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RAMÓN, UN AMIGO QUE NO SE OLVIDA

Por lunes 15 de enero de 2018 Sin Comentarios

AMÉRICA PINA PALACIOS

Hay años en nuestras vidas, especialmente difíciles. De pronto nos encontramos con situaciones dolorosas y angustiantes.
En esos momentos de mi existencia, conocí a Ramón Iñiguez Franco. Mi amiga la Lic. Trini Ruiz, amablemente me llevó con Ramón, me presentó con él y le entregó algo que yo había escrito. Si, dijo de inmediato, el domingo la publicaremos en el Quehacer Cultural. En mi casa tengo algunos otros escritos, dije con timidez, pero son más largos. Tráelos, los publicaremos en entregas.
Su risa era fácil, así que me sentí a gusto en su presencia, la segunda vez que fui a llevarle el escrito: EL PLACER DE VIAJAR, por primera vez escuché, lo florido de su lenguaje. Decía mi suegro el Profr. Ramón Quezada:
Hablaba muy buen “francés”.
Enseguida le pregunté si podía llevarle algunos poemas, y cortesmente me contestó: tú trae todo lo que tengas.
A partir de ahí, se me hizo costumbre, semana a semana, llevar aunque sólo fueran unas cuantas líneas; y a través de ellas relatar los sucesos importantes de mi familia y crónicas de mis viajes. Ramón se fue enterando de mis ires y venires, de mis penas y mis alegrías, y adivinó que la escritura había sido mi salvavidas.
Durante mis visitas a la Biblioteca, para entregar mis escritos, (todavía no manejaba internet) se iniciaron las pláticas que fueron el principio de una sólida amistad de casi 18 años; ahí me di cuenta que para él todos los escritos eran valiosos, porque en ellos cada quien iba entregando sus experiencias de vida y eso es un tesoro.
Su labor en Biblioteca Pública, no se limitó sólo a los libros, dio también una gran importancia a la apreciación cinematográfica a través del foro del Cine Club de los miércoles, donde muchos aprendimos a conocer los detalles que convierten un simple film, en una gran película.

Un día nos avisó que se jubilaba, pero sólo en biblioteca, su trabajo en el Diario continuaba y por lo mismo, nuestra oportunidad de seguir publicando en el Quehacer Cultural.
Cabe decir: a esas fechas, difícilmente hubiera concebido mi vida sin escribir periódicamente; escribir se convirtió en un modo de vida, que me ayudaba a sanar mis heridas emocionales y me permitía relatar todo lo que consideraba interesante de mi entorno, conversando así con el público lector.
Con Don Ramón aprendí también lo que era disciplina, el material para publicar el domingo, se entregaba a más tardar el martes, porque si no, no alcanzaban a formar la página sólo en casos excepcionales, como estar esperando un evento en especial, se nos reservaba el espacio hasta el jueves a más tardar y regaño de por medio. Arduo trabajo que no nos imaginábamos siquiera, hasta que faltó Ramón y hoy, casi un año después de su fallecimiento, la página de Quehacer Cultural, ha desaparecido.
En alguna ocasión le pregunté a su secretaria en biblioteca: Zoila ¿qué tratamiento debo darle? Pues se trataba de enviarle una invitación, sencillamente me contestó que el Sr. Iñiguez no tenía ningún título. Un motivo más para que mi admiración por él creciera, Ramón fue autodidacta, nunca lo negó y hasta se molestaba cuando le llamaban maestro, aunque diariamente ejercía ésta labor con quienes éramos sus colaboradores.
Deseo citar finalmente: uno de los mejores recuerdos de Ramón nos queda en el Concurso Anual del Libro Sonorense, en cuya institución participó activamente, dejando así establecida una actividad cultural que difícilmente se iguala en otras entidades.
Cada vez que vengo a biblioteca, miro la escalera que asciende al primer piso y siento una gran nostalgia, de los días en que tanto disfrutábamos de sus anécdotas, sus consejos, sus comentarios a nuestros escritos, pero indudablemente lo que más extraño, es su mano amiga, siempre dispuesta para ayudarme a salir de cualquier hoyo emocional en el que me encontrara caída. Nunca tuve hermanos pero seguramente si hubiera podido elegir, hubiera elegido a Ramón.
El día en que Ramón murió, se nos fue un gran ser humano, amigo como pocos. Ese día los pájaros guardaron silencio, en señal de luto.

*Maestra jubilada, Ciudad Obregòn,
Sonora

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