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AQUELLAS SEMANAS SANTAS DE MI INFANCIA

By sábado 31 de marzo de 2018 No Comments

ALBERTO ÁNGEL «EL CUERVO»

Las jacarandas, están completamente floreadas…
Me asombra, siempre me asombra que justo en semana santa florean a plenitud… No importa la fecha en que caiga… El clima, tal vez… No lo sé… Señales del Universo…. Dios da siempre señales y nosotros siempre dudamos… Eso decía una mi abuela…

—Niñas, es viernes santo, hoy no es día de andar enseñando el fustán…
—Pero Mamachela… Si nomás nos vamos a ir a dar una vueltecita al salón a ver quién anda por ahí…
—Tampoco se trata de andar criticando al prójimo… Pero ya es cuestión… Yo ya les dije que hoy es día de guardar… Recen, reflexionen y el perdón será otorgado…
—¿Perdón por qué, abuelita…?
—¡Ah, eso sí no lo sé yo, tatita… Cada quién sabe lo que ha hecho y de lo que se arrepiente…! Y mis primas, como cada año, se arreglaban para ir a darse la vueltecita al salón mostrando un “ardiente deseo de pecar”, decía una canción de la época… Al llegar a unos cientos de metros de distancia de el salón de la playa, comenzaban a criticar a todos aquellos sacrílegos que en vez de reflexionar por la muerte de Jesús, se dedicaban al baile y el desenfreno… La afluencia al salón ese día, “viernes santo”, era mínima… Cierto… Era mínima e incluso había algunos grupos o algunos cantantes que se rehusaban a tocar y cantar… Si acaso, por la causa que fuere, a alguien le sucedía un accidente o algo similar, de inmediato era adjudicado al sacrilegio de haber convertido en fiesta los días de guardar…
—Mamachela… figúrate que a Joseíto el ahijado de don Chente Padrón, se lo tuvieron que llevar a Paraiso porque se le cayó una palma’e coco encima…
—¡’Onde lo vas a creé…! ¿cuándo fue eso…? ¿qué le pasó…?
—Pues me dijo este muchacho Dadug… El sobrino de mi tío Moisés… Que fue ayer viernes, cuando regresaba del salón y que buscando un lugar donde orinar, se recargó en una palmera y se le vino abajo… Dice que él cree que Joseíto andaba medio “júmido” y que se cayó de arriba del salón y que como le da vergüenza decirlo, salió con eso de dizque la palmera se le cayó encima…
—¡Ai’ta pues… Síganle, tata… Creen que es juego lo que les digo… Es castigo…! A quién se la ocurre ponerse a menear las nalgas con chico che en pleno viernes santo… Claro que tiene que venir el castigo del cielo…
Y mientras son peras o manzanas, las caras culposas de mis primas y primos, se volteaban a ver en plena complicidad dado que todos sabían que no iban nada más a asomarse sino que a la menor oportunidad bailaban una o dos piezas para quitarse las ganas…

Las ganas no eran nada más del baile, no… Había también de las otras ganas… Aquellas ganas que se te trepan por las piernas y estallan ahí en medio de los 16 años adolescentes…
Y con el pretexto de “no debemos estar en el salón en viernes santo, se buscaba el refugio de los palmares en una semiobscuridad cómplice que generalmente resultaba en un festejo de boda forzada dado lo fértil de las edades… A las tres de la tarde en punto, Mama Chela, pedía que nos hincáramos y eleváramos una oración por la muerte de Jesús… Papá Beto, el abuelo, guardaba un respetuoso silencio, pero a leguas se veía que no concordaba con ello. “Tuve ganas… De verte muy cercaaaaaa… Y te vine a buscaaaar… Yo sé bien que perdí la partiiiidaaaa…
Y se bieeeen que humillasta mi amooooor… Pero tuve ganas de verte muy cercaaaaaa… Y te vine a rogaaar… Que vuelvaaaa… Que vuelva tan sólo una vez… pero que vuelvaaaaaa…” y Frankie y Los Matadores que empezaban a escucharse en todos los rincones de México con esa canción que sería su más grande éxito, eran contratados por el salón para tocar toda la temporada de playa… Frankie, pasaba junto a mí sin apercibirse siquiera que yo le observaba con gran atención en su vestuario para el espectáculo quizá soñando con que algún día me contratarían a mí para cantar ahí y sería mi turno entonces para emocionar a las mujeres que me escucharan… El viernes santo, Frankie y los otros grupos, mostraban cierto desgano al tocar que yo interpretaba como un malestar por el sacrilegio…

Como tantas otras veces, mi imaginación me llevaba en un viaje lejanísimo en el tiempo y distancia para ser “despertado” con burlas de mis compañeros de aventuras o bien por los regaños de la nana Celfa que iba a buscarnos al salón por mandato de la abuela…
Por un lado, me envolvía una emoción heurística imaginándome ahí en ese escenario que en aquel entonces veía maravilloso, mágico… Por el otro, buscaba sentirme triste y como no lo lograba bien a bien, la culpa entonces se convertía en un manto pesado que habría que depositar al regreso de la temporada de playa en algún confesionario…
El despojarse de ese manto de culpa era parte del ritual de semana santa. Era como bañar y desinfectar todo sentir y pensar no deseado y después ir permitiendo que el alma fuera perdudiéndose poco a poco hasta que llegara el siguiente perdón… Un manto muy especial… Como la película… El Manto Sagrado… Por lo menos, durante cinco años de mi infancia, fue obligación asistir a la función de aquella película estelarizada por Víctor Mature…. En realidad era una dupla: El Manto Sagrado y Demetrio El Gladiador…
El mero hecho de asistir al cine Mina a ver estas grandes producciones cinematográficas, nos permitía ganar puntos para alimentar las calificaciones de la boleta en, según lo marcado por la constitución, la enseñanza laica absoluta que debería existir… Al asistir a esas funciones, no podía dejar de escuchar y observar las miradas de las señoras cuando Víctor Mature aparecía en la pantalla…
Era una reacción comunal en todas ellas… Se suponía que eran películas que hacían reflexionar y obtener por consecuencia lógica, una devoción mayor… Pero en ese caso, la devoción era a leguas observada por parte de las damas hacia ese símbolo sexual de la época que hoy en día se ve tan lejana…
Cuántas señoras no habrán llegado a la cama con su marido y le habrán hecho el amor al mismo tiempo que fornicaban al galán cinematográfico…
—¡Mamá, mamá… Se cayó el avión de Otto Volter!
—¡Cómo! Qué dices ¿quién te dijo…?
—Ahí anda diciendo todo mundo que se mató en la playa…
—¡Dios mío… Mamacita, ven pronto que se mató Otto Volter…!
—No, no fue Otto, hijita… Fue este muchachito Miqui el que adoptaron… Es que no sé por qué en vez de dedicarse a la oración en estos días retan la fuerza del cielo y ahí está el castigo…
Así, entre las consejas y regaños, entre las caminatas aquellas desde playa limón hasta dos bocas y las risas de todos ante las ocurrencias de los primos y primas en estas inolvidables fiestas de semana santa, esas fiestas y días de guardar quedaron tatuadas en el alma y la memoria y ahora en el otoño del camino, se recrean con mayor fuerza…

Había que esperar hasta el sábado de gloria para poder disfrutar de la música y el baile… Aunque en no pocas ocasiones, las primas esperaban que dieran las doce de la noche del viernes santo, cuando técnicamente había comenzado el sábado…
“Cotorrita corre que te coge el gavilán… Cotorrita corre que te coge el gavilán… Y como te coja, ni plumas te quedarán… “
—¿Qué hora es ya…?
—No lo sé, hermana… Qué tanto estás pregunte y pregunte la hora…
—Tú dime la hora y ya…
— Parece que no conoces a tu primita Lupe de La Cruz… Está esperando a que den las doce de la noche para pararse a bailar…
—A poco, Guadalupe ¿vas a bailar en viernes santo?
—A las doce ya es sábado de gloria… Así que…

Perdón, Dios mío pero la cotorrita está buenísima… Así se fueron alejando lento lento los años púberes para dar paso a la reflexión obligada que las edades nevadas traen consigo… Ahora, la semana santa es muy distinta de lo que fue… Semana Santa en México es sinónimo de francachella y excesos en todo momento…
Las culpas, se fueron diluyendo con la lluvia del sábado de gloria… No recuerdo un sábado de gloria en que no haya llovido… Quizá hasta ello ya se fue… Se lo llevó la mar de playa limón y como las casitas de guano y jaguacte quedaron destruidas…
El salón aquel que respetuoso callaba o disminuía volumen en el viernes santo, es ahora un burdo prostíbulo imitación gringa en las camisetas mojadas y todo exceso posible… Los “ríos de cangrejos” que nos pasaban por encima ya no existen…
Cada vez es más difícil encontrar un sólo cangrejo… Pero en el recuerdo, sigue retumbando la voz del abuelo: “¡Célita, si no encuentro mi guayabera voy a empezar a bajar a toda la corte celestial!” los insultos en la voz del abuelo eran inimaginables y menos en aquellas semanas santas de mi infancia.

* Pintor, autor, intérprete

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