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EL PARACHUTE

By domingo 15 de abril de 2018 No Comments

TEODOSO NAVIDAD SALAZAR

La mañana es agradable. Son los últimos días del invierno, si se le puede llamar invierno, en esta parte del trópico. A lo lejos un yate cruza la bahía; el aire mueve cadenciosamente las palmeras y otros árboles en los jardines del hotel.
Termino de desayunar en aquella mesa frente al mar que ya tenía yo como “exclusiva” en el restaurant del hotel donde hace un par de semanas me hospedo por razones de trabajo. El mesero impecablemente vestido retira el servicio; sonriente ofrece café recién preparado, sirve y se va a otras mesas. Es buen café, tal vez por eso muchas personas acuden cada día. Es domingo, y el local luce medio vacío.
A esa hora el mar está en calma; olas que llegan agotadas hasta la orilla, deleitan a bañistas y a quienes contemplamos su interminable vaivén. Personas sentadas en camastros cuidan niños constructores de castillos y figuras de arena a esa hora de la mañana.

Bebo un poco de café; saco de la mochila un libro que leí en mis años de preparatoria motivado por mi maestra de literatura y que hace días empecé a releer: «Por quién doblan las campanas» de Ernest Hemingway. Es importante releer un libro. Siempre se rescatan ideas que en su primera lectura no vimos. Es una novela clásica escrita en el contexto de la guerra civil en España; historia de amor y muerte, recreada en las montañas boscosas donde milicianos planean volar un puente que ayudará a los republicanos en su ofensiva contra el gobierno de Franco. Uno de los personajes centrales, es Roberto Jordán, joven voluntario, es dinamitero, y ha venido para apoyar la destrucción del dicho puente. En ese ambiente tenso y peligroso el chico se enamora de María, joven rescatada por los milicianos de manos de los franquistas.

El texto es magnífico, de ahí su relectura. No logro concentrarme. Me relajo y dejo el libro sobre la mesa. Me dedico a la contemplación. Poco a poco la gente llega a la playa y se hace de un espacio en la blanca arena. Hermosas gaviotas sin temor alguno se posan cerca de bañistas tirados en la arena y de niños que juegan entrando y saliendo del agua; las gaviotas buscan comida; otras parecen suspendidas bajo el sol que ya empieza a calentar el ambiente. Una parvada de pelícanos cruza en vuelo rasante muy cerca del reventadero, parecen tocar el agua, pero no es así. El estruendo de las olas me deleita y hace recordar otros bellos momentos.
Algunos lancheros se acercan a la playa ofreciendo servicios del parachute. En el lejano horizonte marino descubro un enorme barco. Aparece de nuevo el mesero con la jarra del café, sonríe y me ofrece; rechazo y agradezco el gesto, ya he bebido suficiente. Es media mañana. Para entonces el local está abarrotado, familias buscando mesa, otras personas piden la cuenta para retirarse. Meseros van y vienen atendiendo a los comensales. Vuelvo la mirada sobre el horizonte, allá donde el barco avanza mostrando su magnitud. Es un crucero impresionante, aunque aún está lejos de la entrada a la bahía.

En la playa, un prestador de servicios que sostiene un parachute de múltiples colores convence a un cliente. Se hacen maniobras y una lancha amarilla y borda de color verde bandera, se acerca a la orilla lo más que puede; tira suavemente de la cuerda y luego se detiene: el parachute se abre y se cierra. El parachutero pone el arnés al cliente que atento recibe indicaciones. La lancha amarilla y bordaverde bandera, avanza lentamente; el paracaídas se abre y se eleva y toma altura. Empieza el recorrido por la bahía y se pierden de mi vista.

Un par de jóvenes rubios (parecen gringos), se hacen a la mar en veleros; inician el recorrido, parece que se dirigen a la isla de enfrente. De nuevo el mesero se acerca y ahora ordeno una cerveza Pacífico. El crucero continúa su avance rumbo al canal de entrada al puerto. Es una nave impresionante.
En la playa un mundo de personas disfruta del agua, de la arena y sol; se deja sentir el calor. Los vendedores ofrecen sus mercancías, traen de todo, desde sombrillas, frutas, artesanías, vestidos, sobreros y mantas del país. Contemplo a niños con salvavidas de variadas formas y colores, otros vuelan sus cometas. Mujeres de magníficas formas corporales y otras no tanto, muestran sus encantos en diminutos trajes de baño. Algunos hombres pasan con sus hieleras y con cervezas en mano. Al poco rato, a lo lejos, aparece una lancha amarilla, tira de un parachute, es posible que sea el mismo que se elevó cerca de donde estoy sentado. Tal vez sea el final del recorrido, todo
parece normal; pero no es así.

De pronto, la cuerda que tira del parachute se rompe, la lancha sale disparada y luego se detiene. Ya sin el impulso la persona que vuela queda a la deriva, seguramente se aferra a las cuerdas, pero no hay asideros en el aire. El hombre que espera en tierra agita sus manos desesperado, voltea donde la lancha amarilla. La persona y el parachute bajan cada vez más, ahora pasan por encima de las azoteas de hoteles, seguramente se estrellarán contra algún edificio, no se puede pensar en otra posibilidad.
El viajero y el parachute siguen perdiendo altura de manera vertiginosa, el impacto es inminente. Los pierdo de vista. En la playa quienes han observado que la cuerda del paracaídas se ha roto, gritan…otros corren tratando de ver el desenlace. Los niños siguen en sus juegos despreocupados, sin comprender la tragedia. Los minutos pasan, se escuchan sirenas de cuerpos de rescate. -Ha de ser la Cruz Roja, tal vez Protección Civil y Bomberos- me informa el mesero que me ha atendido desde temprano.

Epílogo Día siguiente: llego al aeropuerto; antes de pasar a la sala de abordar, leo la cabeza de un diario en un puesto de revistas: “Joven mujer salva la vida, al romperse la cuerda del parachute”.
Compro el diario y ya en pleno vuelo, leo la nota: Chica originaria de Monterrey, Nuevo León, que vacacionaba en el bello puerto, salva la vida milagrosamente. El evento se suscitó casi al final del vuelo por la bahía, cuando la cuerda del parachute, se rompió. Con heridas de consideración fue atendida por paramédicos de Cruz Roja, después de que el Cuerpo de Bomberos la rescató de la azotea de un hotel en la Zona Dorada, donde cayó. Con heridas en distintas partes del cuerpo, tres costillas rotas y las piernas fracturadas, pero ya estabilizada la joven fue llevada a una clínica particular del puerto donde está siendo atendida y ser reporta estable.
Los parachuteros, fueron detenidos para investigar y deslindar responsabilidades; en su declaración dijeron que eso jamás había ocurrido, que fue un accidente, que la cuerda era nueva, que…

* La Promesa, Eldorado, Sinaloa, abril de 2018
Comentarios y sugerencias a teodosonavidad@hotmail.com

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