FRANCISCO TOMÁS GONZÁLEZ CABAÑAS
Nos proponía Derrida que pensemos en los términos de algunas cosas que desborden la representación. Por tanto el neologismo o neografismo, que proviene de diferencia, también lo hace desde su sentido de aquello que difiere. Lo que está pospuesto es el significado mismo de eso que se quiere, señalar, definir o absolutizar, encerrándolo en un vocablo. Tal postergación, mediante una cadena de elementos significadores, hacen posible el contexto en donde podría tener sentido que se fugue, aquello que deseamos, anhelamos, tan profundamente tenerlo acotado en el margen de espacio y de tiempo. Bajo nuestra propuesta categorial, lo que se difiere, se posterga, se prorroga, en relación a lo furtivo de la pobreza, es mediante, lo democrático, que funge como un valioso catalizador, una suerte de talismán, en donde, se yuxtaponen, constituyéndose así, ambos, en esta relación pervertida como perversa, para que no puedan significar ambas otra cosa; males necesarios, conceptos en el orden de lo real, irreducibles, inmodificables e indispensables de los que no nos podemos desentendernos, desembarazarnos ni mucho menos, deshacernos de los mismos, en tren de tener (dado que no cabe, ni nos permitimos siquiera anhelar) algo mejor que las postergaciones, los diferimientos a los que no condenamos mediante la Différance entre pobreza y democracia.
No, no estamos hablando ni en difícil, ni en vocabulario técnico, o para el regocijo de minorías ilustradas, que al tener todo lo demás resuelto, pretenden que vuele algo más elevado lo que haya cultivado con su intelectualidad. Hablamos de lo que sucede todos los días, con esas barriadas, que más o menos habitualmente, usted ve, cerca de sus reductos, en vivo y en directo, o mediante una interfaz comunicacional.
Hablamos de esa pobreza, a la que usted teme, no tanto en caer, sino más que en nada, ser presa, o víctima, de su resaca, o de su resultante, que producto del azar, o del olvido momentáneo de ese dios (al que después perdonara), pueda terminar siendo, merced de un arrebato, de una entradera, escruche, o cualquier tipo de abuso violento, que consciente o inconscientemente, asocia, como un circuito entre pobreza-marginalidad y delincuencia-criminalidad. La democracia es para usted, precisamente esto.
Lo que no puede serle resuelto, para que pueda gozar, en lo que cree que ha ganado, con justicia y merecimiento (no hablamos ni de ética ni de honestidad) pero que al menos lo puede mencionar, lo puede exclamar, rezongar y solicitar, teniendo siempre enfrente, un político, que a sabiendas del imposible que pide, le miente, a la carta, por pedido suyo diciéndole que sí lo vota, lo resolverá. La democracia es para la pobreza, el placebo, que al no generar acción específica alguna, perpetúa en tal inacción la flagrancia del cuadro. La pobreza es para la democracia, la excusa perfecta para que cabalguen en el mando, los estultos, flagrantes, que corresponden a la situación con la misma medicina. Aspirinas para situaciones complejas, a la espera que se desate, se resuelva, el nudo gordiano, en donde lo central, lo nodal, es precisamente, la postergación, el diferimiento, como sostenemos desde el título la Différance, que termina de maridar, incestuosamente, a la pobreza con la democracia, en tal concretación de la nada, o de la posibilidad como mera posibilidad de sí misma. Al estar ocluida la chance, o la elección, el uso que podamos llegar a hacer de nuestra libertad de pensamiento, para darnos otra cosa, que no sea la imbricación nociva entre pobreza-democracia, caemos en ese vacío, de lo otro, que representan los absolutismos ya vividos y padecidos.
Pretender salirnos de lo democrático, en cuanto a su vinculación con la pobreza, no hace más que sentenciarnos al oscuro y lúgubre, cono de sombras, en donde nos espera, ansiosa, la condena de todo lo que no somos, ni representamos, lo totalitario y arbitrario de formas de gobierno o sistemas, que han sido insondablemente temibles en su experimentación por lo humano. O tal vez sí, tal vez nunca hayamos dejado de ser, eso que tememos, con solo mencionarlo. Posiblemente, en el decurso del tiempo, profundizamos la malicia, con la que pretendemos, tener más que el de a lado, más que el otro, diciéndole que somos todos iguales ante ese principio democrático, por más que el próximo, este condenado a la pobreza más absoluta.
No sería raro que en verdad, al no tolerarnos en nuestra real traducción, en lo que somos, nos desbordemos en el significado, de lo que pretendemos y por tanto realicemos el acto de la Différance,y que por tanto, esta sea la razón por la que seguimos, plenamente habitando una pobreza democrática, o una democracia empobrecida, a la que no podemos siquiera pedirle otra cosa que no sea, que refiera a interminables cadenas de palabras, como de cosas, que no terminan significando, o sirviéndonos, para nada más que para continuar tal como estamos.
La verdadera elección que nos ofrece, que subyace, que orbita detrás de eso otro, lo innombrable, lo indecible es que el presente sistema político-institucional, imperante en occidente, que dimos en llamar “la Différance entre pobreza y democracia” nos impele a que con periodicidad, elijamos, optemos, entre padecer hambre, o padecer las acciones que genera el hambre, es decir la discordia, cuando no la violencia y la agresividad de los hambrientos, para que entre todos sostengamos un pseudo equilibrio, orquestado por una cohorte de estructuras de papel, a las que las queremos dotar de características que no le son propias y que ni por asomo las tienen.
* Autor y filosofo argentino