Por: Verónica Hernández Jacobo
El saber tiene una infraestructura simbólica, y muchas veces no se llevan bien el saber y la verdad, ya que existen verdades que incomodan al saber, y el saber se instala en creencia o en ideología para escapar
a la verdad insostenible del sujeto. El saber es en algunos momentos preocupante pues puede adquirir una dimensión paranoica-delirante, mesiánica, totalizadora, en fin alrededor del saber nos movemos por acantilados peligrosos por donde el saber puede resbalar.
El saber se transforma en pasión, esto tiene como la espada de Damocles un doble filo, ya que por un lado el saber libera al sujeto pero por el otro el saber se construye en fundamentalismo religioso o en dogma, tal como lo predica la ciencia, sólo un método y la validación del experimento…amén.
En el salón de clases el saber se transforma en técnica, pura tekné, amputando el saber y produciendo en su lugar la competencia que asfixia al saber, y lo conduce a la técnica mecánica aplicada manufactureramente sin que el saber se piense, sólo se replica y se replica, matando al saber y desconociendo la verdad del sujeto, de ahí el saber se incorpora a instrumentos de medición, a manuales de “hágalo usted mismo”, en fin el saber agobiado por el sentido común, sin ser el saber profundizado. Lo complejo del saber es que transforma la ignorancia en saber apasionado donde los religiosos creen saber y defienden esa ignorancia convertida en saber como una pasión dogmatica.
De tal suerte que el saber convierte la ignorancia en saber establecido, y aparecen las biblias que acurrucan a la humanidad para seguirlas adormeciendo con la verdad establecida de saberes, que dogmaticamente conducen a los seres hablantes a sus instituciones religiosas. El saber tiene un correlato de ignorancia basta analizarlo y sale a la superficie.
El saber siempre es escamoteado, al niño no se le enseña todo porque puede ser traumado, se obtura su saber para preservar su ser, colocándolo en la ignorancia, que es otro saber igual de apasionado que el saber por saber, diremos entonces que, hay saberes que nos angustian, saberes que es preferibles que queden ocultos por manto de sombras, o bien, hay saberes que no queremos saber, como los diagnósticos que colocan al sujeto en fase terminal de una enfermedad degenerativa, del cual seria mejor no saber, y hay un saber que no se sabe, que es lo inconsciente, que nosotros colocamos como no-saber. Lo inconsciente seria un saber no-sabido, que sostiene todo lo que nos determina como sujetos culturales y que nos abraza con su lengua.
La característica de lo inconsciente como un saber que no se sabe es que cuando se devela en análisis este saber no-sabido sorprende, porque lo teníamos frente a nuestras narices y nada queríamos saber de él, porque incomoda, molesta, es preferible cubrirle con mantos de racionalismos antes que enfrentar ese saber que no se sabe, que nos duele y lastima, donde el sujeto siempre esta implicado.
Por ello las escuelas que deberían de ser templos de saberes, se convierten en centros de instrumentos, haciendo al alumno un sujeto instrumental idóneo al discurso capitalista, para que valide otros instrumentos llamados recursos humanos, sometiéndolo a esa razón instrumental que obstaculice en él la entrada al saber, de ese modo el discurso universitario que debería de producir culturalmente los saberes, más bien los obstaculiza, escamotea, asfixiando al saber, y produciendo los idóneos, esa nueva clase de sujetos ortopédicos que sirven para colocar otro ladrillo más en la pared, para que las cosas funcionen, pero que éste nada sepa de su mundaneidad, ni de las formas ominosas de ser explotado por el discurso del capital, que lo uniforma instrumentalmente sin saber.
*Doctora en Educación