Por: Mario Arturo Ramos
¿Cuántas veces? ¿Durante cuántas lunas las costas del Pacífico mexicano y las del Golfo de California, con sonrisa complaciente, han visto circular mis pasos por su territorio?; algunas veces las han llenado de calor húmedo, otras tienen un frío que congela hasta las ideas. Así se han marchado los calendarios, entre viaje y viaje por sus montañas, valles, puertos, playas, pueblos, ciudades, que son testigos del tiempo.
El onceavo mes, es para mí un ciclo anual donde lo normal -en este cuento de Cronos que se repites cruzar desde el centro de México hasta Tijuana, donde comienza América Latina.
Es buena época, el clima muestra su lado amable para los cazadores de la fortuna, los que se ganan el pan, propio y de la familia apostando la existencia; así fue con los monjes que con oraciones, piedras de las montañas y el esfuerzo de los nativos construyeron los templos; para aquellos pescadores que atraparon estrellitas marinas y también para las historias desaparecidas.
Diferentes versiones sitúan el origen de Aztlán – Atzatlán, es una región que comprende del río Gila en Arizona, EE.UU, hasta el Estado de Nayarit; y dicen que ahí comenzó el andar de la nación azteca hasta la fundación de: Mètzeo- Tenochtitlan, la mítica capital México-tenochca en 1325.
Entonces en una gran parte del siglo XX y el inicio del tercer milenio, los mexicanos siguen la ruta, al revés, desde el altiplano y lugares remotos del sur van a lo más al norte que se pueda, por el camino de los legendarios aztecas, nada más que en sentido contrario. Son tiempos de emigrantes.
Con los nuevos peregrinos que viajan en medio de múltiples vicisitudes económicas, convivo en medio de todos los verdes que crecen entre la Sierra Madre Occidental y los dioses marinos. Los escucho reír cuando se dan cuenta que las barrancas profundas son vencidas por autobuses que las circulan de día y de noche, como impuntuales manecillas que por carretera se dirige hacia el norte, otras en voz baja, cuentan de un tren que va a la frontera con los güeros o cerca, y con cara de espanto dicen que el transporte metálico de vez en vez mutiló o mata a los “trampas”, viajeros sin recursos, navegantes de lo que caiga, seguidores de la oportunidad para sobrevivir.
A veces charlo un buen rato y le cuento a alguno que: Tepic no se entendería sin Amado Nervo, Compostela sin Ali Chumacero; si hay tiempo cito algún fragmento de sus poemas al pasar por los lugares de su nacimiento. Al cruzar Nayarit, cerquita, en Sinaloa, en Rosario, como no hablar sobre la poesía de Gilberto Owen y la voz de Lola la Grande; en Mazatlán resulta necesario recordar el final del Ruiseñor Mexicano; el origen de Pedro Infante, el talento del músico Mario Patrón Ibarra.
El Municipio de Culiacán es tierra de Inés Arredondo, Enrique Sánchez Alonso, “El negrumo”, Amparo Ochoa, cristalinos afectos y uno muy mío el que me brota por los Dantes Ramos. También quedan muy cerca las olas del ancestral Mar de Cortés. Guamúchil es el lugar que amó Pedro, se dice que igual, con la misma devoción que aman a Infante los guamuchilense; el Pueblo Mágico de Mocorito: la Atenas de Sinaloa y sus tres grandes, Eustaquio, Agustina, “El Granito de oro·, Guasave es sinónimo de agricultura, Los Mochis son tierra de Pablo Beltrán Ruiz y Jaime Labastida, ¡claro! de Choix es José Ángel Espinosa “Ferrusquilla”. No le sigo a la lista -por ser extensa- de hombres y mujeres que por estos rumbos en el ayer y el presente han construìdo, la otra cara de la vida.
En la última travesía, dos jóvenes adormilados que viajaban en el asiento de atrás del autobús, preguntaron en la revisión en el Desengaño, ¿llegamos a Sonora?, falta poco, se escuchó fuerte. Eran pasaditos los primeros, en la mente aùn golpea la imagen de las flores de papel que sobrevivieron al día dos en los panteones;los Valles del Mayo y del Yaqui que impávidos observan el repetible peregrinar por sus dominios de los buscadores de dólares, de los campesinos del sur busca empleos.
Sonora es muchos, muchos kilómetros y como en Nayarit y Sinaloa, junto a la violencia crecen las ferias de libros, las muestras de cine, los encuentros poéticos, el crecimiento creativo de la música
de salas de concierto y popular en ejecutantes, intérpretes, autores y compositores, las ediciones y presentaciones de libros, la danza clásica, moderna, folclórica, las exposiciones pictóricas, los talleres, asociaciones y concursos literarios, agrupaciones teatrales, los festivales artísticos, esfuerzos apoyado por la sociedad civil junto a instituciones públicas, que crecen contra viento, marea y arena, contra el sol y la muerte.
Siempre asocio al puerto de Guaymas con Edmundo Valadéz, desde luego Hermosillo y Alonso Vidal; Caborca y Abigael Bohorquez, poetas, narradores, promotores, editores, que con su oficio cultural nos permiten entender que en el desierto florece la literatura. En fin, el recorrido termina en Tijuana, pero antes hay que pasar por Altar, junto al Sàsabe, volver a señalar que algunos años de la infancia de José Vasconcelos pasaron en la hoy popular puerta de la emigración a EE.UU; Sonoita queda en el desierto junto a la línea y cerca de Puerto Peñasco; adelantito queda San Luis Rio Colorado y el Golfo de Santa Clara.
De Caborca a Sonoita en el otoño los que intentarán llegar “al otro lado” salen al morir la tarde, caminan sin prisa por las calles volteando hacia todas partes y ninguna, cuidando la botella de suero, el trozo de plástico amarrado a la cintura, los pesos que les quedan para pagar la aventura; simplemente esperan el momento.
Los “polleros” observan a la mercancía, detectan fácilmente la que tiene para pagar y es resistente, esa es pan comido, así les es más fácil dirigir el éxodo. En la otra orilla del Río Colorado: Mexicali, la Rumorosa, Tecate, pocos de los que subieron al autobús llegan a la terminal tijuanense; la mayoría se fue bajando en donde pensaron que era más fácil cruzar. La considerada Frontera más visitada del mundo recibe a los resistentes, a los desesperados, a los que sólo son de paso, a los que en Tijuana encontraron su destino; a los que llegan a visitar sus muertos.
Es noviembre, taza humeante con café y unas galletas en la séptima; un rencuentro con amigos, una sesión en el círculo de lectura de la UA de B.C, en la Biblioteca, donde Rubén Vizcaíno transcurrió bastantes días, en su oficio cultural; los ayeres irrumpen, desarman el corazón, recuerdo a mi compadre, es el onceavo mes del 2017. En la Revolución, un trovador canta en una
esquina, pienso en mi carnal Nacho y su trabajo de cantor, similar a la de tantos y tantos que llenan de música a Tijuana. Es noviembre, el recorrido termina.
*Autor e investigador.