Por: Gilberto López Alanís
El Mtro. Jaime Morera en su texto “Eternidad novohispana. Los novísimos en el arte virreinal” editado por el Seminario de Cultura Mexicana en 2010, nos señala la existencia del “tratado de novísimos”. Los novísimos son cuatro: muerte, juicio, infierno y cielo, a los que se añade a veces un quinto, el purgatorio. En la teología cristiana todo esto recibe el nombre de escatología, también conocida como “escatología cristiana”, derivada esta acepción del griego estajos, lo último, de ahí la similitud con los vocablos novissimus y postremus.
Este interesante tema ya procesado por padres evangelizadores de la primera ornada jesuítica, estuvo presente en los inicios de la conversión de los naturales y su posterior desarrollo. Para indicios al respecto, nada más veamos la escritura jesuítica en el noroeste mexicano de finales del siglo XVI, todo el XVII y XVIII. Hay que advertir la existencia de un conocimiento o concepción de que lo que vendría después de la muerte; esto fue conocido y tratado en la concepción del mundo y de la vida entre los naturales prehispánicos, así que ante el nuevo esquema eclesial, donde muerte, juicio, infierno y gloria se manejaron en la mentalidad evangelizadora y evangelizada, abonó a la prédica del nuevo discurso, impregnado este de esencias escenográficas del santo sacrificio de la misa.
Los naturales ante la muerte, no concebían un Juicio Final individual, sino un tránsito del alma por las regiones del mítico Mictlán, por ello junto al cuerpo, los deudos colocaban, en las tumbas, los utensilios más afines a la persona, en función de su actividad. Si el alma se separaba del cuerpo para ese viaje, no podía ni debía hacerlo sola, necesitaba de los aditamentos indispensables para seguir viviendo la otra vida, con esto, le daban una presencia única; individual.
El alma quedaba marcada por la actividad social del cuerpo, del que se había desprendido, por ello no podía haber juicio sin ese pasado individual y social del cuerpo materializado como repositorio de experiencias que la hacían única. Este sentido de la presencia más allá del ámbito terrenal, no dejaba desnudo o sólo al cuerpo, lo arreglaban pudorosamente cubierto para seguir existiendo en la otra vida, construyendo a través del recuerdo y otras valoraciones al imaginado texto de otra historia, esa que algún día tendría que ser contada, quizás en una valoración equiparable al Juicio Final.
De ahí que las traspolaciones evangélicas no fueran tan extrañas al mundo prehispánico. Lo último siempre estuvo presente en ambas culturas, estos paralelismos humanos hicieron posible el mestizaje en nuestra región y en otras. Gonzalo de Tapia, Martín Pérez, Hernando de Santarén, Andrés Pérez de Ribas, y una variada gama de sacerdotes jesuitas y de otras órdenes, junto con personajes detentadores de poder y grandes propietarios de tierras agrícolas y ganaderas, minerales, aguas y bosques, contribuyeron con sus propuestas novísimas a un tránsito mestizo de la cultura.
¿Cómo se representó esto en la escritura y las imágenes regionales y locales inmersas en textos novohispanos? Esta es otra tarea.
Más cercano; ¿Cómo se representan los novísimos en las disquisiciones de la actualidad, cuando los cuerpos arrebatados de la vida necesitan acompañamientos más sofisticados?
El ejemplo más socorrido del momento es el caso de Javier Valdés Cárdenas el cual pulula en el imaginario sinaloense y nacional con diferentes aditamentos culturales, desde su característico sombrero: sus expresiones más familiares y amistosas; las fotografías que parecen hablarnos y el manejo mediático de su empoderamiento que fue cegado brutalmente.
Nuevas fuentes alimentan a los novísimos posmodernos y diversas interpretaciones nos marcan un derrotero de pertinaz violencia.
* Director del Archivo Histórico del Estado de Sinaloa