JUAN DIEGO GONZÁLEZ
Conversamos le dije su nombre, dirección y la casa en que vives…” El compositor es José Peralta Sánchez y el intérprete -para mí- de forma magistral Lorenzo de Monteclaro. Una de mis piezas favoritas de la música norteña popular. La puedo escuchar todo el día y el día siguiente y el siguiente también.
El gusto por la música norteña me viene porque desde pequeño escuchaba la radio antes de salir a la primaria. Ahora, si me detengo a mirar con detalle, canciones así despliegan un abanico de recursos poéticos que ponen de manifiesto la riqueza de la lírica popular mexicana. Veamos:
Me dejaste abrazado de un poste/ esperándote y nunca llegaste,/ me dijiste que ahí te esperara/ bien recuerdo que me lo juraste./ Ya muy noche me fui de la esquina/ y a tomar me metí a una cantina.
El primer verso es una metáfora bastante bien elaborada. El amante, se vería ridículo si literalmente rodeara con sus brazos el poste en una esquina.
Después aparece la reiteración cuando la amada le pide esperarla y además, para darle certeza, le jura volver. El paso del tiempo agota la paciencia del amado, quien derrotado, va a curarse las penas de amor en el lugar por antonomasia para el mexicano: la cantina. El ambiente idealizado del locus amoenus de los latinos como sinónimo del paraíso, es para el mexicano la cantina. Espacio de encuentro, diálogo, apertura, reflexión, llanto, alegría, compromiso, traición, música y decepción. En la cantina todos somos iguales, hermanos, compañeros, familia. Me senté y le pedí al cantinero/ una copa y después la botella./ Junto a mí se arrimó un compañero/ que muy triste me dijo su pena./ Él también se quedó en una esquina/ a la cita tampoco fue ella. El poeta usa en los dos primeros versos la enumeración al describir la cotidianidad del amante decepcionado: cantinero, copa, botella. ¡Salud! Por supuesto que sí. Y entonces, después de unos “tragos de amargo licor”, un desconocido “se arrima”. La expresión es genial. El desconocido que de inmediato es compañero, compa, hermano, compadre, no sólo se acerca y toma asiento, “se arrima”, abre su corazón y le cuenta su propia decepción.
En este momento de la canción, la historia de estos dos amantes decepcionados es parecida: los dejaron esperando en una esquina, la amada no apareció y el dolor llevó sus pasos a buscar consuelo en la copa de vino. El climax inicia. Conversamos le dije tú nombre/ dirección y la casa en que vives./ Un cigarro me pidió aquel hombre/ ¡Cantinero!, otra copa nos sirve…/ Ya no sigas me dijo llorando/ es la misma que estuve esperando. El acto confesional revela el tamaño del dolor. La puñalada realizada por la amada apenas penetró a la mitad del corazón de aquellos “compañeros”, ahora unidos por el abandono. El puñal entra hasta la cacha para partir el alma en dos de los amantes. “Es la misma que estuve esperando”, sentencia uno de ellos. Con el efecto más depurado del drama griego, el poeta primero hace una pausa, con lo cual eleva la tensión dramática: pide un cigarro.
Si hasta me parece ver sus temblorosos dedos sostener el cigarro para colocarlo en los labios resecos. Encenderlo con una calma como si el tiempo no existiera, como si el universo se quedara quieto mientras las volutas de humo se elevan y cubren las alas del sombrero. Aspira una, dos, tres veces.
El cigarro abre sus pétalos de fuego y le da valor al amante, quien para no volverse estatua de sal, deja rodar unas lágrimas: Ya no sigas me dijo llorando…
En la cantina, la sentencia “los hombres no lloran” es inútil. Al contrario, el llanto masculino es la prueba de la hombría porque se reconoce que se está sufriendo, y el sufrimiento se comparte con los compañeros, lo mismo que botella. Después de eso, fulminante como rayo, los golpea el verso es la misma que estuve esperando. A partir de ese momento, estos hombres quedan marcados por el desamor y se vuelven hermanos. Su amor por la misma mujer los une. ¿En cuántos universos dos hombres qué habían sido desconocidos toda la vida, se encuentran a la misma hora, el mismo día, en la misma cantina para saber que han besado los mismos labios traicioneros?
Como dije, al puro estilo de las tragedias griegas, sólo que esta es la lírica popular mexicana. Conversamos le dije tú nombre/ dirección y la casa en que vives./ Un cigarro me pidió aquel hombre/ ¡Cantinero!, otra copa nos sirve…/ Ya no sigas me dijo llorando/ es la misma que estuve esperando. La repetición de la última estrofa que la convierte en estribillo, es la moraleja, la advertencia, la sabiduría popular: Ten cuidado a quién entregas tu corazón.
* Autor, docente, Sonora/ BCS