Por: Jaime Irizar
Siempre he dicho que soy un hombre con mucha suerte, y son muchas y variadas las razones que existen para fundamentar esta opinión, pero espero que baste decirles, que tengo una familia de la cual me siento orgulloso y aunque honestamente considero que no he sido el mejor padre, esposo, hijo o hermano, a mi edad estoy más que agradecido por haberme hecho acreedor, sin merecerlo, de tanto cariño y consideraciones especiales que a lo largo de mi vida me han regalado los que me rodean.
Añado señalándoles el hecho, de que pese a haber tenido un estilo de vida caracterizado por sedentarismo, obesidad extrema y otros desórdenes físicos, no me ha pasado aún Dios la factura que me corresponde pagar y me ha permitido seguir cumpliendo años y años con el mínimo de achaques hasta el día en que esto escribo, lo que me ha hecho creer y sentir, que, de una u otra manera, soy uno de los hijos consentidos del creador, en virtud de que es un hecho irrefutable que en mi balance personal, mi vida ha estado definida preferentemente por haber tenido más momentos felices que tristes.
Se bien que a muchos de los que me conocen, no les sonará lógico que con tantos factores de riesgo y un sinnúmero de enfermedades manifiestas, pueda alguien seguir viviendo con calidad, entusiasmo fe y optimismo suficiente, pero esa, es en verdad la enseñanza mayor que me heredó mi mamá.
Quiero además resaltar, como otro factor de felicidad en mi vida, que he tenido la fortuna de contar con amigos que con cierta frecuencia me invitan a tomar un café y con ello me regalan las oportunidades de poder conocer, en esas reuniones grupales, a personajes de mi pueblo, quienes, de una manera u otra, encarnan una singularidad tal, que con dichos y hechos, han pasado sin problema alguno, a ser parte del inventario local de la gente folclórica de mi tierra.
Antes de contar la historia del “viejo Manuel”, como se le dice de cariño en el café que frecuentamos, quiero aclararles que he sido una persona muy convencida de que de todos los individuos se puede aprender y mucho, si nos damos a la tarea de analizar a fondo los aspectos más relevantes de sus personalidades y detalles biográficos.
En toda historia de vida sin excepción alguna, al margen de estrato socioeconómico, escolaridad, edad, vicios y virtudes, sexo, preferencias sexuales etc. existe encerrada una buena enseñanza para aquel que se despoje de su soberbia, complejos de superioridad, de su ego exaltado y sepa mirar y analizar con ojos de humildad, sentido humano y real interés a las personas con quienes convive. Todos, reitero, sin excepción alguna, nos pueden regalar una enseñanza valiosa.
Algunas de las gracias del hecho de vivir en un pueblo chico, es que en virtud de su tamaño podemos conocer, al menos de vista o de oídas, a casi todos los lugareños, además, por esa misma razón, se propicia que se estrechen con mayor facilidad los lazos de amistad y afecto, en virtud de las cortas distancias existentes, la ausencia notable de grandes espectáculos, escasos medios de diversión y eventos de relevancia y compromiso social, lo que propicia que ante ello, sólo nos queda recurrir al encuentro con amigos y familiares, y abocarnos al deporte más practicado de mi pueblo, el cual define por si sólo, el estilo de la convivencia social, que consiste básicamente en el hablar de todos y de todo, con un dejo de dominio absoluto de los temas y con una gran presunción de la información acopiada. Bajo este esquema transcurren tranquilas y amenas las horas, una vez terminadas las jornadas laborales, mismo que nos sirve para ir matando el tiempo antes de que el haga lo propio con nosotros.
En una de esas tertulias conocí a Manuel, un hombre entrado en años, profesionista, jubilado, amante de la lectura, de buen vestir y finas maneras, lo que le ha valido el respeto de la ciudadanía desde cuando se le recuerda que estuvo al frente de una compañía telefónica, recibiendo en su calidad de gerente, las quejas, los reclamos y en ocasiones las ofensas de usuarios que su propio cargo le regalaba, mismos que por considerarlos gajes del oficio, la quincena y las necesidades familiares, tenía que tolerar con estoicismo y amabilidad.
Es un hombre que, sin timidez, gusta de verter al centro de la mesa del grupo que nos reunimos a saborear una taza de café, sus opiniones sobre los últimos libros leídos, las noticias recientes, los acontecimientos políticos que han sido siempre su pasión y participa con entusiasmo en cuanto tema se aborde en el grupo. Cabe mencionar que no se aún si lo hace a propósito, o con el fin de dar color a la charla, el olvidar citas, decir frases célebres o refranes conocidos muy al estilo del Chapulín Colorado, cambiando palabras, sentidos y fines en las mismas.
O pienso más bien que con ello quiere despertar las correcciones y darle un toque de humor a las charlas. No quisiera pensar que tal vez sea que los años acumulados y los estragos de las enfermedades que acarrea sobre sus espaldas, los que ya le estén provocando claros problemas de sinapsis neuronal.
Al margen de ello, quiero decirles que es Manuel una de las personas más transparentes que a la fecha he conocido. Tan así lo es, que muchos lo consideran irreverente, frontal, y dado de forma natural a la controversia intelectual.
A pocos les he escuchado platicar con tanta honestidad, de manera muy clara, sin recato alguno y sin tapujos, pasajes y experiencias de su niñez, adolescencia y etapa adulta, mismos que por su contenido, extravagancia, rareza o sentido chusco, no cualesquiera se atrevería a externar en público, en virtud de que ello se prestaría a despertar suspicacias, desatar la hilaridad, desencadenar vergüenzas o dar pie para que los oyentes intentáramos realizar una evaluación psicológica, de la cual nadie del grupo tiene la suficiente solvencia profesional para hacerla y además salir bien librado, puesto que cada quien tenemos lo nuestro, pero no somos ni valientes ni dueños de tal transparencia.
Tiene en su haber, episodios vitales con durísimas experiencias, mismas que le han generado prejuicios, sentimientos de culpa y vergüenza, los que le esculpieron una personalidad siempre a la defensiva, en ocasiones agresiva, muy “sui generis” en su duro trato verbal con sus hijos y resto de familia, voluble con frecuencia, pero nunca dejando lugar a la duda en el cumplimiento de su rol como padre y abuelo.
Tiene ganado a pulso el afecto de los amigos del grupo que lo cobijan y entienden, pero tiene también la antipatía franca y duradera de aquellos que fueron objeto de la furia que dan los problemas y las frustraciones mal manejadas. Puedo decir que es una persona honesta, transparente en su sentir y hacer. Claridoso, proclive a decir la verdad con rudeza y frecuentemente a manera de defensa.
En otro orden de ideas, tengo por cierto que, a la fecha, en casi todas las sociedades, se nos ha enseñado a buscar la verdad, pero es una realidad, que muy pocos la toleran cuando se las dicen con crudeza. Creo que no siempre decir la verdad, puede convertirse en una virtud o en la mejor estrategia para fortalecer las relaciones humanas.
En una de las tantas charlas en que participé enfrente de una olorosa como grata taza de café, me tocó escuchar a Manuel decirle a uno de sus hijos, medio en broma, medio en serio, que él no entendía porque había salido con menos capacidad y más limitado que él, que no se olvidara que el hijo como el alumno, siempre deberían superar al maestro y al padre.
El hijo sereno, prudente, respetuoso, dejando que se le resbalara la puya, le contesto con ironía: “hay apá, mejor no me haga hablar, porque usted presume a los cuatro vientos que sabe jugar ajedrez y nunca me ha podido ganar, además, nunca me he puesto dos cintos en el pantalón y le aseguro que se hubiera puesto otro más que traía en la mano, si no se lo hago notar”. “Mejor ahí la dejamos”. risas y despedidas tras este comentario certero.
Que triste seria la vida de las mayorías que vivimos en pueblos pequeños, si no hubiera mitoteros, sabios que a diario componen el mundo, o personajes folclóricos que alegran la vida y dan tema de conversación amena con sus ocurrencias.
* Medico y autor