MIGUEL ALBERTO OCHOA
Todos tenemos mentores que han catapultado nuestro pensamiento a posibilidades no imaginadas, ya sea un familiar, una maestra o un profesor universitario, incluso un simple amigo, pero todos hemos tenido mentores; personas que sin su ayuda o su intervención tal vez nuestra vida no sería la que es ahora. No sé tu historia, pero para mí, esa persona fue Cornelio Gil Delgado. ¡Vaya! ¡Es la primera vez que escribo su nombre en un texto como este! Un texto, donde hablo sobre las temporalidades para hacer las cosas, como, por ejemplo: escribir por primera vez el nombre del maestro que tanto extrañas, ya no en el cuaderno de rayas, sino en un procesador de textos.
El maestro citado relataba sabrosamente tanto sobre ocultismo como de literatura, podía hacer parecer la Contabilidad una ciencia alquímica vinculada con el saber universal y el conocimiento minucioso de cómo funciona la vida y los juegos de azar. Era todo un narrador, un gran y honrado guardián de la palabra comprometido a hacernos volar la imaginación a como diera lugar. Y en esos malabares de inteligencia fue cuando se le escapó lo siguiente: “Si quieres leer el Génesis, debes hacerlo en la mañana; el Quijote, por la tarde; y la Divina Comedia, por la noche”. Aquello marcaría un antes y un después en mi concepción de la lectura.
Se puede prejuzgar mucho a una persona que asegura que su familia mantiene un nexo genealógico con los verdaderos nahuales mexicanos, sin embargo, hay algo de cierto en todo lo que dijo. Las lecturas tienen dos tiempos: uno inherente al texto el cual prescribe el horario ideal de su lectura; y el otro, donde el lector está listo para leer dicho texto. Según la teoría del maestro Gil Delgado, los textos tienen en su… algo así como ADN literario, el momento en que debe leerse, porque si no, poco se degustará y la experiencia pasaría a ser la cosecha a destiempo de una buena siembra. Sé lo que piensan, la imaginación puede ambientar y en la mente erudita de quien lee se puede iniciar cualquier lectura a cualquier hora del día porque lo importante es sumergirse en otro mundo. Podría ser, sé lo que dicen, yo pienso igual que ustedes.
Esto no pasa muy a menudo en un salón de clases, pero sucedió en el de él: al día siguiente que nos contó todo esto, un compañero había quedado prendido del tema y le hizo la siguiente pregunta: “¿Cómo podemos saber cuando todavía no es tiempo de leer un libro?”. Y el maestro, arqueando una ceja, respondió: “Fácil, Alejandro, tu imaginación debe florecer, debe pelear o debe contemplar, si no está haciendo ninguna de estas cosas quiere decir que todavía no es tiempo para esa lectura; ahora bien, si tu imaginación pelea cuando debería florecer, busca el mediodía; si contempla cuando debería pelear, busca la noche; si florece cuando debería pelear, busca la mañana. En cambio, si sientes que el libro es parte del momento y que nada sería más perfecto que leerlo, quiere decir que estás a tiempo y que no debes desaprovechar ni un segundo más en decidir si leer o no”. Acto seguido, se escuchó el estruendoso timbre de mi secundaria, la Anáhuac de la Col. Altamira, y todos regresamos al plan de estudios marcados por la Secretaria de Educación Pública.
Los patios se vaciaron y los pupitres volvieron a soportar el peso de hormonas y neuronas de jóvenes que todavía les faltaba encontrar su lugar en el universo.
Me gustaría decirle a mi profesor: “Maestro, su técnica me funcionó de maravilla”. Y que realmente sea cierto, sin embargo, entender que hay momentos para todo, es una tarea difícil, así como entender que cada lectura tiene su tiempo. Aunque me ha acosado continuamente saber si la misma teoría puede aplicarse a las estaciones del año, digo, una cosa es escuchar la Primavera de Vivaldi a las 9:15 de la mañana y otra muy distinta a las 8 de la noche. ¿Las estaciones del año tendrán injerencia con el modo de leer? Será una pregunta para hacérselas a las abejitas, jilgueros y mariposas; pero hagamos el intento, confiemos un poco en ese maestro.
Todos tenemos ese maestro en el cual creerías hasta con los ojos cerrados. Yo, por eso, en esta época del año leo las primeras novelas de promesas literarias, por ejemplo:
El beso de la mujer araña, de Manuel Puig; o Pedro Páramo, de Juan Rulfo. Ahí en esos dos, se puede leer la primavera.
* Director de Pagina en Blanco, Tijuana B.C.