Las emociones inexpresadas nunca mueren, son
enterradas vivas y salen más tarde de peores formas.
(Sigmund Freud).
VERÓNICA HERNÁNDEZ JACOBO
Desde que Freud mencionará que no hay nada más siniestro que el hombre, podríamos extender esta preocupación freudiana bajo el manto que nos arropa, somos cobijados nos guste o no por esta inscripción cultural. Bajo este principio el vecino, el semejante tiene una capacidad pulsional hacia el mal por ello aparece como peligroso, tanto en el entorno familiar, institucional y laboral. Por lo anterior al mal se le persigue, desde la religión, mediante satanas.
En el Estado mexicano actual, el mal está encarnado en el sujeto que denuncia la corrupción de funcionarios, este sujeto será perseguido como un maldito por atreverse a cuestionar, se lanzarán contra él, lo ubicarán como un peligro para el Estado. De manera fascista el Estado toma al otro como un mal que hay que callar, asfixiar, desaparecer, asesinar, para que “funcione el estado de derecho”.
Cualquier funcionario sin importar su jerarquía puede violentar al otro de manera impune, ya que está autorizado por una ley que lo cobija sometiendo al prójimo en nombre de sus caprichos perversos, acosándo, persiguiéndo, amenazando, sin que este funcionario pueda ser llamado a cuentas, instalándose de esta manera el estado de barbarie, y claro se encuentra latente el brote de descontento que ninguna fuerza militar podrá frenar.
El mal y sus sucedáneos como agresividad y violencia, nunca garantizan ni paz ni estado de derecho, ni para gobernantes ni para gobernados, en ningún pueblo civilizado se puede instalar un régimen con estas características ya que se desplegará la barbarie de los dos lados.
El mal sería entonces, un indeseable que produce en quien lo ejerce un plus de goce sádico, ser malo para algunos sujetos es un gusto perverso, nadie escapa de esta satisfacción inconsciente, otras veces consciente, pero siempre opera. Para algunos sujetos el mal es su única herramienta, bajo un supuesto poder vaciado de significación, presionan al otro, que aunque muchos tiene un encargo mediocre en su actuar interpelan al otro sádicamente, para imponer desde su mal su triste consistencia, ya que su apetito de poder lo ejerce de manera irracional como insatisfacción pura.
Ejercer el mal no deja de producir consecuencias, ya que el sujeto se degrada, produce repudio y rechazo a nivel social. Hay algunos sujetos que les gusta tirar y esconder la mano, su pobre semblante sólo genera un agalma empobrecido. El mal no tiene que ver con Dios o el diablo, el mal produce una satisfacción pulsional, es más del orden de lo humano, la religión reparte beatitudes y maldades, pero Freud, puso el dedo en la llaga, al centrar en lo humano el mal como propio de su naturaleza, mientras que la religión persigue al mal como algo que desnaturaliza. Freud no puede concebir un sujeto sin mal.
* Doctora en educación