burguesía, no sin jaloneos, tuvo que aceptar.
El día 2 del presente mes, en una de las entrevistas por televisión a López Obrador, lo acompañaba el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas que había ido a felicitarlo. Y el virtual Presidente dijo puntualmente que Cuauhtémoc era uno de los mexicanos a cuya esforzada lucha política desde el siglo pasado, se debía el actual triunfo por la Presidencia de México. Un merecido reconocimiento. Evoco un recuerdo doloroso: El primer domingo de 1969 que se permitió visitar a los estudiantes del Movimiento Estudiantil presos en Lecumberri, Tomasa Osuna de López, mi madre, y Silvia Niño, novia de mi hermano Florencio, al identificarse para ingresar a la crujía a visitarlo, el guardia le dijo a mi madre: ¿Es usted la madre del interno Florencio López Osuna? Sí, le respondió ella. Pues entonces es suyo este paquete de su hijo. Y, envuelta en papel periódico, le entregó la chamarra rompe viento que llevaba puesta mi hermano el día 2 de octubre que lo detuvieron en el edificio Chihuahua, de Tlatelolco, hecha bola, toda pegada de sangre seca que le escurrió a él de la boca, con las manos atadas a la espalda, después de que un agente con guante blanco, de la “brigada olímpica”, le había dicho a un militar: “él fue el que habló en el mitin”. Y éste le rompió los labios de un culatazo (como se puede apreciar en las fotografías que publicó Proceso en diciembre de 2001, dos semanas antes de que fuera encontrado muerto en un cuarto del hotel El Chopo, de la Ciudad de México). Cuando mi madre vio la chamarrita ensangrentada de hacía casi tres meses, con un estoicismo extraordinario la guardó cuidadosamente y se retiró a un rincón solitario de Lecumberri. Se escondía para que no la vieran llorar. Ahí, transida de dolor, lloró sin cesar, besando la sangre de su hijo.
Florencio: Mi madre nos pidió que nunca te lo dijéramos, para que jamás enturbiaras con rencores la limpieza de tus ideales. Hoy lo escribo porque ya ninguno de los dos está conmigo. Y para decirte que el pueblo hizo que ganara las elecciones presidenciales Andrés Manuel López Obrador. Espero, hermano, que esto te desagravie un poco y a todos los presos estudiantiles del 68.
* Economista y compositor