SYLVIA TERESA MANRÍQUEZ
La infancia no es algo que muere en nosotros y se seca cuando
ha cumplido un ciclo. No es un recuerdo. Es el más vivo de los
tesoros, y sigue enriqueciéndonos a nuestras espaldas […] Triste
de quien no puede recordar su infancia, recuperarla en sí
mismo, como a un cuerpo dentro de su propio cuerpo o una
sangre nueva dentro de su propia sangre: desde
que ella lo ha abandonado está muerto».
Quizá este es el texto más citado del escritor belga en lengua francesa Franz Hellens, (1881-1972). Me hace recordar y reflexionar. Mi madre jugaba con nosotros. En casa había juegos de mesa, matatenas, juegos de té, muñecas, carritos, pelotas de varios tipos, bat y guantes de beisbol, cuerdas para saltar, cuadernos para colorear, comics y libros.
Muchas veces hicimos nuestros propios juguetes, muñecas de trapo, carritos con cajas de zapatos. Lo mismo jugábamos a la bebeleche y las escondidas que la lotería, el basta, timbiriche, parchís y muchos otros juegos de mesa.
Mi madre leía con y para nosotros. Ella aún comparte su tiempo, aunque cada vez menos conforme los años se acumulan. Disfruta colorear mándalas, resolver crucigramas, tejer, bordar, ver un buen documental en televisión, leer, y lo disfruta más cuando está acompañada.
Con los avances tecnológicos aprendió a jugar solitario en una computadora de escritorio. Tiene un teléfono celular por el que se comunican las nietas y nietos.
Hace poco se le proporcionó una laptop, para que escriba sus memorias y su legado no se pierda con el paso de los años, aunque ella se toma su tiempo para convivir con su computadora personal.
Tiene 79 años y sabe que las y los adolescentes y jóvenes tienen adicción al internet, ve a sus propios nietos y nietas desesperarse porque en casa de la abuela no hay internet. Por suerte muchas de nuestr
as abuelas son sabias y saben fomentar charlas interesantes mezcladas con actividades inesperadas para atrapar la atención, como descubrir tesoros fotográficos en una vieja caja metálica u hornear galletas y empanadas.
Nos hemos enterado con sorpresa de dos casos de niños sonorense que entraron en profunda depresión profunda porque ya no podían tener celular ni Tablet.
La “Nomofobia” es el miedo a quedarse sin teléfono celular, una ansiedad severa que se sufre cuando se pierde el acceso a este dispositivo.
Recuerde la sensación de no encontrar el celular en la bolsa de mano, el bolsillo del pantalón o la mochila. Para quienes padecen nomofobia esta situación los lleva a estados depresivos y ansiosos peligrosos.
Si entenderlo es difícil para las personas adultas ¿cómo esperar que las y los adolescentes estén conscientes de que esto sucede? Mucho menos niñas y niños. Rescatar los juegos que conocimos en nuestra infancia no es difícil porque los tenemos en los recuerdos que nos laten como una sangre nueva dentro de nuestra propia sangre, parafraseando a Hellens.
La sentencia del autor belga me causa ecos porque me niego a que las niñas y los niños vivan sin conocer la felicidad que hay al bailar un trompo y subirlo a la mano, lograr que un balero caiga en el vástago, hacer piruetas grandiosas con un yoyo, crear edificios con pequeños cubos de colores; todas emociones que nos hacen sentir capaces, valioso y felices.
Nuestros juegos de la infancia siguen siendo tan importantes para la niñez actual como lo fueron para nosotros. Rescatarlos sólo precisa de las ganas de heredar un buen bagaje de confianza y alegría al compartir la aventura de jugar al aire libre, alrededor de un tablero o un juego de lotería.
Si, como dice Franz Hellens, la infancia no es algo que muere en nosotros, si no es un recuerdo, por qué permitimos que la tecnología robe a nuestras niñas y niños su más vivo tesoro: la infancia.
*Autora y productora de Radio Sonora