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CUANDO LOS HIJOS SE CONVIERTEN EN LOS PADRES… DE SUS PADRES

By lunes 15 de enero de 2018 No Comments

ALBERTO ÀNGEL «EL CUERVO»

–¡A ver… Ahora sí voy a poner orden… Porque ustedes, cuando no estoy, convierten todo en un verdadero desastre…!
—¡Ándale pues, jajajajajajaja ya ordenó mi General…!
—¡No, y más vale hacerle caso porque si no… Para qué te cuento…!
Mirándola ordenar y disponer, poco a poco se fue haciendo el silencio quedando todo en cámara lenta y como en efecto de “zoom back” de alguna película en una escena de transcición hacia el pasado, Y voló hasta los tiempos en que la adolescencia lento, lento como la adolescencia misma, modificaba la conducta hacia el convertirse en quien dictara órdenes… Y generalmente no había conciencia de ello… Simplemente pasaba uno de ser el gobernado al gobernante… De obediente a quien pide obediencia… Había dado su opinión y, por primera vez, no había sido ni reprendido ni descalificado… ¿Cómo se llamaba aquella novela? Haciendo esfuerzos por recordar el título y el nombre del autor, se convertía en los distintos personajes… ¿Era novela… O era un guion, una película…? Y pensaba en las costumbres familiares mexicanas… Siempre unidos… O quizá sea más adecuado
decir aglutinados… No criticaba, simplemente intentaba encontrar la mejor manera de describir ese tipo de familia que ha caracterizado siempre a las familias de México…
Familia muégano, le llaman incluso algunos autores intentando aplicar un terminajo pseudocientífico al afán tradicional de los padres mexicanos por procurar que la familia permanezca unida… “Familia Muégano”, dicen algunos refiriéndose a esos no menos tradicionales dulces de México en donde pequeñas partes independientes del dulce permanecen fuertemente unidos entre sí para formar una semiesfera que constituiría en ese parangón ridículo que intenta criticar la permanencia de la familia mexicana sin detenerse ni en el origen ni en las consecuencias de combatir la mencionada tradición de mantener unidos a todos los miembros de la familia… Era una novela, sí… “La Parcela” de López Portillo y Rojas… Don Pedro Ruiz, es el dueño de “El Cerro de los Pericos” pero en el subtexto de la novela, el hijo de Don Pedro se somete al buen juicio del padre y obedece ciegamente a la cabeza de familia al igual que la hija de Don Miguel Díaz, el antagonista, hace con su padre… Ya les tocará a ellos asumir el papel de cabezas de familia. La única manera de garantizar la continuidad familiar, el legado, el orgullo del clan o como pueda llamársele, era permenecer unidos… La unión familiar era motivo de regocijo, era posibilidad de apoyo, era prepararse sin prisa y obtener la experiencia necesaria para asumir el mando cuando llegara el turno… Y todo se daba sin demandarlo, casi como consecuencia natural…
Por eso, de pronto, sin sentirlo, de manera inconsciente, venía el momento del cambio de hijo a padre… Y con ello, la obligación a cuidar de los padres que dedicaron su vida a cuidar y formar al hijo… En ese justo momento se encontraba él… Meditando cuando había que respetar lo que el abuelo opinaba porque era la cabeza de familia…
Cuando todos los días llegaban los hijos con los nietos a presentarle sus repetos al abuelo y a comentarle todo para recibir con toda la atención y el amor los consejos siempre sabios que el abuelo siempre tenía guardados en el arcón de tesoros de su sabiduría formada con golpes del destino…
Por eso estaba tan pensativo… Por primera vez había lanzado una opinión con autoridad y se Le había escuchado y respetado la misma… No porque le siguieran el juego, sino porque había llegado ya el momento de comenzar
la metamorfosis de hijo a padre… Sentía, a partir de ese momento, una responsabilidad… La responsabilidad de asumir el mando y cuidar del legado que le correspondía en el camino, en la tradición, en su cultura… Así había sido siempre y, hasta donde él recordaba, la vida en familia, en una familia unida, en una familia muégano, era siempre gratamente experimentada… Amor y apoyo… Amor y amistad… Amor y consejos… Para adquirir la experiencia, la sabiduría que siempre se admiraba en los abuelos y poder asumir dignamente el papel de padres de los hijos y de los padres que se convertían en hijos de alguna o de muchas maneras… ¿En qué momento se despreció esta bella tradición…? ¿En qué momento y en aras de la “modernidad” comenzaron a predicar los supuestos consejeros de la dinámica familiar que lo más sano era prácticamente correr a los hijos de la casa al cumplir la “mayoría de edad”…? Todas esas preguntas surgían en su reflexión… Recuerdos, dudas, axiomas, intentos fallidos, ensayos protegiendo a hermanos y primos menores que le brindaban poco a poco la experiencia necesaria… En aquel entonces, no se hablaba de esos traumas o quizá sea mejor decir supuestos traumas infantiles… Traumas que obligadamente le hacían pensar en que quizá eran inventados por padres comodinos que buscando evadir responsabilidades prefieren llevar al hijo al psicólogo porque tiene déficit de atención que el maestro y la maestra contundentemente diagnosticaron para eludir su culpa en la mala realización de la tarea docente… En aquél entonces se sabía que para que todo funcionara adecuadamente, era necesario trabajar en equipo, que la habitación era de todos y que todo era absolutamente vigilado por los padres para la buena salud familiar en vez de impedir que un padre entrara a su habitación porque el niño reclamaba su espacio y podía traumarse… Había llegado el momento en que, como consecuencia lógica y natural, su voz, a fuerza de experiencia y aprendizaje bajo la tutela de los padres, era tomada en cuenta… Esto traía consigo muchas responsabilidades, desde luego… No se trataba solamente de llegar y dar órdenes en torno a las actividades familiares y asumirse de pronto como el lobo alfa para conducir los destinos de la manada… Y es que de eso precisamente así es… Se trata, de hacer labor en equipo como una manada compacta en la que los lobeznos irían a fuerza de los golpes que la vida se encarga de propinar, asumiendo liderazgos… Después formarían su propia manada, sí… Pero nunca se perdería el vínculo.

—¿Qué te quedaste pensando…?
—¡Uy… En tantas cosas…! Miro a los viejos y pienso que ahora nos toca a nosotros cuidarlos…
— Y… ¿Te pesa…? O por qué lo dices… Luego vendrá el tiempo en que nuestros hijos nos cuiden y nosotros obedezcamos sus órdenes… Bueno, si es que todavía se conserva esta manera de vivir…
—No creo… Cada vez más abandonamos nuestras tradiciones… Cada vez más, el modelo de conducta que se asume a nivel familiar, no lo determinan los miembros de la familia sino algún librito de esos de grandes ventas escrito por algún vivales que se ostenta como coach de superación personal, diseñador de imagen, o cualquier etiqueta novedosa con la que se puedan vender y vender cursos para los padres impartidos por aquellos que o no son precisamente padres ideales o que ni siquiera son padres, para acabar pronto…
—No tiene la culpa el indio…
—Sino el que lo hace compadre… Y fíjate lo que son las cosas, estos refranes tan nuestros y tan llenos de sabiduría a base de experiencia, van desapareciendo también y sustituidos por frases de aparentes triunfadores que nos llegan con todas esas prédicas de los pasquines que aconsejan cosas como “Conviértase en exitoso en diez lecciones” o títulos similares…
—Mamá está muy mal… Trata de salir adelante y mostrar la cara más optimista posible, pero cada vez más deteriorada su salud… Tenemos que cuidarla…
—¿Te pesa…?
—Desde luego que no… Nunca me va a pesar… Ellos nos han cuidado dejando a un lado hedonismos propios… Y no digo sacrificando porque como ella siempre repite, nunca es sacrificio lo que se deja de hacer por amor… Si es necesario cuidarla y procurarla la vida entera así lo haré…
Y ella lo entiende así que obedece todo lo que le digo…
—¿Obedece…? Jajajajajaja ahora los patos le tiran a las escopetas…
—No, pero tù y yo sabemos muy bien, hermano, que llega el momento en que pasas de ser el hijo, a ser el padre para cuidar de aquellos que nos cuidaron en su momento… Y esto, o lo haces con el amor con que ellos nos entregaron su labor, sus sueños, sus cansancios y sus cuidados amorosos sin esperar mayor recompensa que vernos convertidos en mejores seres humanos, o entonces sí nos pesaría y ahí es cuando surgen todas esas opiniones la mayor parte del tiempo sin fundamento y mal aplicadas en torno a la supuesta libertad y superación personal que imparten en cursos por todos lados gente incapaz…
Tenía razón su hermana, pensó… Tocaba el turno de ser padres… Pero no se refería nada más a ser padre desde el punto de vista biológico sino padres de sus padres… Aquellos que por derecho propio se habían ganado el descanso y los cuidados… Aquellas madres que habían pasado hasta nueve meses en cama para evitar que el bebé sufriera daños, aquellos padres que dejaron a un lado su sueño de ser “triunfadores” según la acepción de la opinión de la sociedad, para aportar lo mejor de sí a sus vástagos… Aquellos padres otrora vigorosos, fuertes, dedicados, defensores de las causas justas… Protectores de manera adecuada y quienes lograron cobrar conciencia de dedicarse en cuerpo y alma a la formación de seres de bien y para ello acuñaron la frase: “Cuando los hijos llegan… Es el momento en que el guerrillero guarda sus sueños en el desvan y cuelgua sus aspiraciones en un perchero…” Perchero donde los hijos las encontrarán cuando llegue el momento de convertirse en padres… De sus padres…

* Pintor, Autor, Intérprete

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