MIGUEL ALBERTO OCHOA GARCÍA
Con la misma, pero con la diametralmente opuesta, suerte con que nuestros órganos se cohíben al intentar hacer del uno en un baño público, a su vez, cuando nos encontramos solos, arrumbados en la más inhóspita calidad de lejanía, nuestras ideas fluyen como una estampida del Niágara.
Soledad y caminatas es el remedio a cualquier tapón creativo, a veces el silencio, incluso un poco de café o algo licor con tabaco; pero este texto no se trata de ese remedio tan bien conocido por el mismísimo Ernest Hemingway, sino sobre los testigos de la creatividad en los momentos de estar en el excusado. ¿Ironía, símil o metáfora? A mí no me toca juzgar.
Podría jurar que a todos nos pasa o nos ha pasado lo mismo: estamos en el trono del rey, el negocio no pudo esperar, la velocidad interna es burocrática y estamos en el excusado con el tiempo contra la pared. Estaremos ahí un buen rato. Lo sabemos, y entonces el baño se convierte en un panorama exquisito. Ya nos cansamos del celular, se descargó la pila o simplemente no tenemos ganas de agarrarnos de sus colores y luces, y nos disponemos a convertir ese lugar en un paisaje con textos, formas e historias qué descubrir.
Tomamos una crema, miramos la etiqueta, nos sorprendemos un poquito por la cantidad de agua que tienen y de la ingesta épica de químicos que nos echamos al cabello o a la piel. Sigue el techo, lo observamos desde abajo, miramos sus texturas, imaginamos como si esos puntos u ondulaciones fueran la cabeza de un militar en un pelotón conformado de miles de miles de compañeros bélicos ¿contra quienes pelearían? ¿contra las texturas de otra habitación? De paso, está el piso, “Ay, lo tenemos que cambiar, está todo mohoso”, podríamos decir. Y al terminar de esta elucubración pasamos a otra y otra.
Estoy seguro: más de un libro ha tenido sus orígenes a la izquierda del papel de baño y de los solidarios adminículos de higiene personal. No perdemos nada con negarlo, aunque tampoco con aceptarlo.
Y el embeleso con los testigos de la creatividad termina cuando el negocio ha terminado, y ni una razón más te ata al baño, a ese lugar donde las ideas juegan entre papeles sucios y aromas enjuagados de quién sabe qué.
¿Hemos sido malagradecidos con aquel lugar? Algunos maestros de creación literaria comparan el acto de escribir como parir, ¿y si fuera más preciso compararlo con defecar? Algunas personas escriben Mi$%#da, pero el término sería demasiado parecido a una calca, mejor dejemos que las personas se den cuenta por sí mismas de ciertas delicadas coincidencias.
Otros poetas creen, como Huidobro, que la poesía era creación; Pizarnik, por su parte, escribió en un poema: “Si digo agua ¿beberé? / si digo pan ¿comeré?”. Algún genio deberá descubrir si estos dos poetas escribirían sobre flores, frescura y liviandad en el acto inmemorial de hacer del dos. Los testigos de la creatividad están en todos lados. En la calle, en la oficina, en el baño. En la cocina debe esconderse algún demonio que violente la mentalidad de viejas y jóvenes amas de casa; en el taller mecánico, algún poema con patas de herramienta Snap-on; y en los tontos jardines de cualquier universidad, la página en blanco atenta y servil para las nuevas generaciones que deseen usarla cuando el papel de baño no esté dentro de las capacidades de presupuesto en su alma máter.
*coordinador del Círculo de lectura del CECUT, y el de la Biblioteca Central de UABC