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Una crónica: Nadar

By jueves 31 de agosto de 2017 No Comments

una cronica nadar

Por: Sylvia Teresa Manríquez

Se baña pegadita a la orilla, para no resbalar, para no caer hasta el fondo. Reflexiona sobre esto al mirar las gotas de agua que caen en los charcos de la calle. No se hunden, se adhieren sin derramarse. No pasa el ruletero. Llegará tarde por su hija. Apenas dos años y sus travesuras incesantes. No ha vuelto a la alberca con sus amigos. Ya no la invitan. Hay humedad. Piensa en el calor que también agobia a su hija. En su casa tiene cooler, en la de su vecina no, allí la deja mientras sale a trabajar.
La joven madre es delgada, pálida, taciturna. De estatura regular y facciones finas. Quién sabe por qué tiene los ojos verdes, si ni su padre ni su madre los tienen de color. Su hija sí.

Al llegar a su casa deberá lavar, teme que la llovizna empape las prendas y estarán mojadas. De ser así, no habría manera de utilizarla en la jornada del día siguiente.
Su ropa de trabajo es más breve que sus trajes de baño. En el table dance no requiere más. Sube al ruletero con el dinero en la mano. Es inevitable que al abordar el camión la alegría sea porque falta menos tiempo para el reencuentro con su hija. Mira al cielo, y agradece por tenerla.
El trayecto es largo, la colonia donde habita es nueva, una cerrada con viviendas pequeñas y calles estrechas. El ruletero la deja en la entrada. Apresura el paso para llegar por su hija. A veces alcanza a escuchar su risa antes de tocar la puerta. Hoy hay quietud. Sonido de gotas en el tejaban. En la televisión un programa de chismes faranduleros es estruendo.

Pregunta por ella. Está jugando en el patio, le dicen. No la oye. No la percibe alegre y traviesa como suele ser. ¿Dónde? No la veo. Varias cubetas guardan el agua. Una se volvió trampa mortal para la curiosidad de un ángel. Su emoción se fusiona con la mente, ambas giran y al detenerse, concluye: no aprendí a nadar, no aprendí a nadar.

II

La crónica sigue tan vigente como cuando la escribí, hace algunos años, observando que historias como esta se presentan en cada ciudad de este país. A veces reflexionamos. Qué si el servicio de transporte urbano, qué si la distribución del agua potable, qué si el calor, qué si las oportunidades para los jóvenes, qué si el embarazo de adolescentes, qué si los valores, qué si el apoyo familiar, qué si los prejuicios, qué si la violencia. Mientras decidimos cuál es más urgente atacar, la vida sigue su curso. Cada día el mañana nos encuentra perdidos en una maraña de discursos políticos, sociales, que distraen de necesidades urgentes. Pienso que más fomento a la lectura acertiva e inteligente, más arte brindada como herramienta en el aprendizaje, deberían ser materias elementales en la educación básica.
Cierto que de entrada no quitan el hambre, también cierto que el arte y la cultura, incluida la lectura, forman seres sensibles, capacidad de crítica y mejores posibilidades de enfrentar esta cotidianidad violenta e incierta en la que sobrevivimos.

* Autora y productora de Radio Sonora

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