TEODOSO NAVIDAD SALAZAR
Corría los primeros años de la década de los setenta.
La ciudad de Culiacán no era tan grande como lo es hoy. Por el norte, apenas surgía el fraccionamiento Infonavit Humaya y por el sur, hacía poco se había construido la colonia Las Huertas. Rumbo al poniente, los campos deportivos del ejido Las Flores. No hacía mucho tiempo el aeropuerto se había trasladado a tierras pertenecientes al ejido Bachigualato. Al oriente de la ciudad cruzado por la carretera de terracería hasta Sanalona, el ejido El Barrio era el límite de la ciudad. Era la época de los movimientos estudiantiles; inconformidad y rebeldía contra el gobierno, que tuvieron su antecedente en el fatídico 1968. La Liga 23 de septiembre aparecía fugazmente en zonas urbanas y rurales. Sinaloa y Culiacán, en particular consolidaba su economía, basada en agricultura, la bonanza de la pesca en los esteros y mar abierto y siembra de hortalizas en los valles, que daba empleo a mal pagado a miles de jornaleros enganchados con falsas promesas en el sureste mexicano.
Eran aquellos años en que se respetaba a la autoridad, a los mayores y los maestros influían en la formación de sus alumnos; los valores estaban arraigados en la generalidad de las familias. Los padres eran los padres y párele de contar; aunque autoritarios, nos formaron y con todas las dificultades que enfrentaban, sacaron adelante a los hijos.
Los muchachos de entonces en los primeros escarceos amorosos nos sentíamos realizados con tan sólo tocar las manos de la chica. Besarle era lo máximo y motivaba problemas para conciliar el sueño. Claro, había parejas que iban más allá, pero eran los menos. Manuel Verdugo, jamás fue un tipo noviero; tenía otras necesidades que cubrir como hijo de familia pobre y no había tiempo para andar en la conquista. Sin embargo por ese tiempo, una familia se mudó muy cerca de la casa de Manuel. Teresita, enfermera recién titulada, era hija de esa familia y desde el primer momento en que se vieron se gustaron. Cada tarde la veía salir de casa con el uniforme en mano rumbo al Seguro Social, con la esperanza de cubrir algún permiso de alguna enfermera, haciendo méritos para obtener una plaza base. En ocasiones la vio regresar cuando no lograba cubrir alguna vacante nocturna.
Un día de tantos Manuel Verdugo, le pidió a Teresita permiso para acompañarla hasta el Seguro Social, ella aceptó y por el camino platicaron de mil cosas. Esta vez no hubo suerte en las suplencias y juntos emprendieron el camino a casa. Eran sus primeros encuentros y Manuel Verdugo tuvo el atrevimiento de tomarle la mano, ella aceptó sin decir nada y así caminaron por la banqueta de aquella calle mal iluminada. Corría la mitad del mes de diciembre y ya había oscurecido. Ella se dejó llevar y así caminaron algunas cuadras, tomados de la mano y en ocasiones juntando sus cuerpos. De pronto él la detuvo y la abrazó, pasaron algunos segundos, tal vez un minuto, ella correspondió y ambos intentaron besarse.
No les importó el ruido de los automóviles, ni la mirada indiscreta de algún peatón que pasó a su lado en ese momento; no escucharon tampoco el paso de camiones ni automóviles. Pasado el momento del beso, vieron llegar una patrulla de la policía municipal, que los iluminó con un potente reflector. La patrulla se detuvo y como si hubieran sido maleantes, personas peligrosas a las que había que someter, a como diera lugar, los cumplidos agentes de la seguridad ciudadana, saltaron al suelo con las armas en la mano, rodeándolos. Un tipo alto delgado de tez blanca que comandaba la partida, al que Manuel Verdugo le apreció una cicatriz en el pómulo derecho, mediante la el brillo del faro, los increpó: muchachos están cometiendo faltas a la moral, así que están detenidos y van pa, la barandilla. La pareja se vio rodeada por seis agentes que apuntaban con sus armas de cargo cumpliendo con el deber de aplicar el Bando de Policía y Buen Gobierno. Manuel Verdugo no se intimidó y dijo a quien había notificado la falta. “Señor, lléveme a mí, pero pido por favor que a la señorita la deje ir”. Con aires de superioridad el cumplido agente negó la petición y ordenó subieran a la patrulla por las buenas.
Los muchachos obedecieron. Ella, muy avergonzada subió a la camioneta apoyada por Manuel Verdugo. Él considerándose culpable de la penosa situación, no hallaba qué decirle. No hablaron en el trayecto a la barandilla.
Bajaron y fueron presentados ante el juez, quien recibió el parte del comandante de la patrulla: “Fueron detenidos Licenciado por faltas a la moral, se estaban besando en la vía pública”. Dicho lo anterior, se retiró y ellos quedaron a disposición de la autoridad, quien indicó que luego verían su caso, y les ordenó pasaran a sentarse a una pequeña sala de blancas paredes y donde había varias sillas de madera. Pasaron minutos y horas que a ambos les parecieron eternas. Manuel Verdugo consideró pertinente preguntarle al juez de barandilla, cuál sería su suerte. Esperó la oportunidad y se presentó ante el “Licenciado”, diciéndole. Señor, ruego permita a la señorita retirarse, ya es noche y en casa la espera su familia. Si usted considera, enciérreme, pero por favor déjela ir. El juez, viendo el aplomo con el que el jovencito le hablaba, contestó: váyanse a su casa los dos, pero tomen taxi, ya es noche no se vayan a pie. Ah, y mucho cuidado. Dicho lo anterior, Manuel Verdugo agradeció el gesto y junto con Teresita abandonaron el edificio de la policía municipal. Era casi media noche. Un viento frío los recibió al salir. Ella se abotonó el suéter, mientras Manuel subió el cierre de su chamarra; nerviosos y avergonzados, intercambiaron miradas, y caminaron por la calle Ruperto L. Paliza, pasaron por los portales, la plazuela lucía solitaria, llegaron a la esquina de Miguel Hidalgo y Álvaro Obregón a un costado de catedral, tomaron el taxi, tal y como lo había recomendado el juez, y se fueron a casa.
Colofón:
Caía la tarde del 16 de julio de 2017. Llegué a Los Portales, frente a la plazuela Álvaro Obregón. Como siempre puntual, allí estaba mi querido amigo Manuel Verdugo, quien ya había pedido al mesero dos Pacíficos medias, bien frías. Después del saludo de rigor, me dijo, apuntando a una banca de la plazuela, donde una pareja se besaba apasionadamente, sin ningún temor. Después de haber despachado media cerveza, sonriendo me dijo: como han cambiado las cosas mi Teodoso, como han cambiado. Manuel Verdugo, empinó la Pacífico hasta terminarla.
* Promesa, Eldorado Sinaloa
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