Al cargo del maestro que le confiráis, en la elección del cual
estriba todo el fruto de su educación (…) que se propone antes
ser hombre hábil que hombre sabio, yo desearía que se pusiera
muy especial cuidado en encomendarle a un preceptor de mejor cabeza
que provista de ciencia, y que maestro y discípulo se encaminaran
más bien a la recta dirección del entendimiento y costumbres,
que a la enseñanza por sí misma, y apetecería también
que el maestro se condujera en su cargo de una manera nueva.
Michel de Montaigne
(Carta a Diana de Foix, Duquesa de Gurson; Ensayos Capítulo XXV)
JUAN DIEGO GONZÁLEZ
Cada vez que se acerca el 15 de mayo, inexorablemente recuerdo a mis maestros, a los buenos, aquellos que dejaron huella en mi vida. Porque la esencia de un maestro es transformar la vida de sus educandos, como ya anticipaba Sócrates al afirmar que el peor vicio del ser humano es la ignorancia: Para el gran filósofo griego, el conocimiento era la puerta de la felicidad. De aquí todos sus afanes por hacer cambiar a la juventud ateniense y convertirlos en personas preparadas, con sentido crítico, con ganas de preguntar y conocer.
La función social del maestro es promover este deseo de adquirir conocimiento, de estimular la curiosidad natural del ser humano y conducirlo hasta la última molécula o llevarlo a la estrella más lejana: “La razón del hombre puede llevarlo a conocer el universo” dice Tomás de Aquino. Quien por cierto fue uno de los grandes maestros de la Época Medieval. De joven fue discípulo de Alberto Magno (otro gran maestro de ese tiempo) y condiscípulo (rival) de San Buenaventura. Alguna vez le preguntaron a al fraile dominico de donde le venía tanto conocimiento, a lo que contestó: “Soy discípulo de un gran maestro”. En ese momento, Tomás de Aquino ya era doctor en Teología y por su comentario, se sabía que la referencia era hacia su antiguo maestro, con quien sostuvo largas tardes de charlas y vino tinto tratando de descubrir las últimas puertas del conocimiento.
La esencia de la educación es provocar un cambio real en la persona, de manera que su vida se vea afectada – en el sentido positivo- por los conocimientos adquiridos en el proceso enseñanza-aprendizaje. ¿De qué le sirve a un hombre saber generar energía atómica o construir naves espaciales, si como persona es un egoísta o un irresponsable?
Los retos que tiene el docente en México en el siglo XXI, son los mismos que tuvo el docente en el siglo XX y los mismos que tuvo Ignacio Manuel Altamirano en el siglo XIX: transformar a la persona en mejor persona. Si el maestro ayuda a un niño o joven a ser la mejor versión de sí mismo a través del proceso educativo (durante la permanencia escolar), ese maestro habrá vencido al dragón a punta de plumón y libros. Veamos –estimado lector- el caso de la corrupción. Cualquier ser humano está propenso a esta situación (preguntemos a Judas Iscariote y las 30 monedas de plata). Nuestro país es considerado a nivel mundial como uno con los más altos índices de corrupción. Esto es porque sus habitantes –nosotros los mexicanos- somos corruptos. Ahora bien, ¿Qué ha hecho la educación desde José Vasconcelos hasta la fecha? Al parecer casi nada (me gustaría decir nada, sin embargo el absoluto es completamente debatible). ¿Qué hará el nuevo modelo educativo? Al menos dejemos el privilegio de la duda o permanezcamos tejiendo chambritas durante la noche.
Los maestros tenemos el gran reto de impactar la vida de los estudiantes, de tal forma que sean personas de bien –diría mi abuela Consuelo- y la corrupción sea una excepción extraordinaria en la vida del país. No como sucede ahora, con la terrible cotidianidad de su presencia, su olor malsano en cada rincón de la burocracia oficinesca, en cada documento, en las palabras de los gobernantes, el irritante silbato de un policía, la multimillonaria publicidad de tal o cual partido, la caravana de guaruras en camionetas negras de un jefe de medio pelo.
El maestro tiene en sus manos la oportunidad de moldear los espíritus de los niños o jóvenes en los más altos valores. Por desgracia, también tiene en sus manos el picaporte para abrir la puerta al caballo negro de Platón y dejarlo que corra desbocado. Precisamente por este motivo, Aristóteles afirmaba que una de las principales y más importantes acciones de cualquier gobierno debía ser la educación (incluso menciona en su “Política” que un elemento para evitar revoluciones es tener un pueblo con educación).
Así como la corrupción es perfectamente controlable, reducible y casi erradicable con educación, con verdadera educación; los otros temas que causan el retroceso de nuestro México lindo y querido (en el permanente Tercer Mundo), la impuntualidad, la ineficiencia, la holgazanería, la irresponsabilidad, la indiferencia, el egoísmo; también se pueden resolver con educación Este es el reto que tenemos los maestros. Y en el salón de clases, es el maestro y los estudiantes. Gobierno, sindicato, reformas, jaloneos políticos, todo esto queda afuera. El salón de clases es la puerta al universo y los viajeros del conocimiento están ahí. Una vez que los maestros entendamos esto, ser educador en México en el siglo XXI será una de las profesiones más hermosas posibles.
* Autor, docente, Sonora/ BCS