MARÍA TRINIDAD LÓPEZ LARA
La Real Academia Española define la palabra ‘lujo’ como «demasía en el adorno, en la pompa y en el regalo», como la «abundancia de cosas no necesarias» y, también, como «todo aquello que supera los medios normales de alguien para conseguirlo».
El sector de lujo siempre va de prisa, el lujo aporta experiencias excepcionales y placeres de una intensidad y una calidad excepcionales también. Dichos placeres pueden estar ligados evidentemente a la posesión, al disfrute y al consumo de productos de lujo que no están al alcance de todo el mundo. La afición al lujo, por mucho que nos remontemos en el tiempo y miremos adonde miremos, es una constante antropológica. Los hombres más pobres y con menos recursos siempre reservan un lugar para alguna experiencia excepcional que constituye “su lujo”. Sin embargo, además de lo que permiten la abundancia y la riqueza de los dos o tres últimos siglos, hoy disponemos de una serie de factores que modifican profundamente la situación, tanto desde el punto de vista de la oferta como desde el punto de vista del consumo, ya que estamos siendo testigos de una evolución en el mercado derivada de los cambios en los hábitos de los consumidores. Estos han comenzado a evitar el consumo de los productos y servicios del sector del lujo tradicional en busca de experiencias y elementos más novedosos y exclusivos. Cierto es que esto no debería ser un hecho alarmante para los consumidores del lujo tradicional. Lo cierto es que es un claro indicativo de la búsqueda de un estilo de vida en el que el producto o el servicio sea una experiencia en sí mismo. Lujo en el sentido tradicional, hace referencia a aquellos bienes, arreglos, manufacturas, obra de arte u objetos que exceden lo necesario. Es aquello que para ser adquirido sobrepasa los medios normales, cuya demanda se incrementa proporcionalmente con el aumento de ingresos a diferencia de los bienes para cubrir necesidades, pero el lujo como concepto absoluto, suele asociarse a imágenes de la vida cotidiana de personas ricas y poderosas, esto es, con “lo ordinario de las personas extraordinarias”. El lujo primigenio, germinó principalmente en templos religiosos, iglesias, pagodas, pirámides egipcias… representando un tributo a los dioses de diferentes culturas, con la intención de comprar su misericordia a través del sacrificio suntuario. Más adelante, el lujo se convirtió en una manera de señalar la posición que una persona ocupaba en una sociedad aristocrática, mediante el dispendio de recursos productivos en bienes no productivos. Antaño, el lujo era una consecuencia de la estratificación social. Sólo desde hace unas pocas décadas, se ha producido un giro paradigmático, en el que es el lujo quien crea la estratificación social en países donde antes no existía, o no era tan evidente. Las trifulcas de chinos rompiendo botellas de los más dispares y caros licores en las bodegas de los mejores restaurantes de Pekín, para ver quién es más rico, son un ejemplo de la importancia concedida al rango social en determinadas culturas. Si asociamos a la cultura con el lujo vemos que la cultura es el conjunto de todo lo realizado por los hombres: sus creaciones materiales y espirituales, que abarcan tanto un edificio como un pensamiento. Todo el universo de lo humano cabe dentro de la cultura, ya sea una creencia, una técnica, una película, un vaso, un sueño o un viaje en subterráneo. La cultura es tanto una acción, como un objeto, o una idea. Es sobre todo una creación colectiva, social, que existe en el espacio y en el tiempo, que se modifica con cada nueva acción, idea, actitud.
La cultura siempre está enriqueciéndose por influencias que pueden venir de muchas fuentes, entre ellas el arte, con su carácter social. El arte cumple las funciones de comunicar, educar y formar valores, donde el hombre puede adquirir visiones, concepciones y conocimientos relacionados con su arraigo cultural y su identidad, que permiten la conservación de elementos socioculturales necesarios para compartir un mismo espacio cultural y de pertenencia. Visto que toda producción artística es, por su contenido, popular, atractiva, estética y seductora de grandes multitudes, entonces deviene importante medio para el conocimiento y reflejo de la identidad cultural de toda región. La obra de arte, como una expresión genuina por la cual el artista penetra en el mundo, lo
transforma y somete a una constante superación. En ella queda materializada su actividad transformadora, su ideología, sus puntos de vista, y su conocimiento cultural.
La vinculación, en la vida cotidiana, del creador, su obra y el público, eleva considerablemente su afectividad en la formación de la conciencia de identidad cultural en la población. Sin embargo, el arte, parte inseparable de la cultura, parece no tener cabida entre los innumerables problemas que bañan el día a día. Instituciones culturales antaño referentes ven cerradas sus puertas por la ausencia de apoyo y ello nos lleva a pensar que si el nuevo lujo, al que se le ha llamado el “lujo de experiencia” considera las veladas en la ópera o en los festivales culturales, encontrando en ello una situación de privilegio como una manifestación de la alta cultura.
A medida que las economías se desarrollan y las personas adquieren riqueza y cultura, éstas comienzan a buscar productos más atractivos y valiosos. El lujo es eterno porque buscar lo mejor, lo más funcional o lo bello forma parte de la naturaleza humana. En esta búsqueda de lo auténtico del lujo, lo que no excede en precio o calidad no cuenta, la industria se polariza y las marcas con más oportunidades de desarrollarse son aquellas que presentan productos para perpetuarse. De esta forma las marcas de lujo extremo son las más proclives a sobrevivir. El nuevo consumidor buscar los valores del auténtico lujo, que es sostenible y eterno, en ese sentido, Francisco de Goya (1746-1828) pintaba retratos de personajes encumbrados para adornar sus palacios. El arte, no sólo está destinado a satisfacer el disfrute y la contemplación del público o de los consumidores de estas piezas artísticas que producen, sino que además, cumple con el objetivo de fomentar el equilibrio espiritual, la sensibilidad y la estética. Implica, abundancia de creatividad y de imaginación al momento de crear. Es así como, se puede decir que la cultura y el arte son ambas relevantes para lograrla evolución de la sociedad, en base a las facultades intelectuales del individuo y a través de, ideas o expresiones que identifican a los diferentes grupos sociales. El arte es más que nada el espejo fiel donde van reflejándose los cambios de la cultura humana, a pesar de ello al lujo le va mejor que a la cultura.
*Director de la UdeO Campus Guamuchil