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¡LIBERTAD…!!

By lunes 15 de enero de 2018 No Comments

ROGER LAFARGA

Un camello, el desierto, un chaleco de piel de cabra, un hombre… camellero.

Un camello más entre centenares de bestias, caravana de cuadrúpedas embarcaciones sobre un mar de dunas y de arenas, sólo un camello más y el hombre, solo uno también entre centenares, que, a diferencia del resto, portaba adherido a su torso aquel viejo chaleco jamás de sí desprendido.

Del camello, dícese que no bien terminaba de estar a pata juntillas con eso de la domesticación y, anhelante de vagar por donde le diera en gana, esperaba la oportunidad de huir para buscar lo que hubiese más allá del horizonte.

Así por años, un camello renegado de su condición con la manada y un camellero obsesionado con un cuero de cabra, par extraño, aún estando en medio del desierto.

Y en tanto más acumulaba arrestos en eso de escaparse, más también se acrecentaba en el camello una sórdida inquina en contra de quien lo fletaba y pues, fatalidad inexorable… lo que habría de ocurrir, sucedió: un oscura madrugada, cuando la caravana se disponía a preparar la continuidad del viaje, cosa fue que el hombre del chaleco apenas se acercara al felpudo, para que éste, simulándose dormido, la emprendiera repentinamente y con furibunda animalidad en contra del camellero, -a mordiscos, como ya era de esperarse-, buscando la forma de darlo contra el suelo, para hacer de hacer de sus huesos, talco; lo que bien pudo ser, si el nómada, hecho a toda contingencia, no hubiese actuado en defensa, despojándose, -situación insólita, de aquel su valiosísimo chaleco, para arrojarlo con fuerza a la cara del camello.

Todos los años de hedor en aquel chaleco impregnados, prenda marinada en sudoraciones se camellero itinerante, despotismo humano en esencia sui-generis, al mezclarse de pronto con la bilis por todos los pelos derramada en aquel animal enloquecido, devinieron en conjunción de odio, en orgía de sangre. ¡Por fin… el tan esperado desenlace!.

Y aquel trozo de cuero caprino, encebado por años en mantecas humanas, pasó por ser masticado, pisoteado, triturado y vuelto a pisotear, hasta no dejar del mismo, pero ni un fragmento suspendido en la aurora del desierto. ¿Si acaso nada más un tufillo se alejaba por inercia, plañidero? ¡Libertad! Berreó entonces el camello, porque los camellos no gritan, berrean.

¡Libertad! Y levantó sus pestañados ojos hacia la inmensidad del desierto, que entre el alba se fundía con otra inmensidad: la del firmamento. ¡Libertad! Berreó de nuevo y escapó, eufórico… sus berridos estridentes, conmovían a las últimas estrellas. De pronto, se detuvo, volteó a mirar la caravana y regresó hacia ella jalado por la fuerza imbatible de la ancestral costumbre ¿Libertad…? Musitó para sí como un ratón confundido, porque los ratones no secretean… musitan… ¿Libertad…? Volvió a musitar por enésima vez.

Para entonces, ya estrenaba el camellero un chaleco de otras pieles y recién confeccionado.

Y aquel camello, antes rabioso, pero ahora convencido -porque así lo declaraba la evidencia- de haber aniquilado a su tirano, dio en volver a la rienda mansamente y levanto la mole inmensa de su cuerpo, cargando toda suerte de esperpentos, -ninguno propio-, íntimamente satisfecho de haberse liberado para siempre de su peor enemigo y sufrimiento.

* Homeópata IPN

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