TEODOSO NAVIDAD SALAZAR
Matías Iriarte, era un jovencito espigado,güero, lampiño y ojos verdes. Su familia como otras radicadas en la montaña y pequeños valles de la sierra de Cosalá, criaba ganado y sembraba para el autoconsumo maíz, frijol y calabaza y pastura para los animales. Matías Iriarte tenía pocas aspiraciones. Junto con sus hermanos contribuía con sus padres en el manejo de la propiedad. Eran dueños de gran número de ganado vacuno, caballos y bestias de carga que comerciaban en pueblos cercanos. El rancho de sus padres estaba asentado a orillas de un arrollo que corría durante el año con poco caudal, pero que se tornaba peligroso en época de lluvia.
Aguas abajo de aquel caserío, vivía la familia de Carlota Aldana, linda jovencita cuyos padres se dedicaban a la misma actividad que la familia de Matías Iriarte. Cada semana, él y sus hermanos iban a ranchos cercanos donde convivían con jóvenes de su edad. En una de esas visitas a la familia Aldana, Matías Iriarte conoció a Carlota. Desde que se conocieron se gustaron. Ella le dio esperanzas y no obstante la oposición de sus padres, se vieron a “escondidas”. Matías Iriarte tenía veinte años; ella, una jovencita por no decir una niña. Fue un noviazgo fugaz como también lo fue su matrimonio, de donde procrearon un varón.
Matías murió ahogado un día de tantos, en tiempo de lluvias cuando intentó pasar las aguas de aquel caudaloso arroyo montado en su mula buscando de reses extraviadas.
Fue una tarde en la que trató de reunir el ganado, sin lograrlo del todo. El sol empezaba a desaparecer cuando fue informado por unos labriegos que las reses faltantes habían sido vistas desde la mañana, pastando por la otra banda del arroyo, que ya traía un buen caudal debido a las lluvias que la noche anterior cayeron en la parte más alta de la sierra. Informado, Matías Iriarte consideró importante ir por los animales separados del resto de la manada, ya que el temporal amenazaba de nuevo, aunque lo que más deseaba era regresar cuanto antes a casa, cambiar sus ropas húmedas, tomar café caliente y meterse a la cama con
Carlota Aldana. Sin embargo, apuró a la bestia por la angosta vereda hasta llegar al arroyo. Los cascos del noble animal se aferraron al piso para no resbalar.
El cielo lucía traje triste. Desde temprano caía una ligera lluvia. A lo lejos los relámpagos de agosto, presagiando más lluvia. Las nubes pasaban rasantes, muy cerca de Matías Iriarte; p
or momentos parecía que las podía tocar con sólo alargar los brazos. De las faldas de cerros cercanos llegaba el ruido provocado por el aire al mover las copas de los árboles, mientras pequeñas avenidas de arroyuelos en loca carrera llegaban al cauce del arroyo de El Toro, aumentando su fuerza arrolladora.
Con sus ropas completamente estilando, Matías Iriarte llegó a la orilla del arroyo y espoleó la mula buscando lugar apropiado para “vadear”. Observó la corriente que arrastraba troncos y tallos de arboles que sucumbían al fuerte empuje del agua. Primero fue hacia la parte de arriba sin éxito; luego regresó al punto de partida, después se internó por la orilla boscosa en sentido contrario, hasta donde consideró conveniente.
Quedaba poco tiempo para que oscureciera.
La fina lluvia calaba hasta los huesos. Matías Iriarte había perdido tiempo buscando el mejor lugar para cruzar por lo que, cuando encontró, según él, por donde, en algunas partes el agua empezaba a salirse del cauce. No obstante picó espuelas ante el nerviosismo de la bestia, que se resistió a introducirse a la turbia corriente. Seguramente el instinto animal presintió el peligro que el jinete, en su apuro de reunir el ganado, no midió.
A fuetazos y picando espuelas hasta sangrar, obligó al noble animal a intentar el cruce. En las revueltas aguas se observaban remolinos; palizadas arrastradas con descomunal fuerza aparecían en cada curva del arroyo. El animal se resistió, pero obligado por los golpes bajó a la orilla y entró a la corriente, sin embargo cuando la noble bestia no alcanzó piso y la fuerza del caudal amenazó con envolverla, el terror hizo presa de ella. Sus grandes ojos amenazaban con saltar de sus órbitas y luchó por mantenerse a flote. Las piernas de Matías Iriarte se aferraron al cuerpo del asustado animal. Quiso picar espuelas e intentó azotarla de nuevo para que no retrocediera, mientras se aferraba a la cabeza de la silla con todas sus fuerzas. Los golpes del fuete se estrellaban en el agua.
Fue hasta entonces cuando comprendió con espanto que el agua lo envolvería y lo sacaría del lomo de la bestia. Los ojos de Matías Iriarte se abrieron desmesuradamente al contemplar los grandes lomos que se alzaban en la corriente que arrastraba troncos y ramas. De pronto, jinete y bestia recibieron un fuerte impacto. Matías Iriarte perdió la silla al sentir un terrible dolor en el costado derecho, no obstante trató de mantenerse a flote.
La mula ya liberada del jinete buscó aterrorizada la otra orilla, mientras Matías Iriarte embestido de nuevo por otros troncos, recibía un brutal golpe en la cabeza. Sin ten
er tiempo de reponerse del primer impacto, otras ramas que no vio, lo envolvieron sumergiéndolo hasta perderse en los remolinos de las embravecidas aguas. La mula se mantuvo a flote, el agua la arrastraba y por momentos pareció no sobrevivir; resoplaba enloquecida, los ojos reflejaban el terror por la muerte, finalmente alcanzó la orilla y agotada, subió con dificultad el talud de la otra banda; temblorosa, sacudió el cuerpo, tratando de recuperase mientras el agua chorreaba por los estribos y las arciones de la silla.
Obscura la mañana, Carlota Aldana que había pasado la noche en espera de su hombre avisó a sus suegros. De inmediato se dio parte a los hombres de la casa. Algunos rancheros vecinos notific
ados sobre la situación se sumaron a la búsqueda, pensando lo peor, aunque siempre esperanzadosen que Matías Iriarte estuviera por ahí, al abrigo de alguna mina abandonada o resguardado en las chozas que los labradores hacían para guarecerse de lluvias ligeras, cuando trabajaban la tierra o pastoreaban ganado lejos de los ranchos. Esa noche había llovido sin cesar, y el día no parecía mejor. Gruesas mangas de agua caían sobre la sierra y los valles. Los caminos prácticamente eran pequeños afluentes en loca carrera buscando los suelos bajos. Hombres y bestias caminaban con dificultad.
La búsqueda empezó primero en lugares cercanos donde Matías Iriarte generalmente acostumbraba pastorear el ganado, sombrear o calentar los alimentos. La lluvia amainó un poco y un viento frío arropó el valle. El esfuerzo fue infructuoso. La familia de Matías Iriarte y los voluntarios volvieron a casa al caer la noche, con las ropas empapadas y tiritando. La búsqueda se repitió al día siguiente. Sin embargo hasta el mediodía no se daba con el paradero del joven. Al caer la tarde pareció que el cielo se despejaría. La lluvia cesó y el caudal del viejo arroyo bajó. Fue entonces cuando los campesinos de un caserío ubicado aguas abajo del lugar donde Matías Iriarte intentó el cruce, encontraron su cuerpo. Primero localizaron la mula muy cerca del arroyo, pastando y con la silla puesta; eso les dio mala espina. Hicieron ruido y a gritos llamaron al Matías Iriarte; fue inútil. Entonces buscaron por la riveras del arroyo hasta dar con el cuerpo que se había atorado entre las ramas de un viejo sabino, no muy lejos
de donde habían intentado cruzar.
* Presidente de la Academia de Historia de Sinaloa A.C