La educación y la cultura, cuyo significado y alcance se han ampliad o considerablemente, son esenciales para un verdadero desarrollo del individuo y la sociedad.
La universidad es una institución social porque son centros del saber, de trasmisión de conocimientos y de formación cultural que tiene sus normas, valores, organización y estructura que responden al escenario socioeconómico y político social donde descansa su actividad. La extensión universitaria interrelaciona la docencia y la investigación a través de la promoción de estas acciones al entorno social para satisfacer las necesidades del desarrollo cultural y la solución de problemas de la práctica social, la trasmisión y apropiación de valores y conocimientos, de desarrollo de habilidades, actitudes, destrezas, formación de capacidades, garantes de los valores universales y del patrimonio cultural dirigidas a la transformación del entorno inmediato, natural, social y cultural, lo que refuerza la idea de la estrecha relación que existe entre sus funciones sustantivas para cumplir su encargo social. De ahí el resultado de una actividad intensa en varios ejes, pero siempre a partir del ejercicio de la transparencia y de una mirada académica, la adopción y práctica de valores universitarios y el diálogo con la comunidad, en ese sentido su dimensión social se torna como un conjunto de ideales que nos llevan a una relación auténtica de convivencia ante la sociedad. Ese es el reto de cumplir con su razón de ser, de su identidad y de su misión. Por ello entre las directrices estructurales que existen hoy en día, me pregunto ¿cuáles son los escenarios en los que se desarrollan políticas culturales sobre nuestra juventud? y ¿cuál es la clave para comprender sus necesidades frente a su potencial de organización para la acción colectiva? ¿cuáles son sus conquistas? y ¿cuáles son sus desafíos? Por ello parto de las siguientes reflexiones: La filosofía es una ciencia universal, es la sabiduría que se tiene con mayor propiedad, una concepción del mundo y de la vida, desarrollando un proceso de pensamiento que permite explicar los fenómenos del entorno desde distintas perspectivas que, aplicadas a la vida cotidiana, contribuyen a asumir una actitud propositiva y consciente de los problemas que existen, por ello es el arte de seguir el camino que dicta la propia verdad, sin plegarse a los engaños con que suelen disfrazarse los poderes existentes, por lo tanto cuando revisamos que dentro de ese marco contextual filosófico están los jóvenes y que es la cultura la que nutre su vida y muestra cómo ellos desarrollan sus propias subculturas ante un mundo globalizado abordando sus derechos desde una perspectiva cultural. Es ella la que hace de nosotros seres específicamente humanos, racionales, críticos y éticamente comprometidos. A través de ella discernimos los valores y efectuamos opciones, el hombre se expresa, toma conciencia de sí mismo, se reconoce como un proyecto inacabado, pone en cuestión sus propias realizaciones, busca incansablemente nuevas significaciones, y crea obras que lo hacen trascender, por eso en el crisol de la época, la academia, la cultura y la sociedad; nuestros jóvenes se convierten en
ciudadanos, ante culturas que son dinámicas y que no se detienen, enfrentando, los factores globales, regionales y nacionales que impactan en las economías, las sociedades y los ambientes. Desde ese punto las culturas reaccionan aceptando o rechazando los nuevos modos de pensar y hacer o, si es posible, encontrando un camino intermedio y ajustando los valores y comportamientos para poder manejarlos. Las respuestas de los jóvenes frente a ese mundo cambiante, junto con sus particulares modos de explicar y comunicar su experiencia, pueden contribuir a transformar sus culturas y preparar a las sociedades de su contexto para enfrentar los nuevos desafíos. Los jóvenes son tan diversos como sus sociedades. Distintos antecedentes sociales, económicos, residenciales, maritales, étnicos y religiosos pueden dar a cada hombre y a cada mujer su propio ethos cultural. La clave del éxito para hacer posible que los jóvenes promuevan el cambio es aceptar su marco cultural y trabajar en colaboración con ellos. Se ha sostenido que, si la educación para la ciudadanía sigue siendo coto exclusivo de los Estados soberanos, varias «tendencias mundiales» plantean una serie de problemas comunes a todas las sociedades y países del mundo. A la par que se intensifica la globalización aumenta el reconocimiento colectivo de que las personas y las comunidades locales se ven afectadas por procesos mundiales y de que, a su vez, estos agentes pueden incidir en los procesos. Así, por ejemplo, en una comparación internacional de la educación para la ciudadanía se indicaba que cundía la sensación de que diversas tendencias mundiales repercutían en la ciudadanía y planteaban problemas comunes en los 16 países examinados (Kerr, 2009). Pero, pese a los discursos a favor o en contra de tal sentido, tipo o enfoque de la ciudadanía, al final de todo el hombre, la persona, el individuo, es quien dota de sentido a este concepto; aunque en ocasiones no se interese por las cosas que les pasan a sus conciudadanos. Razón por la cual la educación y la cultura, deben asumir plenamente su centralidad en la tarea de ayudar a las personas a forjar sociedades más justas, pacíficas, tolerantes e integradoras. Deben de dotar a esas personas del entendimiento, las aptitudes y los valores que necesitan para cooperar en la resolución de los problemas relacionados entre sí en este siglo. Es por eso que la Universidad responde al formar parte del reto de consolidar ciudadanos que estén conscientes del rol que les toca asumir para el progreso de la sociedad, aplicando su pensamiento crítico y usando las herramientas educativas. «Cuando en una comunidad humana se agita el ímpetu libertario, puede tratarse de una rebelión contra alguna injusticia establecida… por consiguiente el anhelo de libertad se dirige contra determinadas formas y exigencias de cultura, o bien contra ésta en general» (Freud, 1999:40).
Dra. María Trinidad López Lara
Directora U de O, Unidad Guamúchil.