JOSÉ CARLOS IBARRA
“Bustamante, frío, escéptico, descorazonado, sin apego al poder, llama a Santa Anna y le deja el mando. ¿Cómo no, si era el ídolo, si era el trivial y eterno seductor de la República?”.
JUSTO SIERRA, “Evolución Política del Pueblo Mexicano”
Pocos protagonistas de nuestra historia, han despertado el interés de los estudiosos, como Antonio López de Santa Anna, a quien la posteridad ha juzgado con rigor. Hijo de criollos, nació en Jalapa, el 21 de febrero de 1794, a los dieciséis años se alistó en el ejército imperialista, como caballero cadete, combatió a los insurgentes, pero ambicioso en sumo grado y calculador, se adhirió al Plan de Iguala con Iturbide, y de ahí para adelante, como el audaz oportunista que siempre fue, siguió el curso de los acontecimientos, o él mismo los provocaba, para ser llamado como el salvador providencial de la crisis, y restablecer el orden. Consumado comediante, grandilocuente y teatral en las arengas a la tropa, proclamas, manifiestos, y en cuanta ocasión se presentaba.
A mediados de 1835, enterado el gobierno mexicano, de los planes separatistas de los colonos asentados en Texas, se comisionó a Santa Anna para que fuera a combatirlos, y en el asalto a “El Alamo”, murieron todos en número de 183, pero con bajas de 400 soldados mexicanos, ante todo al intentar escalar las murallas de la antigua Misión. Santa Anna dispuso la incineración de los colonos muertos, y se retiró a orillas del rio San Jacinto a disfrutar de una plácida siesta.
Samuel Houston que venía en auxilio de los sitiados, al enterarse de los sucesos apresuraron el paso, y al llegar, se internaron sigilosamente en el bosque, y cuando estuvieron a una corta distancia, empezaron a disparar sorprendiendo a Santa Anna, provocando confusión, pánico y la huida, pero fueron masacrados cientos de soldados, Santa Anna fue hecho prisionero y llevado a la presencia de Houston. Lo llevan a Galveston de allí a al puerto Velasco, lo quieren ejecutar en venganza por lo de “El Alamo”, pero Houston y otros jefes lo impiden, permanece cerca de sesenta días en la cárcel, junto con José María Almonte, con cadenas y grilletes en los tobillos, pide lo lleven a Washington para ver al presidente Andrew Jackson, para que sea mediador en el conflicto de Texas, Houston accede, pero Jackson no se compromete a nada, por la sencilla razón de que se tenía planeado la anexión de dicho territorio. A su regreso a Veracruz, y ante la indignación nacional, por el desastre de San Jacinto, se recluyó en su hacienda de Manga de Clavo, a redactar el parte militar en el que culpó a medio mundo, menos él, y rumiando la derrota esperó a que se calmaran los ánimos y se presentara la oportunidad de volver al poder, la cual no tardó en llegar. En 1838, ciudadanos franceses radicados en México, presentaron una reclamación por daños a sus negocios, y en lo personal a uno de ellos, y como las autoridades mexicanas no hicieron caso de tal demanda, recurrieron a su gobierno el Rey Luis Felipe, quien envió una escuadra a Veracruz a exigir las indemnizaciones, a este tragicómico conflicto internacional, el pueblo lo llamó “La Guerra de los Pasteles”. Santa Anna, al escuchar el retumbar de los cañonazos, de la escuadra francesa en Veracruz, ordenó le alistaran su caballo blanco, y salió a todo galope hacia el puerto, y al llegar, se puso a las órdenes del general Manuel Rincón, responsable de la defensa, y le encargó una comisión inferior a su rango de General de División, pero no protesta y sale a cumplirla, cuando regresa, los oficiales franceses ya habían tomado el cuartel, y lo buscaban a él para llevarlo prisionero, pero los confunde y se escabulle. Los marinos franceses, reciben la orden de regresar a la fragata, y Santa Anna los persigue, pero a corta distancia había quedado un artillero francés, protegiendo la retirada, dispara un proyectil que causa una seria herida, en la pierna izquierda de Santa Anna, cae del caballo, mueren varios soldados y heridos otros tantos, al día siguiente cinco médicos intercambian impresiones sobre el caso, para llegar a la conclusión que la única alternativa, es amputar, a lo cual proceden de debajo de la rodilla, sin anestesia. Un sacerdote se lleva el miembro amputado, para sepultarlo provisionalmente en la hacienda Manga de Clavo-.
Al sentirse un poco recuperado, dictó un dramático parte militar, dando cuenta de las acciones emprendidas, la retirada de la escuadra francesa, y la que podía ser mortal herida en la pierna izquierda, que de acuerdo al criterio de los médicos, no hubo más alternativa que amputarla, pero que cualquier sacrificio era poco, tratándose de la defensa de la patria, y con ese estilo grandilocuente proseguiría, hojas y hojas. Cuando se sintió mejor y de acuerdo con los médicos, fue trasladado a Manga de Clavo para su recuperación, acompañado por su segunda esposa, Dolores de Tosta y escoltado por soldados. A partir de este suceso, sus enemigos empezaron a llamarlo “Quince uñas”.
Su arrojo en la defensa de Veracruz ante la escuadra francesa y la pérdida de la pierna, contribuyeron como por arte de magia a reivindicarlo, el desastre de San Jacinto había quedado atrás. Durante su recuperación en Manga de Clavo, un día llega un emisario del gobierno, y le entrega un pliego que es leído: se trata de un Decreto en el que se expresa, que el General en Jefe y la tropa, han merecido el bien de la Patria agradecida, por su heroica acción militar ante el invasor francés, el 5 de diciembre de 1838, además, una Presea alusiva para el General en Jefe. Santa Anna sorprendido, como relámpago intuyó que su estrella volvía brillar, y su regreso al poder y la gloria era cuestión de tiempo, como así fue.
En el lapso de 22 años de 1833 a 1855, ocupó once veces la presidencia, se hizo llamar “Su Alteza Serenísima”, y por decreto se le proclamó “Benemérito de la Patria”, y él mismo se decía “Napoleón del Oeste, probó el acíbar de la derrota, prisión (estuvo a punto de ser fusilado, el destierro en dos ocasiones por 18 años, terminó sus últimos días olvidado y en precaria situación económica, murió en la ciudad de México por la noche, entre el 20 y 21 de febrero de 1876, fue sepultado en el cementerio del Tepeyac, en donde reposan también los restos de su segunda esposa, Dolores de Tosta.
En cuanto a la pierna amputada, tema de esta colaboración, el 27 de septiembre de 1842 ordenó un funeral de Estado, fue desenterrada de Manga de Clavo y llevada a la iglesia de Zempoala, y se celebró una misa solemne y réquiem, de allí, con numeroso séquito con el obispo al frente, ministros, generales, húsares y demás acompañamiento, fue trasladada al cementerio de Santa Paula en México, y el señor Enrique Sierra y Mosso, amigo de la familia, dijo un ampuloso y largo discurso (a manera de oración fúnebre), haciendo una similitud de Santa Anna con los héroes de la antigüedad.
Al principio empezó a usar prótesis de corcho, pero en los últimos años ordenó una de lustroso charol, estilo napoleónica, cuya foto ilustra este texto, la cual perdió en su precipitada huida en la batalla de Cerro Gordo, contra los norteamericanos el 18 de abril de 1847, fue recogida por los soldados y llevada como trofeo de guerra, y actualmente se encuentra en el Museo de Sprinfield, Illinois.
El 13 de junio de 1843, con motivo de su onomástico, se le erigió una estatua con el puño amenazante hacia el norte, pero en 1844 que hubo una revuelta, el pueblo la derribó quemó sus retratos, desenterró la pierna y la arrastró por las calles, como venganza para humillar al dictador.
FUENTES,
JOSE C.
VALADES,
“México, Santa Anna y la Guerra de Texas.
JOSE FUENTES MARES,
“Santa Anna el hombre”
RAFAEL F. MUÑOZ, “Santa Anna el dictador resplandeciente
* Periodista sinaloense”