Nacional

LA REMASTERIZACIÓN DEL FOLCLOR TIJUANENSE. (PARTE 1)

By miércoles 31 de enero de 2018 No Comments

MIGUEL ALBERTO OCHOA

Tijuana se caracteriza por crecer demográficamente en la medida que migrantes de México y extranjeros se instalan dentro de sus fronteras. No existe una población “original” en Tijuana, la ciudad es producto de un ininterrumpido proceso migratorio que la ha catapultado hasta la quinta posición entre las más pobladas de México. Precisamente ese proceso, el migratorio, le dota de su riqueza cultural, lingüística y étnica.
Si hay algo peculiar en Tijuana, es que tiene muestras folclóricas para escoger. Es el receptáculo territorial de un sinnúmero de expresiones folclóricas provenientes de todos los estados de la república, aunque no todas estén representadas por las instituciones culturales de la ciudad, y otras sobrevivan sólo gracias a la endeble memoria de quienes migraron.
Se abordará la diversidad cultural en Tijuana debido a la migración interna de México. En el convivio de los diversos grupos sociales provenientes de los estados de la república ocurre un fenómeno social que ha dado forma a la distribución étnica y socioeconómica de Tijuana.
Este fenómeno, diferente al fenómeno fronterizo con Estados Unidos, aunque vinculado, es donde nos enfocaremos en el presente texto, pues proporciona un empuje especial a las comunidades migrantes por representar sus tradiciones culturales, religiosas y étnicas.
En los demás estados del país usualmente la identidad se consolida a través de un cruce de imágenes culturales en dos niveles, el regional y el nacional: en el primero están las tradiciones de su pueblo o ciudad vividas cotidianamente, experimentadas en el tacto social de primera mano, mientras que el nacional se germina desde el despliegue de imágenes de lo “mexicano” mediante actividades escolares, gubernamentales y en los estereotipos promovidos en los medios masivos de comunicación.
En Tijuana la situación cambia: no hay un tacto de primera mano con las tradiciones de donde provienen; en cambio, deben compartir una ciudad con otras tantas familias migrantes.
Y provistos de una necesidad de continuar con su cultura, trasmiten de manera oral las historias de sus ancestros, su lugar de origen, sus tradiciones gastronómicas e incluso religiosas, así como los recuerdos de la infancia. Sin embargo, este conocimiento heredado de boca en boca está al margen de la memoria y de la propia mortalidad de quienes migraron.
La búsqueda de la identidad se convierte en un acto violento cuando la fuente original se corta de tajo. Sin la abuela que cocine y el abuelo que cuente historias, el hijo siente que debe no sólo traer a la memoria los recuerdos de su padre, sino materializar los objetos de la tierra de donde provienen. Suben el estéreo a todo volumen, cocinan al aire libre a su estilo, comienzan a vestir diferente y no sólo creen en los santos que su abuela creía: mandan a pedir coloridas estatuillas a los familiares que se quedaron en el “rancho”.
Tijuana no esconde su gran diversidad y las familias migrantes sienten amenazadas sus tradiciones. Encuentran a otros con los que comparten características y juntos celebran sus orígenes, y juntos elaboran un sistema de validación mutua de símbolos culturales, de tradiciones.
El resto de la sociedad ya no es importante, se vuelve invisible. Mediante estos lazos consolidan una vía que garantiza la herencia de símbolos, imágenes y significados. Los migrantes siguen siendo duranguenses, chilangos, sinaloas, etc, con la diferencia de un suelo tijuano y “ahí nomás”.
Pese a todo el sistema de herencia de símbolos, a los migrantes no les bastan las viejas historias de segunda o de tercera mano, y realizan esfuerzos para garantizar la supervivencia de sus tradiciones, y por lo tanto, la supervivencia de su identidad.
El antropólogo Néstor García Canclini apunta en Culturas Híbridas que los interesados en preservar su cultura popular original se aprehenden de ella para tomar sus tradiciones y se preocupan del avance de la modernidad por temor a que nublen o se pierdan las riquezas de los productos culturales campesinos.
La idea de tener folclor tiene más prioridad y causa más nostalgia, aunque ilusoria, que la tierra de donde vienen. Los migrantes se vuelven coleccionistas de tradiciones y guardan con recelo la idea de traer a Tijuana un poco de su pueblo. No quieren traer a sus parientes que quedaron allá, solo desean “bienes materiales” que sirvan como tuétano en el maridaje diario de su identidad. Stuart Hall racionaliza la identidad como un reforzamiento producto de la no identificación con el Otro, en este contexto se podría decir que debido al poco parecido entre grupos sociales, refuerzan su identidad basándose en que ellos son, lo que no son los Otros. Yo escucho lo que tú no escuchas; mi música es, la que no es tuya; yo soy de donde tú no eres.

* Director del Grupo literario, «Hoja en blanco»

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