Por: Miguel Alberto Ochoa
Como ninguna otra ciudad de México, Tijuana se ha convertido en un lugar de esperanza. Primero, llegaban aquí para cruzar, irse, desalojar la ciudad después de un tiempo breve; y luego, los que se quedaron sintieron bajo sus pies una tierra fértil, rara y desolada.
¿Mi soledad cabrá en este vacío?, quizá llegaron a preguntarse. Lo cierto es que generaciones y generaciones de mexicanos y extranjeros conviven dentro de las dóciles fronteras de Tijuana, listos para llamar hogar, a este dulce rancho.
Tijuana cumplió 128 años el 11 de julio de 2017. Y en este tenor, vale la pena explorar un poco el crecimiento cultural de la ciudad, el cual, podría más bien parecerse a un despertar que a otra cosa. No sería la globalización desenfrenada la causa del hervidero de iniciativas gastronómicas, inmobiliarias, culturales o sociales, en el caso de Tijuana su gente es la responsable de catapultar las oportunidades en esta esquina de México.
El despertar al que aludo está cimentado en la diversidad de su población. Pero, ¿qué es un despertar? Me refiero la unión colectiva de una buena parte de la ciudadanía que desea —y necesita— una ciudad consciente de sí misma, de sus posibilidades y sus límites; es decir, personas que saben que no tienen lo que necesitan y desean ser mejores para conseguirlo. Sin exigir ni renegar, sino trabajando arduamente, invirtiendo, formalizándose, compitiendo sanamente con los altos estándares económicos del resto del país y, por qué no, de San Diego. Tijuana ha sorprendido, desde tiempo atrás, por crecer descomunalmente; ahora que la ciudad tiene los ojos abiertos quién sabe hasta dónde podrá llegar su gente.
Pero también necesitamos ser autocríticos. Las cosas no caen del cielo, ni de un día para otro se puede construir “La mejor ciudad de México”; es un buen propósito, claro, pero hay retos, mitos que todavía debemos destruir, mentalidades que necesitamos cambiar. En primer lugar, la identidad; si los tijuanenses no aceptan su condición de migrante, es poco probable que la identidad de la Tijuana actual eche raíces.
Es necesario aceptar que la mayoría de las familias en Tijuana estaban en otro lugar una o dos generaciones atrás. Esta tierra no era, pero ahora es suya. En segundo lugar, el nativismo; parece que las familias que tienen tres o más generaciones en la ciudad creen que la propia Tia Juana los alojó en su rancho y bendijo con un pasaporte con el que pueden echar a patadas la identidad de los que vienen y de los que vienen a quedarse.
Estas dos cosas, identidad y nativismo, son algunos de los temas en los que debemos trabajar y que son temas urgentes. Pese a ello, hay esperanza. Así como todavía nos falta para actuar como una ciudad cohesionada, también hemos demostrado que las muchas comunidades que componen a Tijuana pueden ser una sola cuando es necesario y que todas caben aquí.
Ya sea cuando un poeta hace un poema bilingüe o cuando un pintor se le ocurre mimetizar el muro fronterizo con los mismos colores cielo, o incluso cuando tres entusiastas consolidan una Asociación Civil para hacer algo por el bien común, desinteresadamente, es entonces que hay esperanza.
Lo que podría ser un desierto, se hizo una gran ciudad. Demostrando así su espíritu, antiguo y venidero, de construir hogares contra todo pronóstico y toda probabilidad.
* Director de página en Blanco Tijuana