MIGUEL ALBERTO OCHOA
La historia de Tijuana está fuertemente vinculada con la migración. Toda la ciudad es nostálgica y toda la ciudad busca el folclor prometido. Los que se quedaron en Tijuana son vulnerables ante los productos artísticos y comerciales que se venden como bienes culturales, pues simulan un vínculo real con la tierra que dejaron.
Entonces los migrantes acceden y toman por tradición sólo una moda artística. Visten historias como hebillas doradas en el cinturón, cocinan relatos como barbacoas de Monterrey o mole de Oaxaca, y repiten el Ave María con la velocidad con que sus abuelas rezaban el Rosario en la misa del mediodía. La tradición de Tijuana es buscar sus tradiciones, y lo que podría ser el folclor de una ciudad se convierte en una nutrida y salvaje remasterización de símbolos folclóricos, que nunca están en Tijuana, sino en otro lugar.
El concepto “Remasterizar” en el presente texto se utiliza con la finalidad de jugar con su significado como un metáfora para abordar el proceso de distinción de elementos originales en productos culturales y tangibles complejos, editándolos sobre las características de Tijuana.
No podría existir agenda gubernamental en el ámbito cultural que pueda sobreponer una tradición sobre la otra, aunque se intente. El migrante además de pertenecer a un grupo también es un individuo con un criterio propio. Mattelart y Mattelart, en Historia de las teorías de la comunicación, menciona que el consumidor de productos culturales elige qué hacer y cómo proceder ante la abundancia o escasez de tradiciones. Bajo su criterio “soberano”, como se puede ver entrecomillado, decide interactuar en un mercado económicamente activo y participa, mediante el intercambio de activos monetarios y productos comerciales, en un proceso diferente que él mismo ignora. Sabe que participa y al mismo tiempo no sabe de qué forma. Necesita ser parte de Tijuana pero quiere conservar su identidad originaria. El grupo migrante se expone ante los demás como diferente, y precisamente ello, es lo que tiene en común con los demás. El poco contacto real con otros grupos sociales le hace ignorar las variadas configuraciones de la autoexclusión. La diversidad cultural y de grupos sociales sigue creciendo en Tijuana. Una muestra reciente de ello es la llegada a finales de 2016 de miles de afrodescendientes provenientes del Caribe y de Latinoamérica en búsqueda de asilo político en Estados Unidos. A esta llegada le siguieron otras que incluso se extendieron a Mexicali y Tecate, todas por las mismas razones: transformación personal.
Estos grupos sociales migrantes también acarrean una carga cultural que germinará en su descendencia directa y estos individuos nacidos ya en Tijuana se identificarán con las imágenes culturales que sus padres les cedan. Pero, vulnerables a los medios masivos de comunicación, sensibles a la diversidad cultural y a la oferta de productos comerciales, eligieran “soberanamente” su destino.
La diversidad cultural en Tijuana sólo puede crecer. Los grupos no pueden mezclarse porque les cuesta mirarse de frente, de aceptarse tal y como son, de ceder lo que ellos eran para convertirse en otra cosa y si se mezclan un poco, no se dan cuenta; siempre están mirando hacia una de dos direcciones: la frontera o la tierra olvidada.
Tijuana remasteriza el folclor nacional a través del rechazo entre grupos sociales y migrantes, que, debido a su gran consciencia como grupos heterogéneos rechazan a los que no son como ellos y a los que no comparten, incluso, la noción de hibridación como una posible vía de participación demográfica. Néstor
García Canclini en este respecto no sostiene una postura que conlleve una agenda política, pues también él menciona en Culturas Híbridas, que los folcloristas antes del Siglo XIX lo hacían sin un objetivo relacionado con su caso de estudio.
Esta violenta remasterización se alimenta de la nostalgia del folclor y del miedo a nunca obtenerlo. Barth, en Los grupos étnicos y sus fronteras, cita la definición de Narrow en 1964 de grupo étnico aunque el mismo Barth objeta en ciertos sentidos de la formulación citada bajo las siguientes cuatro características: “perpetuidad biológica”; validación mutua de tradiciones e imágenes; una vía reconocible para emitir significados y poder interactuar; y la membresía de los que congregan dichas etnias. Comparar los grupos sociales migrantes con etnias podría ofrecernos una herramienta para analizar los fenómenos tanto como la exclusión como el nativismo en Tijuana.
Barth, más adelante, describe la “interdependencia” de los grupos étnicos. Los grupos sociales en Tijuana, tal como lo menciona Barth en su caso de estudio, se complementan. Es decir, unos tienen lo que los otros necesitan y viceversa. Intercambian bienes materiales y comparten el mismo suelo aunque no se acepten ni se identifiquen entre sí.
La misma consciencia geográfica, las repercusiones microeconómicas y el dinamismo político los hace realizar concesiones a los que no son como ellos, a los que no quieren, a los que no son; porque una ciudad como Tijuana, de la que dependen economías laterales como las de Rosarito o Tecate, exige una “simbiosis” para sobrevivir aquí.
* Director del Grupo literario, «Pagina en blanco»