MIGUEL ÁNGEL AVILÉS
DIAS NUBLADOS
Un día nublado es una oportunidad para recordar a los ausentes desde la cima de una lágrima. Hoy pienso en María de los Ángeles y pienso en Ramón llegando a casa en ese taxi. Pienso en Diana y pienso también en mamá y en el hechizo de sus manos (que inventaban, a diario, cinco respuestas para amar). Pienso en Jesús Salvador y pienso en los viajes en barco rumbo al norte y esos olores que ya no quiero aquí. Pienso en mis temblores repentinos de noche y pienso en mi amigo Alejandro que no ha vuelto de desde que lo vi bajar hacia su nueva casa de tierra y dormitaba sempiterno en la obscuridad de su muerte temprana. Hoy pienso en el corazón de ese pájaro que partí en dos pedazos con mi puntería de niño en aquel amanecer lluvioso de navidad. Pienso en la última bocanada de mi hermano y pienso en la luz de un cigarro que se extinguía impasible como su voz. Los días nublados exhuman un llanto dulce que sale a pasear conmigo toda una vida, alrededor de un ataúd.
EL DOBERMAN
Le apodaban El Doberman. Como diría Sabina, era delincuente habitual y también portero, muy buen portero… Una de las veces traía orden de aprehensión y las fuerzas del orden no lo encontraban. Pero supieron que los domingos cubría los tres palos de su equipo en el estadio Guaycura…
Cuando llegaron, el juego ya había empezado. Los judiciales se dijeron como Los Martínez: “cayó en las redes del león”. Rodearon el campo. Esperarían que el medio tiempo terminara para apañarlo. Mientras se pusieron a ver las acciones y toda la cosa…
El Equipo del Doberman anotó un gol y aquello fue la algarabía. Cuentan que tres agentes aventaron la torta que ya se estaban comiendo y hasta la ola hicieron…
Eso obligó al equipo rival a redoblar esfuerzo para no irse al descanso en desventaja. Hubo un despeje largo que recibió un extremo derecho y avanzó, como poseído, hacia la portería que cubría El Doberman…
Fue entonces que se dieron cuenta que el perseguido ya les había ganado el tirón y ,dejando el arco solo, había abandonado el campo por voluntad propia para saltar la barda que daba al gimnasio de la calle Morelos y echarse a correr hacia cualquier punto distante…
Han pasado treinta y siete años y es hora que todavía no lo agarran…
*Autor, abogad. Sonora / BCS